Nuestro Salvador ha venido a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4,16-18): los gestos más importantes sobre los que serán juzgados sus discípulos son el amor y la ayuda prestados a los hermanos y hermanas víctimas de toda clase de pobreza. ´Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era un extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme… Cada vez que lo habéis hecho a uno de estos más pequeños que son mis hermanos, a mi me lo habéis hecho´ (Mt 25,35-40; He 9,5). Jesucristo se identifica con los pobres, con los desprovistos, con los necesitados de amistad y ayuda. Esto debe cumplirse en la Iglesia que es ´Cristo extendido y comunicado´.
Por Robert Lebel, obispo de Valleyfield (Canadá), en el Sínodo sobre la Familia.
1. OPCIÓN POR LOS POBRES
Nuestro Salvador ha venido a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4,16-18): los gestos más importantes sobre los que serán juzgados sus discípulos son el amor y la ayuda prestados a los hermanos y hermanas víctimas de toda clase de pobreza. «Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era un extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme… Cada vez que lo habéis hecho a uno de estos más pequeños que son mis hermanos, a mi me lo habéis hecho» (Mt 25,35-40; He 9,5). Jesucristo se identifica con los pobres, con los desprovistos, con los necesitados de amistad y ayuda. Esto debe cumplirse en la Iglesia que es «Cristo extendido y comunicado».
Es normal que la Iglesia se convierta a una opción preferencial por los pobres. Las familias pobres del mundo tienen un lugar importante en este Sínodo que trata de la familia en nuestro mundo. Les decimos nuestra solidaridad. Esperan algo de la Iglesia, pero también la Iglesia las necesita.
2. SOLIDARIDAD CON LAS FAMILIAS POBRES.
Deseamos desarrollar en la Iglesia una mayor solidaridad con las familias que sufren, que son pobres y padecen privaciones. Es fácil ignorar el mal que hace sufrir a los otros, sobre todo si media una distancia material o cultural. Esta ignorancia es un pecado; no tenemos derecho a desatender este grito de llamada.
Nuestras familias sufren la pobreza en grados diversos y frecuentemente de un modo grave. Esta pobreza es la carencia de recursos que les permitan ofrecer a la familia los bienes necesarios: vivienda decente y suficientemente grande, alimento, vestido, seguridad, cuidados sanitarios, acceso a la educación, ocio. Esta pobreza es a veces un problema inmenso e insoluble. Es, a su vez, la fuente de otros problemas que afectan gravemente a la vida familiar: enfermedad, a veces la muerte prematura de los padres y de los hijos, falta de entendimiento, derivada de la carencia de espacio vital o de los medios materiales, la tensión de ahí resultante, desplazamientos y separaciones de las personas, etc.
Las familias pobres son también las desprovistas de poder, incapaces de hacerse oír para defender sus derechos. También hay familias pobres porque carecen de amistad y apoyo, porque son víctimas de la soledad: familias de emigrantes, desplazados, lejos de sus parientes y amigos, familias de un solo padre, sin apoyo exterior.
Tampoco hay que olvidar a todas las personas cuya máxima pobreza es la carencia de familia: personas solas, ancianos abandonados, prisioneros, enfermos en los que nadie piensa, todos los que no tienen familia ni grupo de pertenencia.
Pensamos también en los niños no amados, abandonados, rechazados por su padres, en los adolescentes que tienen dificultades para reencontrarse en un mundo egoísta y para ser aceptados en su medio.
A todas las personas y familias que son víctimas de cualquiera de estas formas de pobreza, les decimos: Lo que experimentáis, lo que os hace sufrir no es querido por Dios. La Palabra de Dios, el Espíritu de Dios, nos interpelan para que juntos hagamos algo con el fin de que cese la situación que os perjudica. Aceptar esta situación, colaborar con ella, o no hacer nada para cambiarla es un pecado, un mal que Dios no acepta y cuya corrección pide (Is 1,16; Sal 21,25; 75,10; 139,13, etc.).
3. MISIÓN DE LAS FAMILIAS POBRES EN LA SALVACIÓN DE LA FAMILIA.
El Señor ha dicho: «Bienaventurados los pobres» (Mt 5,3), pero no «Bienaventurada la pobreza». Ésta es un mal, producto de una distribución injusta de los recursos materiales, culturales y espirituales puestos por Dios a disposición del hombre (Gén 1,26-31), fruto de una organización social inadecuada y del pecado de los hombres.
El Señor ha dicho: «Bienaventurados los pobres», pues ellos son portadores de esperanza y de una apertura de corazón que favorecen la acogida de la salvación. Los pobres tienen ya en ellos los valores del Reino o, al menos, un terreno favorable y acogedor que permite el desarrollo de esos valores. El Señor revela sus secretos a los pequeños y a los humildes (Lc 10,21), a los que no tienen pretensiones, a los que no se fían de sus propios medios, a los que dejan vivir en sí mismos un corazón de niño (Mc 10,15).
Nos dirigimos a las familias pobres no sólo porque sentimos la responsabilidad de ofrecerles la esperanza del Evangelio y el apoyo de la Iglesia en su reivindicación de la justicia; nos dirigimos a ellas para que nos ayuden a salvar a la familia, todas las familias del mundo, en especial a las que acogen la esperanza cristiana.
«La salvación por los pobres»: esta ley de evangelización encuentra aquí su aplicación particular: «La salvación de la familia por las familias pobres».
En las familias pobres encontramos valores que ayudan a la salvación y al florecimiento de la familia: un sentido del compartir y de la solidaridad, una gran generosidad, una fecundidad mayor, una apertura a las reformas sociales y una aptitud para acoger la Palabra de Dios con toda su fuerza liberadora.
Acogiendo el Evangelio, las familias pobres encuentran por sí mismas el camino de su liberación. Ayudarán al mundo a reencontrar la justicia y el sentido del compartir que quiere el Creador. Los pueblos más acomodados deben solidarizarse con los pueblos desfavorecidos, apoyar sus esfuerzos y dejar de explotarlos. Denunciamos la voluntad de los países ricos de imponer a las familias del Tercer Mundo su mentalidad y sus métodos contraceptivos, de esterilizarlos antes que compartir con ellos las riquezas del globo.
Todos los deseos, todas las expectativas, todas las hambres que anidan en las familias pobres son una tierra acogedora para la simiente del Evangelio y para los valores cristianos y humanos que salvarán la familia y la conformarán al proyecto de Dios.
Deseamos que las familias pobres acojan el mensaje evangélico dirigido a las familias y nos lo interpreten por medio de sus reacciones y su praxis. Es fácil que los pueblos acomodados tengan dificultad en comprender lo que los pueblos pobres aceptan de entrada. Tenemos un ejemplo en la acogida que los pueblos pobres prestan a los métodos naturales de planificación de la natalidad, métodos portadores de grandes valores para la pareja y para la familia. Por su parte, las familias de refugiados que llegan a la indigencia más completa, nos descubren con frecuencia la gran riqueza humana de su solidaridad, de su sencillez, de su sobriedad y de su sentido de responsabilidad.
4. CONCLUSIÓN
A las familias pobres les decimos: que el Señor no dé oídos y un corazón atento para escuchar vuestro grito; que junto con vosotros encontremos el medio de corregir la situación que os oprime y de hacer desaparecer vuestra miseria. Pero os pedimos nos ayudéis a adquirir vuestro corazón de pobre y todos los valores que ese corazón es capaz de comprender y de promover para la salvación de la familia en el mundo.