El problema está en que la Compañía mantiene unas instituciones, se sustenta sobre una economía y sostiene unas relaciones públicas que hacen de ella una institución perfectamente integrada en el sistema que genera tanta corrupción, tanta desigualdad y tanto sufrimiento
José M. Castillo s.j.
Revista Id y Evangelizad nº 42
Publicado enro de 2005
El problema está en que la Compañía mantiene unas instituciones, se sustenta sobre una economía y sostiene unas relaciones públicas que hacen de ella una institución perfectamente integrada en el sistema que genera tanta corrupción, tanta desigualdad y tanto sufrimiento…
Hace casi treinta años que la Congregación General 32, en su decreto 4º, afirmaba que la misión de la Compañía de Jesús hoy es el servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta (n.2). Treinta años es un tiempo suficiente para que un colectivo de hombres, de los que se supone que se toman la vida en serio y son sinceros (tal es el caso de los jesuitas), puedan comprobar si una decisión tan fuerte y de tan graves consecuencias, como la que se asumió en la CG 32, se tomó con toda seriedad y se está llevando efectivamente a la práctica en los tiempos que estamos viviendo. ¿Ha sido realmente así? Es decir, la fe que de hecho tenemos y vivimos los jesuitas ¿es una fe de la que se puede asegurar que la justicia constituye una exigencia absoluta? ¿Nos ve así la gente?
En enero del año 2000, el padre general advertía que, en el apostolado social, se manifiestan algunas debilidades preocupantes. Porque parecen ser cada vez menos y menos preparados los jesuitas dedicados al apostolado social. Pero, como es lógico, si de los jesuitas que se dedican al apostolado social se puede decir que cada vez son menos y están menos preparados, ¿qué habrá que decir (por lo que se refiere al tema de la justicia) de los que no se dedican a ese apostolado? Además, aquí conviene recordar que, según la CG 34 (d.2, n.15), la promoción de la justicia es un rasgo esencial dentro de nuestra misión. Lo cual está afirmando claramente que los jesuitas tenemos que vivir nuestra fe de manera que esa fe nos lleve derechamente a promover la justicia en el mundo, estemos donde estemos y sea cual sea el trabajo al que nos dediquemos. Sin embargo, parece que semejante planteamiento no pasa de ser un buen deseo, pero no es una realidad. O sea, existen indicadores suficientes para afirmar, con garantías de objetividad, que la Compañía de Jesús no está siendo fiel a la misión a la que se comprometió en la CG 32 y que después se ratificó en la 33 y la 34. Es cierto que, en los últimos cuarenta años, ha habido jesuitas que, por defender la justicia, los derechos humanos y la causa de los pobres, han renunciado a sus propios intereses, a su seguridad, su dignidad e incluso su propia vida. Pero han sido determinados jesuitas los que han hecho eso. Como es lógico, este juicio global sobre la actuación de la Compañía parecerá demasiado tajante o incluso inaceptable a algunas personas. Por eso, aquí es necesario recordar que ha sido precisamente en los últimos cuarenta años, desde que la Compañía se comprometió a vivir una fe que le llevase a luchar por la promoción de la justicia, cuando en el mundo se han producido los procesos económicos y políticos que han causado las mayores injusticias que ha conocido la humanidad. La economía y la política están siendo gestionadas en orden a enriquecer cada vez más a los ricos en detrimento de los pobres. El sistema económico y político que se nos ha impuesto produce inevitablemente estas consecuencias, como lo demuestra la experiencia de los últimos veinticinco años. Ahora bien, esto quiere decir que, en este momento, comprometerse seriamente por la promoción de la justicia lleva sin más remedio a asumir decisiones que generan conflictos con los poderes económicos y políticos. Porque lo que está en juego son intereses que se contradicen mutuamente. Y es que el desarrollo económico, es decir, la producción de bienes privados, ha resultado ser más importante y más eficaz que el desarrollo social, esto es, la producción de bienes públicos.
Así las cosas, el problema más grave que hoy tiene planteado la Compañía es que pretende cumplir el compromiso de promover la justicia, pero (de hecho) se quiere hacer eso manteniendo nuestra institución y nuestras obras integradas en el sistema dominante.
El sistema que produce tantas y tan graves injusticias. Sin duda que hoy existen jesuitas que no están de acuerdo con el sistema vigente y protestan contra él. Pero el problema no es ese. El problema está en que la Compañía mantiene unas instituciones, se sustenta sobre una economía y sostiene unas relaciones públicas que hacen de ella una institución perfectamente integrada en el sistema que genera tanta corrupción, tanta desigualdad y tanto sufrimiento.
Por supuesto, la Compañía atiende generosamente, en muchos lugares del mundo, a las víctimas del sistema. Pero tan cierto como eso es que la Compañía recibe importantes ayudas del sistema y, en no pocas cosas, se sustenta de él. He aquí la ambigüedad en que vivimos los jesuitas en este momento.
Es evidente que quienes, en 1975, redactaron y aprobaron el decreto 4º de la CG 32 no pudieron prever las consecuencias que iba a tener en el futuro el documento que redefinía la misión de la Compañía de Jesús. Esto es perfectamente comprensible. Lo que ya no es tan fácil de comprender es que, al redactar y aprobar aquel decreto, no se tuviera debidamente en cuenta que, si se le daba una nueva orientación a la misión de la Compañía, era igualmente necesario darle una nueva orientación también a la espiritualidad de la Compañía. En esto seguramente radica el defecto más importante de la CG 32. La misión se nos presentó orientada a promover la justicia. Pero sabemos que, en nuestra espiritualidad tradicional, basada en la espiritualidad de los Ejercicios, no se hace mención alguna de la promoción de la justicia. Es verdad que un hombre que ordena sus afecciones desordenadas, hasta llegar a vivir el tercer grado de humildad, está perfectamente capacitado para llegar a la generosidad más heroica en la promoción de la justicia. Pero tan cierto como eso es que la experiencia nos está enseñando que se puede vivir con toda generosidad el tercer grado de humildad y la contemplación para alcanzar amor sin ver en todo eso la ineludible necesidad de defender la justicia en el mundo, de manera que, si eso se hace en serio, se entra en el inevitable conflicto con el sistema establecido. La historia de la Compañía, en los últimos cuarenta años, es elocuente en este sentido. De hecho, los jesuitas que, por defender causas justas, han ocasionado serios problemas a la Compañía ante los poderes políticos y económicos o han dañado su imagen pública, con frecuencia se han encontrado solos, han sido vistos como hombres sospechosos o han vivido graves dificultades ante sus superiores. Nada de eso ha ocurrido por casualidad. Como tampoco puede ser casual que la rica renovación de los estudios sobre la espiritualidad de la Compañía apenas se hayan preocupado por los problemas relacionados con la justicia y la causa de los pobres en el mundo.
Mientras la espiritualidad de los jesuitas no se plantee de forma que seamos más sensibles al sufrimiento de la gente que a nuestra buena imagen y al buen funcionamiento de nuestras instituciones, es seguro que nuestra fe en Jesucristo no estará capacitada para asumir en serio la misión de promover la justicia en el mundo.v