Hay armas por todas partes. La gente que vive aquí es porque no le queda otra, porque es el único lugar donde puedes tener una habitación por 1.000 pesos (95 euros) al mes. El que puede, se va.
Al acercarse a la villa 1-11-14, la más peligrosa de Buenos Aires, además de la suciedad, los coches quemados, las chabolas abigarradas y algunos zombis que vagan perdidos víctimas del paco —pasta base de cocaína— llaman la atención unas pintadas que están por todas partes: “Justicia para Maxi”. Maxi era Maximiliano Milesi, 18 años, una hija de cuatro meses. Murió en un tiroteo el 10 de febrero, y todos en la villa coinciden: “Era un chico sano, que estudiaba, le confundieron con otro porque llevaba la misma moto”.
Al hablar con los vecinos de esta villa se percibe claramente el terror que el narco está provocando en una auténtica ciudad de unos 70.000 habitantes en el corazón de Buenos Aires, el Bajo Flores. La 1-11-14, y el informe que hizo sobre ella la organización La Alameda, que lucha contra el trabajo infantil y cuyo líder es Gustavo Vera, concejal de Buenos Aires y candidato a la alcaldía, están en el origen de una frase muy polémica en Argentina y en México: la denuncia del papa Francisco del riesgo de “mexicanización de Argentina”.
“Querido hermano: gracias por tu correo. Veo tu trabajo incansable a todo vapor. Pido mucho para que Dios te proteja a vos y a los alamedenses. Y ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”, le escribió el Papa a Vera, que no es un religioso. Dirige una organización de izquierda, Bien Común, y se hizo amigo de Francisco —cuando aún era Bergoglio— en sus múltiples batallas conjuntas en las villas de Buenos Aires.
El Papa leyó el informe durísimo de la organización de Gustavo Vera ( La Alameda), que hizo Jorge Rodríguez, un exguerrillero que estuvo dos años entrando en la villa enviado por el Gobierno para analizar la situación. “Hay 300 soldados peruanos ahí dentro, muchos de ellos provenientes de lo que fue Sendero Luminoso, con todo tipo de armamento, fusiles FAL y AK47, que controlan 10 laboratorios de cocaína. Traen a técnicos especializados desde Perú, porque producir cocaína es muy difícil. Hay 15 manzanas de un territorio liberado donde la gendarmería tiene órdenes explícitas de no entrar. En realidad la gendarmería está ahí para que nadie moleste a los señores de la droga. Hay gente que no sale de allí en dos años”, asegura.
Después de leer el informe, Francisco concedió una entrevista a La Cárcova News, el periódico de otra famosa villa de Buenos Aires.
Al padre Hernán, que vive en la villa desde hace 7 años y la recorre con un chándal de Boca Juniors y un enorme manojo de llaves con el que controla una escuela, una iglesia, centros de mayores y de ayuda a toxicómanos, no le gusta que se hable de la 1-11-14 solo por las drogas. Porque en la villa viven miles de personas que luchan para salir de la miseria. Él cree que las cosas mejoran poco a poco. “Si solo hablamos de esta villa por el narco, ¿cómo vamos a lograr que un pibe de acá que trata de salir adelante no quede estigmatizado?”, se queja.
Otros vecinos son más pesimistas. La señora María (nombre ficticio por temor al narco), con sus nueve hijos, lleva 30 años en el barrio y está desesperada. La semana pasada, una de sus hijas se quedó a cenar en su casa y se le hizo tarde. Cruzó la villa para volver a la suya con un niño pequeño en brazos y al pasar por una zona conflictiva dispararon a su lado. “Era para asustarla, para que no vuelva a pasar de noche. Ellos tienen todo controlado, se pelean por cada cuadra (manzana), matan por unos metros. Y no quieren movimiento por la noche”.
Media hora antes de la entrada de los periodistas, un hombre drogado fuera de control andaba pegando tiros al aire. “Hay armas por todas partes. La gente que vive aquí es porque no le queda otra, porque es el único lugar donde puedes tener una habitación por 1.000 pesos (95 euros) al mes. El que puede, se va”, asegura.
Su amiga Viviana (nombre ficticio) y otras mujeres mantienen un comedor para ayudar a los que están aún peor. “La pasta base lo destruyó todo, ahí cambió. Empiezan con los chicos, los tienen controlados así. Dicen que es barata, puede valer 10 pesos (algo más de un dólar) un pipazo. Pero dura siete minutos, ¿sabés cuántos necesitan al día? Los atrapa. Yo tuve así a mi cuñado. Nos robaba a nosotros. Y así están en manos de los narcos. Acá el Estado no figura, el narco decide tu vida, por dónde puedes pasar, qué puedes hacer”, explica desesperada.
Argentina es ya, según la ONU, el tercer exportador de drogas del continente, después de Brasil y Colombia. Para los argentinos, acostumbrados a ser el país más tranquilo de un subcontinente duro, es difícil de creer, y salvo en Rosario, al norte de Buenos Aires, donde se ha llegado a 1.000 muertos por luchas de droga desde 2004, no hay un debate social fuerte. Muchos no pueden imaginar que todo esto suceda a solo seis kilómetros de la Casa Rosada y de La Recoleta, el barrio francés con algunas de las mansiones y los edificios más espectaculares de América, donde la vida es completamente diferente.
Fuera de los barrios conflictivos, Argentina sigue siendo un país relativamente tranquilo: tiene el tercer índice de criminalidad más bajo de América Latina, solo por encima de Cuba y Chile.
Autor: C. E. Cué / A. Rebossio ( * Extracto)