La bioética ha muerto, ¡viva la biopolítica! En la sucesión, nada irrelevante, se han cumplido escrupulosamente los trámites previstos por la socióloga Beck-Gernsheim en lo que ha calificado como ´construcción social del riesgo´. Bien lo sabemos en la Andalucía convertida al fin, gracias a la modernización por segunda vez pendiente, en sucursal valenciana…
Andrés Ollero Tassara – 28/02/2005
Analisis digital
La bioética ha muerto, ¡viva la biopolítica! En la sucesión, nada irrelevante, se han cumplido escrupulosamente los trámites previstos por la socióloga Beck-Gernsheim en lo que ha calificado como «construcción social del riesgo». Bien lo sabemos en la Andalucía convertida al fin, gracias a la modernización por segunda vez pendiente, en sucursal valenciana. Se parte de la «retórica de la amenaza»: el alzheimer, el parkinson y la diabetes acechan; más de cuatro lo viven de cerca. Esto abre las puertas a una «construcción social de la salida», apoyada en una «retórica de salvación», lo que no precisa mayor comentario. Luego viene el momento decisivo: el paso a una «construcción social de la obligación» (no cabe pasividad ante la amenaza), basada ahora en una «retórica de la responsabilidad» (su impasibilidad sería insolidaria). Así hasta llegar a la «aceptación generalizada». Para que luego digan que la sociología no sirve para nada.
La bioética se propuso, en sus buenos tiempos, establecer el marco en el que podrían satisfacerse los deseos, presentados como derechos, de la entonces protagonista: la mujer, que aspiraba a superar la infertilidad. Ello justificó no sólo fabricar embriones (el término es de Habermas…), sino hacerlo con la sobreabundancia necesaria para garantizar el éxito: el precio sonaba a despreciable: embriones «sobrantes». Sólo con el tiempo se convirtieron en problema: qué hacemos con tantos… No tardó en surgir la ideo luminosa: utilicémoslos para experimentar.
En la biopolítica la mujer desaparece del mapa; el protagonismo pasa ahora a los embriones como material de experimentación. Los alemanes se niegan; complejo de culpa, ya es sabido… Al intento español de evitar sobras embrionarias le llegó también su 11-M. Al italiano, que se emparejó a él, le amenazan con un referéndum que genere aceptación.
Aun en perspectiva bioética, nuestro Tribunal Constitucional niega en 1985 que la libre opción de la mujer de ser o no madre pueda considerarse prioritaria a la vida del no nacido; descartaba, pues, una ley liberalizadora del aborto durante determinado plazo. Ahora, la vida humana habrá de ponderarse con algo paradójicamente más importante: la ciencia, como aclamada madre de todas las esperanzas insatisfechas. Hemos entrado en la biopolítica.
La situación resultó particularmente clarificada en Alemania, cuando se solicitó dictamen a la Deutsche Forschungsgemeinschaft, como interlocutora del mundo de la ciencia. La respuesta resultó sintomática. Se debe prohibir, en aras de la bioética, la fabricación de embriones de los que obtener líneas celulares para investigar; pero habría que permitir, en aras de la biopolítica, su importación desde países donde esté permitido fabricarlos. La ciencia alemana no puede quedar descolgada del progreso universal; la industria, que de ella obtiene pingües ganancias, menos aún.