La cara de las bofetadas

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Mercedes e Isabel son mis hermanas. Una es ciudadana de los Estados Unidos de América, y la otra lo es del Reino de España.



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Hablaban de la muerte de
Bin Laden. Mercedes se manifestaba satisfecha. Isabel susurró un pero, un amago
de reproche, y Mercedes se alteró no poco al otro lado del enlace telefónico.


En circunstancias así, creo que no
conduciría a nada hablar de derecho internacional, de respeto a unas reglas
mínimas de juego, de valores que han de ser mantenidos  con independencia de los
índices de popularidad que se desee levantar, y al margen de los efectos de
acciones diseñadas para embobar.
De nada hubiera servido que mi hermana
hablase a mi hermana  de la autoridad moral de los Estados que ha de ser
salvaguardada, de la dignidad de las personas que ha de ser protegida, de la
legalidad que ha de ser respetada, autoridad, dignidad y legalidad que, en este
caso, un Estado ha despreciado democráticamente y ha tirado alegremente a la
basura. De nada serviría decir que, salvada la distancia que pone entre unos y
otros el número de muertos, los procedimientos de unos y otros se han acercado
tanto que pueden llegar a confundirse.

Pero hay algo que a mi hermana
Mercedes no la dejará indiferente: la muerte de Bin Laden ha hecho más
vulnerable mi vida y la de tantos otros que, como yo, en cualquier lugar del
mundo, podemos ser la ‘cara de bofetadas’ en la que se desahoguen los
ofendidos por los Estados Unidos de América.