La falsa evidencia de un PP católico

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¿Cómo es posible que algunos dirigentes del PP estuvieran situados en la zona reservada a los curas y a los diversos ministerios litúrgicos en la misa de Colón del pasado día 28? ¿Cómo es posible que la denominación de Mayor Oreja como candidato del PP a las europeas sea noticia en las páginas de religión? ¿En qué piensan los periodistas católicos cuando piden el voto al PP, aún reconociendo que es un partido abortista? El grupo Eugenio Merino contesta a estas y otras preguntas: siguen a Maquiavelo y no el testimonio de Santo Tomás Moro.

Decía Rovirosa que la mentalidad de una persona se sostiene en las evidencias que configuran su conciencia; se trata de certezas adquiridas y no necesariamente verificadas racionalmente, sino que forman parte del patrimonio interior adquirido desde niño en el seno de una familia o de un grupo determinado.


 A algunas de estas evidencias los antropólogos las llaman «dictados tópicos» en cuanto que dictan unas normas sobre cómo son los habitantes de un determinado lugar; ya se sabe, que si los catalanes y milaneses son laboriosos y los andaluces y napolitanos vagos; o si las mujeres son cotillas y los hombres fuertes y valientes. Otras son más modernas y tienen que ver con la pertenencia a un equipo de fútbol o con vestir determinadas modas o marcas, que llegan a clasificar a los jóvenes en tribus. Hasta hay algunas de ellas que tienen que ver con la comprensión política desde la pertenencia a una nación a la afiliación espontánea a un determinado partido; hay quien es muy español o muy catalán, o se define como de derechas o de izquierdas «de toda la vida», sin que en realidad sepa definir muy bien por qué, pero lo defenderá visceralmente.


 Todas estas evidencias interiores tienen una poderosa influencia en cómo se relacionan las personas con su entorno, en sus decisiones morales y en el trato de unos grupos con otros. Pensemos, por ejemplo, lo distinto que es plantearse la paternidad cuando era evidente aquello de «hijo sólo hijo bobo» o cuando a la que tiene tres hijos todos le llaman «coneja» en su oficina o en el ascensor de su casa. Pensemos las consecuencias de que durante décadas la sociedad vasca haya dicho «algo habrá hecho» cuando ETA mataba, y las víctimas tuvieran un entierro vergonzoso y sin autoridades a las 8,00 de la mañana antes de trasladar el féretro a un pueblo de Extremadura. Estas evidencias acaban siendo una falsa conciencia de lo que está bien y lo que está mal, previa a toda convicción moral e impuesta por la vía de los hechos a la decisión personal.






¿Qué ocurre cuando los que pertenecen a partidos que mataron en la Guerra Civil se creen que sólo hubo barbaridades imputables al otro bando?

Pero qué ocurre cuando estas evidencias no son sólo pensamiento de un colectivo sino que hay quien las convierte en pensamiento institucional. ¿Qué ocurre cuando las regiones privilegiadas por el Franquismo creen evidente que fueron sus víctimas y negocian cobrándose siempre «deudas históricas» interminables? ¿Qué ocurre cuando los que pertenecen a partidos que mataron en la Guerra Civil se creen que sólo hubo barbaridades imputables al otro bando? ¿Qué ocurre cuando alguien se cree que defiende «las libertades» restringiendo la libertad religiosa de los padres, con la convicción de que está librando a la sociedad de opresiones ancestrales? Estas evidencias aplicadas a la ley se convierten en otras tantas injusticias que niegan, nada menos, que los principios que dicen defender.


 Algo parecido ocurre con los medios confesionales católicos en España. Parece que ni la nefasta experiencia del pasado, ni la afirmación del Concilio de que la Iglesia no está ligada a ninguna ideología o partido, los libra de la evidencia de que la Iglesia y la derecha son lo mismo. Basta ver las informaciones sobre el encuentro de familia en Colón el pasado diciembre: fotos de políticos del PP en primera línea. Políticos que aunque estos medios dicen que fueron de «incógnito» se ve por la foto que alguien de la organización los colocó en la zona reservada al presbiterio y la prensa; lo que muestra que en el obispado de Madrid hay alguien que los considera representantes eclesiales como lo son los sacerdotes o ministros de la comunión que ocupaban ese lugar, ¿o lo que querían era tenerlos a tiro de los objetivos de la prensa? Una comprensión de las cosas que se hace evidente cuando en los días siguientes la nominación de uno de ellos como cabeza de lista a las Europeas por el PP pasa a ser noticia eclesial en los boletines que emite ese obispado y en las páginas de religión de la COPE.


 La perversión del tema se las trae, ya que no es un despiste. Otra de las periodistas católicas más puntera lo hacía patente en el Congreso de la Familia organizado este curso por la Diócesis de Alcalá. Cristina López Schlichting lo dijo explícitamente: el primer objetivo es no dividir al PP para poder desbancar a Zapatero y para ello es preciso dejar de lado las cuestiones morales. Una afirmación que la misma periodista reconoció que es inmoral, pues reconocío que el PP esta de acuerdo con la Moral en menos de un 30%, pero que aún así es más importante mantenerlo unido que plantearse la erradicación del aborto o cuestionar a la administración del PP en el ayuntamiento y la comunidad de Madrid por dispensar la píldora del día después a menores sin ni siquiera saberlo sus padres. Es decir, su propuesta es alcanzar el poder y no perder las cotas de influencia que le queden a la democraciacristiana dentro del PP, y esto le parece más importante que la vida de millones de inocentes o la educación moral de nuestros jóvenes.


 En teoría política esta inmoralidad sin disimulo tiene un nombre: Maquiavelismo, en recuerdo de Maquiavelo que proponía aquello de que «el fin justifica los medios». De modo que, como para él lograr el poder y mantenerlo son el principal fin de la política, todo vale para conseguirlo. Este parece ser el argumento de quienes ignoran la moral cuando miran al PP y se rasgas las vestiduras –gesto muy farisaico por cierto- cuando las mismas propuestas vienen de parlamentarios o gobiernos autonómicos de lo que ellos llaman la izquierda.


 Frente a ellos Juan Pablo II puso como patrono de los gobernantes y políticos a Santo Tomás Moro, tan culto, moderno y humanista como Maquiavelo, pero no por ello tan pragmático e inmoral como él. Al contrario Santo Tomás Moro demostró su humanismo y modernidad poniendo el primado de la conciencia que sirve al bien y la verdad por encima de su propia conveniencia, no sólo de su conveniencia política para mantener el puesto como Canciller, sino de su misma conveniencia personal y familiar, jugándose la vida hasta el martirio por no ceder a las inmoralidades contra el verdadero sentido de la familia que le obligaba a acatar su rey. No solo perdió el puesto, sino que dio su vida en el martirio; y por ello es patrón de los legisladores y políticos que en el siglo XXI van a ser perseguidos si defienden la Cultura de la Vida frente a la Cultura de la Muerte.


 Y ahí esta el meollo de la cuestión. Juan Pablo II sitúa el pragmatismo y el utilitarismo como parte de esa estructura de pecado que es la Cultura de Muerte; y pragmático es lo que propone ser Maquiavelo, o Dña. Cristina que nos pide votar a un partido que ella misma considera contrario en más de un 70% a la moral Cristiana. ¿Y, por qué a ese y no a otro? Puestos a votar  conscientemente por la inmoralidad se podría votar a cualquier otro. ¿O es que quieren llevar a la Iglesia española a repetir la penosa identificación con la derecha, que según el obispo Moro Briz fue la causa de su enfrentamiento con los pobres en la primera mitad del silo XX?


 Parece que para ellos Iglesia y derecha han de ser lo mismo. Y atrapados en esta falsa evidencia se niega el discernimiento evangélico que nos pide la Doctrina Social de la Iglesia. En este discernimiento los principios del Mandamiento Nuevo, de la Justicia del Reino y de la solidaridad del Cuerpo Místico siempre se anteponen a cualquier conveniencia y al peso de nuestra vieja mentalidad. Mentalidad que el Reino exige que sea convertida y que Juan Pablo II dice que debe cambiar para salir de la tiranía en nuestras conciencias de las evidencias de una Cultura de Muerte.


 Se trata de poner en práctica lo que el Vaticano ha anunciado que hará con las leyes italianas: no se admiten de entrada sin haber pasado por un juicio moral cristiano. Una buena aplicación de lo que la enseñanza de la Iglesia nos pide para ser testigos de la novedad de vida del Evangelio. No atarnos a ideologías, a pre-comprensiones, a evidencias ancestrales ni a tópicos irreflexivos, que son un escándalo que impide a la Iglesia dar testimonio de la novedad del Evangelio y ser en verdad defensora de los pobres y débiles a los que las evidencias de esta sociedad pragmática y capitalista condena a muerte.


 Vayamos por el camino de Santo Tomás Moro, que las senda de Maquiavelo ya sabemos que consecuencias tiene: 100.000 personas muriendo de hambre cada día, otras más de 100.000 abortadas solo en España cada año, y el paro que va a alcanzar los cuatro millones; una Europa que se blinda contra los pobres y hace directivas en que a los emigrantes se los retiene más tiempo que a los terroristas. A la hora de votar pensemos en ellos, que son Cristo delante de nosotros, y no en afiliaciones políticas que –como decía Pablo VI hablando del pluralismo político entre los católicos- no son sino la muestra de que estamos vendidos a unos u otros intereses, no por inconfesables menos evidentes por sus perversas consecuencias.