En la Lumen Dei el papa Francisco nos introduce en la firmeza de la fe de un pueblo pobre que camina a un futuro de comunión y justicia
Muchas veces hemos escuchado a Julián Gómez del Castillo que no existen problemas de fe sino falta de vida solidaria y ésta es la enseñanza del papa Francisco en su primera encíclica, donde nos presenta la fe como un encuentro con Dios-amor que sostiene firmemente nuestra vida en un camino hacia la comunión-solidaridad.
La encíclica presenta la firmeza de la fe, la firmeza del amén y de la fidelidad, frente al miedo a la verdad que compromete, tan característico del mundo actual. Habla de una experiencia comunitaria que supera el individualismo que encierra al hombre en el laberinto de sus propias búsquedas y sentimientos. Y repite una y otra vez que se trata de ponerse en camino para construir un futuro de justicia mirando al mundo con la luz del amor de Dios que es solidaridad de tres personas y entrega en la cruz de Cristo.
El mismo texto es un ejercicio humilde de solidaridad al presentar un escrito de su antecesor Benedicto XVI que completa su trilogía sobre las tres virtudes teologales. Una encíclica que nos sitúa en las raíces del Nuevo Testamento y en la espiritualidad de los pobres, de esas personas curtidas en el sufrimiento que han abierto el camino de Dios incluso a los santos.
Francisco habla de la luz de la fe y de su grandeza que abarca toda la existencia humana abriendo un camino de esperanza al futuro y llegando a lo más profundo de las tinieblas del pecado y de la muerte. Una fe que saca al hombre moderno tanto de las cadenas del miedo al futuro como de la prisión de su propio yo autorreferencial, que le hace pasar como certezas lo que solo son sentimientos y opiniones individuales. Una fe que potencia la razón en su mirada a la verdad y que enriquece la ciencia, dándole un marco más amplio en el que comprender el origen y meta de todo lo que existe.
La fe se presenta como una experiencia social que se vive en comunidad. Es la fe de un pueblo, de toda la Iglesia que continúa el camino de Israel iniciado en la respuesta de Abraham a la llamada de Dios. Y es una luz que ilumina el conjunto de la existencia humana, en particular la vida política que encuentra un sólido fundamento para el camino al bien común: el amor del Padre que nos llama a la fraternidad y nos descubre la dignidad de cada hombre, la fecundidad del amor del hombre y la mujer que crea familia y educa a sus hijos recreando así a la sociedad, el respeto a la naturaleza y el perdón sobre el que construir una ciudad para la familia humana.
Nos presenta la fe en todo su potencial transformador de la persona y de la sociedad. Acogiendo el amor de Dios que se nos entrega en Cristo las personas son transformadas por el Bautismo alcanzando la plenitud de la vida humana. Y se abre un horizonte para todos los hombres que parecía cerrado por el fracaso de tantos proyectos históricos y la reducción de los programas y lucha a un escenario cerrado en el tiempo sin aspirar a mayor justicia. Los creyentes son aquellos que amando con el amor del mandamiento nuevo sostienen el camino de la humanidad en la esperanza de construir una nueva ciudad en justicia.
El día que publicó la encíclica el Papa anunció su primer viaje, a encontrase con las víctimas de la inmigración en Lampedusa. No ha querido dejar de evidenciar lo que afirma en el texto: que es en el sufrimiento de los empobrecidos donde él encuentra, lo mismo que san Francisco de Asís, la presencia de Dios que es fuente de amor, fe y esperanza. No ha querido dejar de evidenciar que la luz de la fe nos hace descubrir en los pobres la dignidad de hijos de Dios que niega un relativismo que nos seduce con las pompas de jabón de la sociedad de consumo. Y que esta luz abre un camino para luchar por una humanidad que sea como Dios la ve, una familia de hermanos.