No pudo terminar Rovirosa este escrito sobre la amistad. Los que le recordamos como amigo, sin haberle conocido en vida, nos alegramos de poder compartir este hermoso texto. No hay nada tan necesario en la vida como la amistad. Pero los hombres no hemos sabido comprender que la amistad es donación de sí mismos a los otros como nos recordará Rovirosa. Construir la amistad no es cosa de mediocres. «En realidad, la aventura de la amistad es la más maravillosa de las aventuras imaginables. El vocablo amistad es de los más confusos que existen y se emplea para indicar cualquier especie de relaciones humanas (…)
La amistad es el último grado, y el más perfecto posible, al que pueden llegar las relaciones humanas, puesto que representa la eliminación del egoísmo, tan arraigado y tan consustancial con nuestra propia naturaleza.
El egoísmo «funciona» siempre que en mi voluntad lo más importante es «lo mío»(…)
Si uno es amable y cariñoso con los que trata y con los que convive con la principal razón de que así los otros le traten y le sirvan mejor, o por gozar de mayor paz y tranquilidad, la amistad todavía no ha hecho su aparición y seguimos en la zona de egoísmo.
En realidad, esto se llama «la buena educación» y no es otra cosa que un sucedáneo de la amistad, con lo que se persigue que las personas nos tratemos como si nos quisiéramos, pero sin querernos en realidad.(…) Todo es una pura ficción, como el café hecho con cebada.(…)
La primera nota, pues, que podemos señalar para la amistad es su «gratuidad». La verdadera amistad no solamente no busca beneficios en su relación con el amigo, sino que acepta de antemano sacrificios.
El gozo íntimo y profundo de la amistad estriba en servir al amigo, en cualquier aspecto que se mire, y este sentimiento tiene que ser mutuo.(…)
Otra nota es la «apertura». El amigo está seguro de que su amigo no solamente no le engaña nunca, sino de que tampoco le oculta nada. Se ven el uno al otro como son, y se aman y se aceptan como son.
La tercera nota indispensable para la amistad es la «igualdad». Entre amos y siervos, entre los que mandan y los que obedecen, nunca puede existir verdadera amistad.
Después de estas consideraciones se comprende bien que Pascal se maravillara de que la sociedad «civilizada» estuviera fundamentada en la reglamentación de las tres concupiscencias. Amos y siervos por una parte; afán de dinero por otra; y gozar de la vida finalmente. ¿Quién podrá extrañarse de que una sociedad montada sobre estas bases se mantenga en perpetua lucha, desde las grandes guerras hasta los pequeños conflictos personales?»