Es una Institución tan desfasada, tan anacrónica y tan sumamente cerrada que desde fuera es imposible hacerse una idea de lo que realmente sucede dentro…
Por Joan Perpinya Barcelo
(El Mundo)
22/11/04
Las trascendentes revelaciones que está haciendo EL MUNDO en relación a la tragedia del 11-M, confirman lo que algunos veníamos denunciando desde hace tiempo: la Guardia Civil está gravemente enferma. Es una Institución tan desfasada, tan anacrónica y tan sumamente cerrada que desde fuera es imposible hacerse una idea de lo que realmente sucede dentro. Las normas militares más recalcitrantes (especialmente su régimen disciplinario salvaje, que el PSOE se apresura a modificar aunque mucho me temo que a peor), la endogamia que tradicionalmente ha perpetuado un sistema interno de castas propio de la India y el corporativismo en mayúsculas, devoran al Instituto Armado hoy exactamente igual que hace 160 años.
El clima que se respira es insoportablemente pestilente para quienes desde dentro de la Institución pedimos cambios y luchamos desde hace tiempo, siempre conforme a la Ley, para que lleguen pronto. La democratización de este ente paramilitar en que se ha convertido la Guardia Civil, es cuestión de vida o muerte: o se democratiza profundamente o muere infectada por la putrefacción que generan la corrupción, el corporativismo, el inmovilismo y la autocomplacencia.
Los esfuerzos de los distintos gobiernos de este país y de la cúpula militar que dirige la Institución se han encaminado hasta ahora a negar la evidencia y a ocultar concienzudamente los gravísimos errores y el fracaso en que este Cuerpo de Seguridad se ha convertido, operativamente hablando. Todo son éxitos, jamás hay fallos y además, la Guardia Civil es la Institución mejor valorada por la sociedad, según el CIS, aún por encima de la Monarquía.
Pero después de todo lo que ha revelado EL MUNDO sobre la trama asturiana del 11-M, uno se pregunta: si somos tan buenos, tan infalibles y tan perfectos, ¿por qué se actuó con tanta negligencia y por qué se cometieron tantos errores y tan graves en la investigación durante los meses previos a los atentados del 11-M? ¿Por qué se estuvo sobre la pista de los explosivos que se utilizaron para la masacre y sin embargo, muy poco (mejor sería decir nada) se hizo por evitarla? Lejos de aclarar todos estos interrogantes y facilitar que la verdad aflore, sucede todo lo contrario y ya no sabemos qué pensar sobre la actuación de algunos altos mandos del Cuerpo.
La Guardia Civil ha fallado tanto a la sociedad en los últimos meses que si alguien tuviera el más mínimo sentido del honor y las más elementales convicciones morales que tanto predica, pediría perdón por tanta incompetencia junta. Las actuaciones erróneas o desafortunadas, la más grave de las cuales es, sin lugar a dudas, la investigación de la denominada trama asturiana previa a la masacre del 11-M, son silenciadas de manera que jamás nadie asume ninguna responsabilidad. Mucho menos si quien se equivocó o quien incurrió en negligencia es, por lo que se adivina, un alto mando de la escala jerárquica. En este caso, la ley del silencio se impone despiadadamente y se trata de locos y se criminaliza a quien no mantenga plenamente la tesis de los mandos afectados, que únicamente busca ocultar la verdad. Lo hemos podido comprobar en este caso. La aparición de la cinta magnetofónica de la conversación del confidente Lavandero y un guardia del Servicio de Información se debe a un hecho fortuito que, de no haber ocurrido, nada se sabría sobre estas nuevas y relevantes informaciones que cambian el curso de la investigación. Pero esto no es nuevo en la Guardia Civil, sino plenamente cotidiano. Lo que sucede es que de ordinario, este comportamiento no acostumbra a salir a la luz. Pero existe y todos lo conocemos. Es real y la propia naturaleza militar de la Institución lo favorece. La Guardia Civil es así desde siempre y esto tiene que cambiar.
Entre desfiles militares, fajines rojos y taconazos, vivas y sables al aire, discurre la triste historia de este Cuerpo totalmente anacrónico. La naturaleza militar del Instituto todo lo puede, todo lo silencia y todo lo supera, hasta la crítica externa -que la interna ni les cuento-. Después de todo, un Cuerpo como la Guardia Civil, con 160 años de historia, tiene acreditada una capacidad de supervivencia e inmutabilidad a prueba de bomba.
Superó el haber protagonizado el golpe de Estado más grave de nuestra reciente historia democrática, con Tejero al frente, sin pagar consecuencia alguna y sin cambiar su estructura militar ni un ápice. Superó haber tenido un Director General como Luis Roldán, que robó a mansalva sin que nadie se lo impidiera, por más que muchos altos mandos lo sabían y todo ello sin modificar en nada su estructura organizativa.
Superó también tener su unidad de élite en la lucha contra la droga, la UCIFA, pagando a sus confidentes con parte de la droga incautada y con un funcionamiento propio de la mafia y todo sin cambiar en absoluto. Resistió que uno de los pocos altos mandos bien considerados por sus subordinados y que se significó por tratar de erradicar comportamientos corruptos, el teniente coronel Peñafiel, se liara a tiros en la Comandancia de Albacete y matara a dos personas a quienes él culpaba de su cese al mando de la Comandancia.
La naturaleza militar de la Guardia Civil es un factor indispensable para comprender cómo fueron posibles y lamentablemente fáciles de cometer las iniquidades, las irregularidades y las faltas que he citado y que plagan la historia reciente de la Benemérita.¿Por qué sucedió todo esto en la Guardia Civil y no sucedió en el Cuerpo Nacional de Policía o en la Ertzaintza o en los Mossos d’Esquadra? Porque cuando los militares se encargan de la seguridad interior y cambian sus misiones propias por misiones civiles que competen en los países democráticos a funcionarios de policía, suceden cosas así.
La inmensa mayoría de países de nuestro entorno (todos los europeos excepto Francia e Italia, que en cualquier caso tienen mayor trayectoria democrática que España) lo entienden así, pero nosotros preferimos tener cuerpos de policía militares, como Chile o Argelia o Colombia.
La Guardia Civil ya no puede resistir ni un minuto más la corrupción tan profunda que subyace en la falta de democracia interna derivada de su disciplina militar, disciplina mal entendida como lo es en la Guardia Civil: una cadena de autoritarismo y de irracionalidad llevada hasta el extremo. Un látigo de represión que muy pocos se atreven a desafiar. Y el precio que la Institución y la sociedad misma paga por ello es un altísimo número de bajas psicológicas, un elevadísimo número de conductas suicidas que han obligado a la Institución a crear un plan de choque para reducirlas
Y como a todo lo anterior tenemos que sumarle el miedo y la ley del silencio que atenaza más que ninguna otra cosa la libertad de quienes desarrollamos esta profesión en tan depauperada Institución, el saludable ejercicio de la crítica interna se convierte en un suicidio profesional. Y por tanto, las cosas siguen igual cada día, que es tanto como decir peor a cada momento. Decía Nietzsche: «En todas las instituciones donde no corre el aire vivificante de la crítica pública, brota como un hongo una corrupción inocente». Lleva la Guardia Civil toda su existencia sin este aire vivificante, con la mordaza fuertemente sujeta, de forma que la corrupción ya no es inocente, es la infección más avanzada que sufre el Instituto y que la está matando irremediablemente sin que nadie haga nada por evitarlo. Pero esto es demasiado hasta para la Guardia Civil.
¿Qué es lo único que puede salvar a la Guardia Civil de esta enfermedad que lleva camino de ser crónica? La desmilitarización de su estructura y el reconocimiento y regulación de sindicatos o asociaciones profesionales en igualdad de condiciones que otros cuerpos policiales, a través de un verdadero sistema de representación de los trabajadores, que goce del respeto que toda organización que reúne a seres humanos con parecidos intereses, merece. Y que vele y luche para que no se produzcan más errores nefandos, más abusos repugnantes. Que se ponga fin a la ley del silencio y que permita avanzar hacia la modernización y la democratización.
¿Será capaz de hacerlo el Gobierno de Zapatero? Yo, sinceramente, creo que no. Pero no sucederá ahora como sucedió en el 83. El vaso de la paciencia de los guardias civiles está ya rebosante y así lo demuestra el alarmante resultado de las elecciones al Consejo Asesor de personal, donde la tasa de abstención ha sido superior al 99%. AUGC no se quedará por detrás de las demandas de sus representados, más de 23.000 guardias civiles en toda España, que ya están muy cansados de ser la Cenicienta de los Cuerpos de Seguridad en España.
Joan M. Perpinyà Barceló es secretario nacional de comunicación de la Asociación Unificada de Guardias Civiles.