La dignidad del trabajo

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En una sociedad en la que la lacra del paro se extiende no podemos olvidar el rostro de millones de personas afectadas.

La vida rota de familias enteras, el fracaso de los jóvenes, la desesperación de las personas de mediana de edad que no encuentran nada, la preocupación por no poder pagar la hipoteca ni un alquiler, la desesperación que provoca que por cuatro duros uno haga lo que sea. Las colas del INEM para solicitar una limosna son interminables y tan sólo son equiparables a las que se forman ante cualquier oferta de empleo, sea la que sea. La situación se agrava día a día y la están pagando los que menos tienen.

La supervivencia del día a día acaba convirtiéndose en la norma de vida de la que se aprovechan los que no tienen escrúpulos. Las preguntas se amontonan en la cabeza. ¿Cuántos que se encuentran ahora parados podrán volver a trabajar? ¿En qué condiciones? No podemos olvidar que el trabajo es un bien de todos que debe estar disponible para todos aquellos capaces de él. La plena ocupación, no es un sueño, es un objetivo obligado para todo ordenamiento económico que esté orientado a la justicia y al bien común.

Este criterio es esencial. Así el conocido como paro estructural cuestiona la moralidad del sistema económico y ya no digamos si además se genera el paro con objeto de sacar más beneficio a costa de rebajar los derechos del trabajador. Los problemas laborales reclaman la actuación del Estado, al cual compete el deber de promover políticas que favorezcan la creación de oportunidades de trabajo. El ser humano desarrolla su propia
vocación en el trabajo y es lo que otorga al trabajo su peculiar dignidad, que impide considerarlo como una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización productiva.

El trabajo es expresión esencial de la persona. Cualquier forma de materialismo y de economicismo que intente reducir el trabajador a un mero instrumento de producción, a simple fuerza de trabajo, a un valor exclusivamente material, acabaría por desnaturalizar irremediablemente la esencia del trabajo, privándolo de su finalidad más noble y profundamente humana.

Hay que buscar incesantemente el fomento de un trabajo digno. Es un derecho y un deber.

Es un derecho porque el ser humano se desarrolla como tal trabajando y no en el paro. El trabajo es necesario para formar y mantener una familia, poder tener una vivienda digna y también contribuir al resto de la sociedad que se enriquece con sus frutos.

El trabajo es también una obligación, un deber. El hombre debe trabajar porque el Creador se lo ha ordenado y debe responder a las exigencias de sostenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo se perfila como obligación moral con respecto al prójimo, que es en primer lugar la propia familia que se debe mantener, pero también la sociedad a la que pertenece; la Nación de la cual se es hijo o hija; y toda la familia humana de la que se es miembro: somos herederos del trabajo de generaciones y, a la vez, artífices del futuro de todos los hombres que vivirán después de nosotros.