Fue necesario que estuviera amenazado el suministro de petróleo a Occidente para que los gobernantes del mundo se ocuparan de Africa. Y de sus reservas petroleras. Pero esta fiebre no alegra a los africanos de a pie, que son conscientes de la «maldición» que se avecina…
Sanou Mbaye
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El autor es un economista senegalés que trabajó en el Banco Africano de Desarrollo. El artículo es de Project Syndicate y ha sido traducido por Zoraida J. Valcárcel para La Nación (Buenos Aires).
Fue necesario que estuviera amenazado el suministro de petróleo a Occidente para que los gobernantes del mundo se ocuparan de Africa. Y de sus reservas petroleras. Pero esta fiebre no alegra a los africanos de a pie, que son conscientes de la «maldición» que se avecina: corrupción, conflictos y desastres ecológicos y la certidumbre de que los petrodólares exacerban la pobreza en lugar de curarla. Esta tendencia sólo puede revertirse rindiendo cuentas claras. Pero tanto las multinacionales como los políticos africanos tienen motivos de sobra para evitar la transparencia.
Es preciso que el suministro de petróleo se vea amenazado para que los gobernantes del mundo se ocupen de Africa. Los estadistas viajeros suelen pasarla por alto, pero recientemente la visitaron, entre muchos otros, los presidentes de Estados Unidos, China y Brasil, y el canciller alemán. Como es habitual, en sus declaraciones públicas se refirieron al desarrollo del continente, su pacificación y la lucha contra el SIDA. Pero todos pensaban en el petróleo.
Se está incubando una fiebre del oro negro. La seguridad nacional de todos los países desarrollados depende de un suministro constante de petróleo y el Africa subsahariana posee el 8 por ciento de las reservas mundiales conocidas. En 2002, Nigeria produjo 2,1 millones de barriles diarios; Angola, 900.000; el Congo, 283.000; Guinea Ecuatorial, 265.000; Gabón, 247.000; Sudán, 227.000; Camerún, 75.000; Sudáfrica, 28.000; la República Democrática del Congo (ex Zaire), 25.000, y Costa de Marfil, 11.000.
Estados Unidos importa un millón y medio de barriles diarios de Africa Occidental, la misma cantidad que trae de Arabia Saudita. Según las estimaciones del Departamento de Energía, antes de 2010 llegará a importar 770 millones de barriles anuales de petróleo africano. Este incremento se producirá a medida que, por un lado, se intensifiquen los cateos en todo el Golfo de Guinea y, por el otro, Estados Unidos medie para pacificar Sudán, Angola y otros países petrolíferos devastados por las guerras, y establezca bases estratégicas para proteger la producción.
Así, en el curso de la próxima década, los productores de Africa Occidental ganarán unos 200.000 millones de dólares. Esto significa que decuplicarán con creces la suma anual que los países occidentales asignan a la «ayuda industrial» en la región.
Todo esto no alegra a los africanos porque son muy conscientes de lo que se ha dado en llamar la «maldición del petróleo»: corrupción, conflictos, desastres ecológicos y una mentalidad emprendedora insensibilizada. En los últimos veinticinco años, el petróleo habría redituado al erario nigeriano unos 300.000 millones de dólares. Sin embargo, el ingreso per cápita se mantiene por debajo de un dólar diario, por la sencilla razón de que gran parte del dinero va a parar a cuentas bancarias en Suiza. (El dictador Sani Abacha, ya fallecido, tenía una.)
British Petroleum reveló que había tenido que pagar 111 millones de dólares al gobierno de Angola, en concepto de «bonificación por firma de contrato». Por muy escandalosas que parezcan, estas sumas son migajas comparadas con los 4500 millones de dólares de ingresos petroleros que habrían sido succionados de las arcas de los gobiernos africanos en la última década.
El soborno y el robo no son los únicos problemas. El tan pregonado oleoducto que va desde Chad hasta la costa de Camerún contaminó el agua, devastó las tierras de cacería de los pigmeos, destruyó cultivos y propagó el Sida. Esto último fue, quizás, el resultado inevitable de la presencia de trabajadores golondrinas ignorantes que se deslomaban a miles de kilómetros de sus hogares, seguidos de una horda de prostitutas. Según proyecciones estimadas, esta obra redituará a Chevron, Exxon, Petronas y otras compañías, así como al Banco Mundial, el Banco Europeo de Inversiones y otros prestadores, unos 4700 millones de dólares. Chad verá apenas 62 millones y Camerún 18,6 millones.
Por consiguiente, en el Africa subsahariana los petrodólares exacerban la pobreza en lugar de curarla. Esta tendencia sólo puede revertirse rindiendo cuentas claras. La Iniciativa por la Transparencia de las Industrias Extractoras (EITI) se fijó ese objetivo y pidió que la publicación de los pagos hechos por las multinacionales petroleras a los gobiernos fuera obligatoria. Lamentablemente, tanto las multinacionales como los políticos africanos tenían, y tienen, motivos de sobra para evitar la transparencia. Denegaron el pedido y quitaron todo sentido a los planes de la EITI.
¿Qué lecciones podemos extraer de esta situación lamentable? Una se refiere a los que padecen esta explotación tan flagrante. Quienes se rebelaron contra semejante explotación no fueron, en realidad, los africanos, sino gente bienintencionada de la EITI, Global Witness, la agencia asistencial norteamericana Catholic Relief Services y otras organizaciones occidentales.
Los intelectuales y artistas africanos, y aun los defensores de los derechos civiles, no se sintieron obligados a solidarizarse con sus coterráneos y defender los derechos de los oprimidos. Se diría que la sociedad civil africana está atrapada en la indiferencia y la inercia.
Otra lección concierne al fracaso del liderazgo político africano. Tales fiascos suelen relacionarse con la esclavitud y la colonización, pero reconocer este nexo innegable no exculpa a los reyezuelos africanos que entregaron a sus súbditos a los tratantes de esclavos.
Hace poco, varios dirigentes religiosos africanos se reunieron en la isla Gorée (Senegal) y exhortaron a su grey a evaluar su parte de responsabilidad por la trata de esclavos. Nadie les hizo caso.
Fue vergonzoso, porque era un momento oportuno para exponer los defectos de la mayoría de los gobernantes africanos durante nuestra atormentada historia. La raíz de la miseria actual está en la eterna habilidad de esos líderes para traicionar a su pueblo. Su incompetencia y su irresponsabilidad temeraria convencen a gran parte del mundo de que los africanos no sirven para otra cosa que no sea bailar, matarse unos a otros y mendigar. El fácil acceso a la riqueza petrolera sólo prolonga su cínica frivolidad.
Si esa riqueza ha de ser explotada -y lo será- a los países importadores de petróleo les conviene promover un mejor gobierno en Africa. Después de todo, Occidente está pagando muy caro el haber permitido por tanto tiempo que las clases populares de Medio Oriente vivieran sumidos en la mugre y la desesperanza, mientras sus gobernantes nadaban en petrodólares. Nadie puede darse el lujo de repetir ese error, menos aún los africanos empobrecidos.