La esclavitud infantil en el siglo XIX

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Nunca se escribirá bastante sobre los males de la esclavitud de los niños. Nunca se escribirá bastante sobre los males físicos, psíquicos, intelectuales y morales padecidos por los niños condenados al trabajo.

Hoy, al igual que en el siglo pasado, 400 millones de niños esclavos nos claman JUSTICIA. Esto es un CRIMEN VERGONZOSO, un verdadero crimen político y sindical que debe abolirse YA.

«En el Staffordshiere descienden a los pozos a la edad de nueve años, muchas veces incluso a los siete u ocho. (…) Los subterráneos son muy estrechos, el aire está enrarecido, la humedad es extrema, los niños son obligados a trabajar allí normalmente con los pies en el agua»

Informe de Lord Ashley al Parlamento británico, julio de 1842

«Desnuda hasta la cintura, una muchacha inglesa, durante doce y a veces dieciséis horas diarias, tira ayudándose de manos y pies de una cadena de hierro que, sujeta a un cinturón de cuero, se arrastra entre sus piernas enfundadas en pantalones de lona, para transportar cubetas de carbón»

Disraelí: Sybil, or the Two Nations. 1845.

«Trabajo en el pozo de Gawber. No es muy cansado, pero trabajo sin luz y paso miedo. Voy a las cuatro y a veces a las tres y media de la mañana, y salgo a las cinco y media de la tarde. No me duermo nunca. A veces, canto cuando hay luz, pero no en la oscuridad, entonces no me atrevo a cantar. No me gusta estar en el pozo. Estoy medio dormida a veces cuando voy por la mañana. Voy a escuela los domingos y aprendo a leer. (…) Me enseñan a rezar (…) He oído hablar de Jesucristo muchas veces. No sé por qué vino a la tierra y no sé por qué murió, pero sé que descansaba su cabeza sobre piedras. Prefiero, de lejos, ir a la escuela que estar en la mina.»

Declaraciones de la niña Sarah Gooder, de ocho años de edad. Testimonio recogido por la Comisión Ashley para el estudio de la situación en las minas, 1842

«Tenía yo 7 años cuando empecé a hilar lana en una fábrica. La jornada de trabajo duraba desde las cinco de la mañana hasta las ocho de la noche, con un único descanso de treinta minutos a mediodía para comer.

Teníamos que tomar la comida como pudiéramos, de pie o apoyados de cualquier manera. Así pues, a los siete años yo realizaba catorce horas y media de trabajo efectivo.

En aquella fábrica había alrededor de cincuenta niños, más o menos de mi edad que, con mucha frecuencia, caían enfermos. Cada día había al menos media docena de ellos que estaban indispuestos por culpa del excesivo trabajo»

Fragmento del relato de un obrero hecho ante una comisión de trabajo en las industrias, que se realizó en Inglaterra en el año 1832

En 1832, Elizabeth Bentley, que por entonces tenía 23 años, testificó ante un comité parlamentario inglés sobre su niñez en una fábrica de lino. Había comenzado a la edad de 6 años, trabajando desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde en temporada baja y de cinco de la mañana a nueve de la noche durante los seis meses de mayor actividad en la fábrica. Tenía un descanso de 40 minutos a mediodía, y ese era el único de la jornada. Trabajaba retirando de la máquina las bobinas llenas y reemplazándolas por otras vacías. Si se quedaba atrás, «era golpeada con una correa» y aseguró que siempre le pegaban a la que terminaba en último lugar. A los diez años la trasladaron al taller de cardado, donde el encargado usaba correas y cadenas para pegar a las niñas con el fin de que estuvieran atentas a su trabajo. Le preguntaron ¿se llegaba a pegar a las niñas tanto para dejarles marcas en la piel?, Y ella contestó «Sí, muchas veces se les hacían marcas negras, pero sus padres no se atrevían a ir al encargado, por miedo a perder su trabajo». El trabajo en el taller de cardado le descoyuntó los huesos de los brazos.

Fuente: Bonnni Anderson. Historia de las mujeres: una historia propia, 1991

«Los niños entran a las cinco o seis de la mañana y no salen hasta las siete u ocho de la tarde, pasan catorce horas encerrados en talleres insalubres en medio de una atmósfera sofocante, apenas tienen reposo y a veces mientras trabajan deben comer un bocadillo en medio del polvo. Los deshechos se infiltran en sus pulmones y pierden el apetito.

No hay asientos, sentarse es contrario al reglamento (…) No se logra de los niños un esfuerzo tan prolongado más que por el terror, los niños deben llegar por la mañana a la hora precisa o de lo contrario son cruelmente castigados, se les golpea con una pesada barra de hierro (el billy-roller), a veces son los propios padres quienes pegan a sus hijos para evitarles castigos más brutales (….).Con el corazón oprimido los padres tienen que llevar a sus hijos a la fábrica; pero no pueden hacer otra cosa porque saben que, si no hacen trabajar a sus hijos la parroquia les dejará morir de hambre: solo tienen derecho al socorro si sus hijos trabajan».

El trabajo de los niños en las fábricas inglesas de hilados de algodón, según el relato de Dolléans.

«No tengo más ropa que la de mi trabajo: algunos pantalones y una chaqueta rota…Arrastro las vagonetas bajo tierra a lo largo de media legua, ida y vuelta. Las arrastro durante once horas diarias con la ayuda de la una cadena atada a mi cintura. Las heridas que tengo en la cabeza me las he hecho descargando vagonetas. Los hombres del equipo al que estoy atado trabajan desnudos, salvo el casco en la cabeza. Algunas veces cuando no soy rápido, me golpean.»

Manifestaciones de un niño trabajador de doce años