La DESIGUALDAD INFORMATIVA en el mundo y el IMPERIALISMO CULTURAL de los países ricos .El SUR según el NORTE

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Una reflexión para EL DIA MUNDIAL DE LA LIBERTAD DE PRENSA. El Norte está en condiciones de imponer al Sur no solamente un colonialismo y una sucursalización de la verdad que recibe, sino un falso imaginario sobre sí mismo y una falsa consciencia sobre cuáles son sus autenticas necesidades y su verdadera identificación.




Si un periódico en Yaundé (Camerún) quiere saber quién ha ganado las elecciones en Bangui (en la vecina República Centroafricana) deberá enterarse a través de las agencias internacionales France Press o Reuters, ambas europeas. Una noticia sobre lo que sucede en Ghana viaja primero a Londres antes de llegar por teletipo a los diarios de Nigeria. Los sucesos de la guerra de Vietnam eran recibidos por su vecina Malasia a través de las agencias de Londres y Nueva York. Cinco agencias de prensa distribuyen el 96% de las noticias mundiales. El Sur sufre la paradoja de ser contado por los mismos que ejercen sobre él la dominación económica. El desequilibrio geopolítico en la posesión de los medios otorga al Norte la posibilidad de conformar la realidad del Sur, de desintegrar la riqueza de sus culturas y de delimitar los parámetros de lo que existe y lo que no.

EEUU, Japón y la Unión Europea controlan el 90% de la información y la comunicación de todo el planeta. En 1980 cuatro de cada cinco mensajes emitidos en el mundo provenían de los Estados Unidos. Hoy, la situación es semejante, pero con mayor monopolio en las nuevas tecnologías y en el sector de la imagen: el 80% de los programas audiovisuales que se producen en el mundo son estadounidenses. Los países pobres (el 75% de la humanidad) controlan únicamente el 30% de la producción de periódicos. De cada 100 palabras de información que se difunden en América Latina, 90 provienen de cuatro agencias de prensa internacionales (Associated Press, Reuter, France Press y EFE). Ante este panorama la libre circulación de información se convierte en una metáfora de lo imposible.

En 1999, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) advertía que «la industria mundial de la recreación y los medios de comunicación está dominada por un puñado de grandes empresas que controlan tanto las redes de distribución, como la programación, incluidas las noticias y las películas, enviadas por televisión de cable y satélite a los hogares de todo el mundo». De las primeras 300 empresas de información y comunicación, 144 son norteamericanas, 80 son de la Unión Europea y 49 japonesas.

La fijación del pensamiento único impuesto desde el Norte a través de sus altavoces mediáticos redunda en la concepción de un único mundo posible, con un único sistema económico viable y con un unificado concepto de desarrollo. Las consecuencias: distorsión de la realidad del Sur, globalización de los valores de la sociedad de mercado, pasividad social, enajenación, irremedismo… Como decía el escritor francés Paul Valery, «la política es el arte de evitar que la gente tome parte en los asuntos que les conciernen.»

El que tiene poder para emitir, tiene el poder de configurar la realidad. La imagen del Sur es un fotograma en blanco y negro. Violencia, catástrofes, pobreza, hambre, guerras, ignorancia… Las guerras que interesa magnificar se engrandecen y se colocan en el punto de mira de la comunidad internacional. Las guerras que libra el Sur se presentan como irracionales y violentas. Aquellas que libra el Norte siempre son guerras humanitarias, «limpias», como la Guerra del Golfo, una guerra sin muertos, narrada por la CNN cuyas únicas víctimas parecían ser unos cormoranes bañados en petróleo.

Frente a la dramática imagen que difunden los informativos, la publicidad ofrece la otra cara de la moneda: un Sur idílico, de playas paradisíacas, con indígenas afables… Como sostiene el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, «el Sur siempre es un paraíso o un infierno, pero nunca un país normal, un pueblo normal». El Sur es víctima de esta esquizofrenia que convierte su voz en silencio y su realidad en una película deformada por intereses políticos y comerciales.

«El Norte está en condiciones de imponer al Sur no solamente un colonialismo y una sucursalización de la verdad que recibe, sino un falso imaginario sobre sí mismo y una falsa consciencia sobre cuáles son sus autenticas necesidades y su verdadera identificación», afirma el escritor Vázquez Montalván en el libro «La aldea babel». Así se generalizan prejuicios y tópicos, por ejemplo que «el desarrollo del Norte no es fruto de la explotación del Sur y de la creciente desigualdad, sino que el Norte es así porque se lo merece; porque a lo largo de su coyuntura histórica ha sido más listo; porque ha incorporado antes la modernidad y por lo tanto ha conseguido un final feliz de hegemonía universal.»

El actual orden mundial informativo, defendido por las grandes multinacionales, se encuadra en la teoría del «free flow», formulada en 1942 por el director de la agencia Associated Press, Kent Cooper. La teoría consagra el libre flujo de información en manos de las empresas privadas que garantizarían la libertad de información frente a cualquier control estatal o gubernamental. La defensa del «free flow» afectaba directamente los intereses estratégicos de EE.UU. durante la Guerra Fría. Ya en 1945 el secretario de Estado J. Foster Dulles afirmó: «Si me obligasen a escoger un único principio de política exterior escogería la libre circulación de información»

En 1980 la UNESCO apostó con decisión por variar ese imperialismo informativo y cultural que ponía en peligro la libertad de información y la diversidad de las culturas. Para ello, elaboró el conocido Informe Mac Bride presentado en Belgrado bajo el título «Un sólo mundo, voces múltiples». El Informe fue impulsado por el Movimiento de los Países No Alineados, fundado en la Conferencia de Bandung en 1955, y que defendía que toda propuesta de un nuevo orden económico debería ir acompañado por un nuevo orden de comunicación. El estudio asentaba las bases para el fortalecimiento de la independencia y el autodesarrollo de las culturas locales y dejaba al descubierto el monopolio de los países del Norte en los flujos de la comunicación, así como la imposibilidad de los países del Sur para intervenir en los contenidos informativos. La UNESCO planteó en aquel momento la necesidad fundamental de integrar la información al desarrollo y la comunicación como elemento de cooperación. La información no era mercancía, sino un bien social y se apostaba por una mayor participación de organizaciones como ONG, sindicatos y universidades en los medios de comunicación. Demasiado para EE.UU., que a fines de 1984, junto a Gran Bretaña y Singapur, acusaron a la UNESCO de restringir la libertad de prensa y la iniciativa privada, y de predicar consignas prosoviéticas. Era un aviso claro: estaban en juego no sólo los beneficios comerciales, sino los intereses políticos y económicos de la superpotencia en todo el mundo. EE.UU. decidió dejar de pagar sus cuotas a la UNESCO lo que dejó a la Organización para la Educación y la Cultura en una situación económica precaria.

En estos veinte años, después de aquel frustrado intento de democratizar la información, las fusiones entre las empresas de la comunicación y el poder de las nuevas tecnologías han incentivado aún más la marginación del Sur. La llegada de Internet ha abierto nuevas posibilidades para la creación de redes alternativas de información, pero también ha redundado en la desigualdad. El 20% más rico de la población mundial acapara el 93% de los accesos a Internet, frente al 20% más pobre, que apenas tiene el 0,20% de las líneas. Las 10 principales empresas de telecomunicaciones controlan el 86% del mercado. Según los expertos se prevé que pronto en el sector de la informática y las telecomunicaciones no habrá más que ocho empresas a escala mundial, todas del Norte.

Los retos de la información siguen siendo constituir a la sociedad civil en protagonista del proceso informativo, reconocer el derecho del individuo a ser sujeto y no objeto de la comunicación, fomentar la solidaridad y no el conflicto, la distribución más justa en la propiedad de los medios, incentivar el mestizaje y preservar la diversidad de las culturas.

Sin embargo, como sostiene el escritor Ernesto Sábato, «trágicamente, el mundo está perdiendo la originalidad de sus pueblos, la riqueza de sus diferencias, en su deseo infernal de clonar al ser humano para mejor dominarlo».


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