La Alegría del Evangelio: Exhortación apostólica del Papa Francisco

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Francisco, sacando del profundo caudal de sabiduría de la Iglesia, se dirige a sus hijos en esta exhortación, escrita en un lenguaje cercano y amante.
Nos hemos atrevido a entresacar algunas palabras del papa en el intento de animar a todos a la lectura completa de este entusiasmante documento.

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús, nos dice el Papa Francisco

El riesgo de la tristeza

El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.

¡Dad gritos de júbilo!, el rey llega pobre y montado en un borrico. ¡Nadie os podrá quitar vuestra alegría!, ellos en medio de la persecución, se llenaban de gozo. La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría.

Todos somos invitados a salir de la propia comodidad. La comunidad evangelizadora se mete en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo.

La parroquia no es una estructura caduca; si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas, que esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo.

Las demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades, movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza de la Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores.

La casa abierta

La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Tener templos con las puertas abiertas, si alguien se acerca, no se encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas.

Aliento a todas las comunidades a estudiar los signos de los tiempos. La humanidad vive en este momento un giro histórico, que podemos ver en los adelantos que se producen en diversos campos. Sin embargo, no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente.

No Matarás

El mandamiento de « no matar » asegura el valor de la vida humana; hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa.

No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil. Grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar.

Algunos defienden que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante.

El becerro de oro

Una de las causas de esta situación, es que aceptamos pacíficamente el predominio (del dinero) sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! La adoración del antiguo becerro de oro. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y reduce al ser humano al consumo.

Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. Que niegan el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. La deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. Este sistema, tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios.

Dios es incontrolable, Dios es peligroso

Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética mirada con desprecio burlón se considera contraproducente. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. La ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud.

Las armas y la represión violenta, crean peores conflictos.

Animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos.

Exhorto (a los dirigentes políticos) a afrontar este reto con determinación y visión de futuro. ¡El dinero debe servir y no gobernar! Os exhorto a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano.

Un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte. Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, (que) unido a la inequidad es doblemente dañino. La inequidad genera una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás. Las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos.

Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en sus gobiernos, empresarios e instituciones.

La ciudad

Necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas. Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad.

En sus vidas cotidianas los ciudadanos muchas veces luchan por sobrevivir, y en esas luchas se esconde un sentido profundo de la existencia que suele entrañar también un hondo sentido religioso.

En las ciudades fácilmente se desarrollan el tráfico de drogas y de personas, el abuso y la explotación de menores, el abandono de ancianos y enfermos, varias formas de corrupción y de crimen. Al mismo tiempo, lo que podría ser un precioso espacio de encuentro y solidaridad, frecuentemente se convierte en el lugar de la huida y de la desconfianza mutua. El sentido completo de la vida humana que propone el Evangelio es el mejor remedio para los males urbanos.

Personas-cántaro

Existe un relativismo práctico: es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran. Y en el desierto se necesitan personas-cántaros para dar de beber a los demás.

A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza!

Dimensión social del Evangelio

Algunos renuncian al realismo de la dimensión social del Evangelio, quisieran un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin cruz.

El mundo está lacerado por las guerras y la violencia, herido por un individualismo que divide a los seres humanos y los enfrenta unos contra otros en pos del propio bienestar.

Los laicos son la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados. Ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del laico en la Iglesia. Si bien este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico. Se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad.

La evangelización es un misterio que hunde sus raíces en la Trinidad pero tiene su concreción histórica, cada pueblo es creador de su cultura y protagonista de su historia.

Predicación

La prédica cristiana, encuentra en el corazón cultural del pueblo una fuente de agua viva para saber lo que tiene que decir y el modo de decirlo. A todos nos gusta que se nos hable en clave de cultura materna, el corazón se dispone a escuchar mejor. Esta lengua es un tono que transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso. No temas pequeño rebaño, el Señor se complace en dialogar con su pueblo.

Quien quiera predicar, primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia concreta. Primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los demás, porque es una Palabra viva y eficaz, que como una espada, penetra hasta la división del alma y el espíritu, articulaciones y médulas, y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.

El predicador es un contemplativo de la Palabra y un contemplativo del pueblo.

El Reino

Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar. Nuestra respuesta de amor no es una suma de pequeños gestos personales de acciones tendentes a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos.

Él creó todas las cosas para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión cristiana exija revisar especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común.

El clamor de los pobres

La Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. Los israelitas clamaron al Señor y Él les suscitó un libertador. Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto.

¡Dadles vosotros de comer! implica la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres.

La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes. Se trata de escuchar el clamor de los pueblos más pobres de la tierra, porque la paz se funda en el respeto de los derechos del hombre y en el de los derechos de los pueblos. El planeta es para toda la humanidad.

Nos escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y que el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta.

En el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida. El salario justo permite el acceso adecuado a los demás bienes que están destinados al uso común.

Iglesia pobre y justicia

Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente.

La vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las realidades terrenas; nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social. La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar. La dignidad de cada persona humana y el bien común deberían estructurar toda política económica.

¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia.

La política es altísima vocación

¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común.

Los débiles

Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: ¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos!

En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda.

Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano.

Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno.

El Bien Común

Al Estado compete el cuidado y la promoción del bien común de la sociedad. Sobre la base de los principios de subsidiariedad y solidaridad.

El diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para los cristianos.

El Señor colaboraba con ellos

Él puede sanar todo lo que nos debilita. Nos hace falta clamar cada día, permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. Tenemos que pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial.

El Evangelio nos relata que cuando los primeros discípulos salieron a predicar, el Señor colaboraba con ellos y confirmaba la Palabra. No nos faltará su ayuda.

María

Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. porque no quiere que caminemos sin una madre. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia.

Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque derribó de su trono a los poderosos y despidió vacíos a los ricos, es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia.

Le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo.

EVANGELII GAUDIUM