La guerra civil del euro y la transición española

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¿Recuerdan el entusiasta “ya somos europeos” cuando España entró a la Comunidad Europea hace ya casi 30 años?
Sólo unos pueblos informados, organizados y dispuestos a protagonizar su propio destino pueden volver a encarrilar el proyecto europeo

¿Qué han hecho de ese proyecto común europeo los gobiernos nacionales, lobbies empresariales y la nueva casta de políticos europeos, más que amortizados y a menudo moralmente insostenibles en sus países de origen?

La suspensión de la soberanía nacional de Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre para evitar su bancarrota (obviamente no la de sus pueblos sino la de sus banqueros) y las duras imposiciones a España, impuestas in extremis para evitar convertir nuestro país en otro protectorado oficial más de la troika, han terminado de romper nuestra confianza en la Europa de las élites financieras y empresariales.

También en el contexto internacional, la UE no deja de parecer un gran enfermo crónico. Las escuchas a la propia canciller Merkel o la famosa instrucción de Victoria Nuland, responsable de asuntos europeos del gobierno norteamericano, a su embajador en Ucrania de que “se joda la UE” para imponer a su propio candidato, Yatseniuk, en detrimento del favorito europeo, Klitschko, parecen parte de un epitafio a la pretensión europea de ejercer alguna influencia internacional.

Pero, ¿realmente está tan rota la UE? ¿Rota para quiénes? ¿Cómo se ha llegado a la situación actual?

La economía española del pelotazo

Hace poco, España iba aún en la cresta de la ola de su “milagro económico”, pidiendo seriamente sede permanente en el consejo de seguridad de la ONU y un papel al nivel de los “grandes” de la UE.

Ahora queda poco de ese optimismo onírico, desenmascarado como burbuja inmobiliaria en la que se entremezclaron capitales especulativos “legales” sin el menor pudor con los del crimen organizado (por algo llaman en ciertos círculos la Costa del Sol la “Costa Nostra”). Cuando la ilusión del “milagro español” se desvaneció, volvieron a ser visibles los viejos problemas estructurales de España, un país cuyas élites han preferido en los últimos 500 años enriquecerse con los pelotazos de la especulación que correr los riesgos de la inversión en economía productiva.

Hoy el panorama es radicalmente diferente. Llegar de una España pesimista, emigrante y devastada por el paro a una Alemania rebosante de confianza en si misma, con su inmenso superávit comercial y pleno empleo es como llegar de un territorio sometido a la metrópolis, de tierra de vencidos a la de los vencedores.

Abundan los análisis “oficialistas” que atribuyen la nueva divergencia entre el norte y el sur europeo a burbujas financieras, desórdenes institucionales con su correspondiente corrupción y a la falta de un tejido empresarial, productivo y competitivo, en los países del sur. Pero este análisis confunde los síntomas con las causas de la enfermedad.

En realidad el camino de los países del sur en el contexto europeo empezó a estar marcado, no cuando explotó la burbuja, sino cuando los grandes capitales nacionales y sobre todo sus financieros internacionales, muy especialmente los bancos alemanes, empezaron a inflarla deliberadamente, para evitar riesgos de cambio, obviamente después de haber inventado el euro.

Ya en el siglo XIX, en barón Rothschild aconsejaba a los inversores “comprar cuando haya sangre en las calles”.

Un consejero de un banco de inversión americano me explicó en una ocasión con aún mayor claridad cómo funciona el negocio con las crisis: Las pequeñas fortunas se hacen invirtiendo en un país devastado. Las grandes fortunas se hacen devastando países. Las enormes y duraderas fortunas se hacen decidiendo qué países se van a devastar.

Aterrizando en el contexto europeo y versionando las palabras de un analista del Wall Street Journal: EEUU necesitó 70 años y una guerra civil para forjar su unión entre el sur agrario con sus estructuras caciquiles y el norte industrializado con su tecnocracia. La crisis del euro es la guerra civil europea para someter a su propio sur.

El euro, ¿bomba atómica de la guerra civil europea?

La tendencia más importante en la Unión Europea de la última década ha sido el abandono definitivo del multilateralismo, su principio rector incuestionable hasta algo después de la reunificación alemana. En su lugar se ha desarrollado un unilateralismo impúdico para algo que una vez se llamaba “casa común europea”, ejercido ahora férreamente por el “núcleo fuerte” de países fuertemente vinculados a Alemania, incluido Francia.

Aunque algunos economistas afirman que “ciertos países nunca deberían haber entrado en el euro”, lo cierto es que ya a finales de los años de1990 el euro se perfiló como un claro arma política para “alemanizar” las estructuras de los países “menos preparados”, o sea, abrir al capitalismo liberal de corte continental todas las bolsas de riqueza que todavía pudieran quedar en manos de “modelos económicos autóctonos”.

Ya entonces se predijo que el euro llevaría a su “quiebra interna” y a sabiendas de lo que ocurriría se hizo la vista gorda ante los engaños contables que necesitaron algunos países para poder entrar. ¿Para provocar “sangre en las calles”?

Raíces históricas de las diferencias estructurales

¿A qué estructuras nos referimos y qué importancia tienen en el contexto europeo actual?

Durante casi todo el siglo XX compitieron entre si el capitalismo liberal de corte occidental, el capitalismo estatista-corporativista fascista y el capitalismo estatista de la economía planificada del comunismo.

Previamente, las sociedades del centro-norte de Europa habían desarrollado modelos sociales basados en el consenso gobernantes-gobernados, frente a las situaciones sociales más enfrentadas y dialécticas en el sur. Antes de la creación de la Alemania como estado nacional en 1871, existían decenas de miniestados, gobernados desde la reforma protestante a menudo por aristócratas “ilustrados”, muy influidos por las enseñanzas de Lutero para “el buen gobernante cristiano”. Para que se leyera la Biblia los estados protestantes impusieron la escolarización y alfabetización universal y obligatoria alrededor de 1550 para los hombres y en 1590 para las mujeres, 300 años antes que en el resto de Europa. Así también consiguieron una amplia clase de funcionarios, dando lugar a una sociedad dominada por monarcas relativamente benignos, apoyados por una amplia “burguesía cultural”, formada por un porcentaje elevado de la población (funcionarios y aparato docente y cultural en decenas de estados, trabajadores especializados,…). La afinidad de esta clase dominante al gobierno de sus estados la convirtió en una clase cómplice del poder y apolítica, cuyo aspecto de nula visión política permitió la llegada de Hitler al poder, además de convertirla hasta cierto punto en precursor de la “burguesía consumista y conformista” de la Europa actual.

En cambio, en otros países, las burguesías comerciales y financieras dominantes eran muy minoritarias, poco tendentes al consenso social, provocando procesos revolucionarios en sus pueblos.

Después de la segunda guerra mundial se implantó en el centro de Europa un cruce entre el capitalismo liberal y financiero que había ganado la guerra y ese sistema del “consenso social” heredado de los procesos históricos previamente descritos, entre otras cosas para “humanizar” la cara del capitalismo en los países fronterizos con el bloque comunista. Una de sus características principales es el mantenimiento de un estado de “prevención social”, pero ya no gestionado por el estado sino por empresas privadas, aunque fuertemente reguladas por el estado.

En 1945, el capitalismo liberal no invadió militarmente España, Portugal y Grecia para imponer sus propias estructuras, fulminando las antiguas como hizo en Alemania y, en menor medida, Italia, donde la alianza entre los aliados y la mafia contra los fascistas, ocultada en los libros de historia, permitió la pervivencia de muchas estructuras pre-liberales.

Tras dejarlos en una especie de congelador de la historia por priorizar el empleo de sus recursos en otros países más rentables, a partir de finales de los años de 1970 el capital transnacional ya no podía tolerar más las estructuras dominantes en estos países, principalmente el clientelismo estado/partidos-gran empresa nacional-sindicatos, la gran “barrera a la libre competencia” de este “otro capitalismo”. Todavía hoy, a pesar de las grandes privatizaciones de los años 1980 y 1990 y grandes transformaciones legales e institucionales, el sistema está aún lejos de desmantelarse por completo. Ahora el capital transnacional ya no está dispuesto a soportar el coste de la excesiva corrupción política sobre la que había perdido el control (¡por primera vez en España los corruptos van a la cárcel y se persigue a ministros y miembros de la familia real!), pero tampoco tolerará ya dejar las enormes cajas del negocio de la salud y de la jubilación en manos de estas antiguas estructuras estatales, heredadas del estatismo franquista.

La transición española: a la tercera va a la vencida

Para “europeizar” España, básicamente se orquestó su integración europea en tres fases:

La primera transición fue el establecimiento de una partidocracia parlamentaria y su “puesta de largo”, entregando el gobierno a un partido formalmente “de izquierdas” pero dejando básicamente intactas, con otros nombres, las estructuras del poder político y económico. Es posible que esto evitara una nueva guerra civil.

La segunda transición fue la entrada a la Comunidad Europea en 1986 con su correspondiente renovación del marco legal e institucional, la “reconversión (=desmantelamiento) industrial” y la creación de grandes dependencias del exterior.

Finalmente, la actual tercera transición es previsiblemente el último episodio de esa “guerra civil europea” en la que las víctimas no se cuentan principalmente por muertos sino por parados y familias arruinadas. Su objetivo: terminar de homogeneizar Europa alrededor de las estructuras del capitalismo neoliberal encabezado en Europa, tras la renuncia británica a tener alguna relevancia en Europa, exclusivamente por Alemania y sus allegados más próximos.

Un ejemplo de estas estructuras persistentes a abolir es el sistema corporativista de protección social español. Históricamente, en España el coste de la protección laboral recaía principalmente en las grandes corporaciones públicas y privadas (integradas entre si por una maraña de intereses y favores cruzados).

Este sistema quedó disfuncional en la economía postmoderna al crear el dilema entre tener empresas poco competitivas debido al alto coste de una legislación laboral heredada de otra época histórica, o tener a los trabajadores, autónomos etc, desprotegidos.

El sistema alemán y “nórdico” da total libertad en materia de contratación laboral y de los seguros de salud y jubilación (eso sí, estableciendo obligatoriedad y regulando tarifas y prestaciones), pero complementa los ingresos de aquellos que quedan debajo del mínimo existencial.

El problema es que en España se está optando ahora por la desprotección laboral sin crear medidas protectoras alternativas, función que desempeña el mencionado salario social en Alemania que no sólo garantiza a cada ciudadano un mínimo relativamente digno para vivir, sino evita (socializa) también a las empresas costes como las indemnizaciones por despido, el salario mínimo (su reciente introducción parcial responde a otros intereses) o las jubilaciones mínimas.

En España, la falta de visión y dependencia de las subvenciones de los sindicatos, atrincherados en los últimos reductos del viejo sistema corporativista, así como la falta de voluntad de los políticos nos ha llevado a una situación inmejorable para el capitalismo: se elimina un sistema de protección social-laboral desfasado sin sustituirlo por otro. Como todos los procesos históricos son dialécticos y ni los sindicatos (¿todavía verticales?) hicieron suya la causa de los parados ni el pueblo español se levantó, finalmente “el sistema” puede ahorrarse ese coste social, bajar impuestos a las empresas, subirlos a los consumidores y pasar a la conquista del siguiente botín: las cajas de salud y jubilación.

Las elecciones europeas

A pesar de todo eso, ¿quién va a negar que la UE ha traído numerosos beneficios?

No sólo son ya 70 años sin guerras dentro de las fronteras de la Unión. Los ciudadanos también nos beneficiamos. Cuando empecé a vivir en España, todavía necesitaba visado de residencia, pasar mis pertenencias por aduana, hacer cola en el control de pasaportes, cambiar marcos por pesetas perdiendo un 4% en cada operación a la banca, pagar en los museos la tarifa de “no españoles”y solicitar (sin éxito) un permiso de trabajo. Ya nada de eso existe – ¡por suerte!

Pero una Europa en guerra económica interna, manejada por grandes lobbies que instrumentalizan las instituciones europeas encabezadas por políticos ya desahuciados en sus países de origen no es nuestra Europa.

Sólo unos pueblos informados, organizados y dispuestos a protagonizar su propio destino pueden volver a encarrilar el proyecto europeo. Depende de nosotros luchar por la Europa de las raíces cristianas, solidaria y abierta al mundo. Dejar guiar nuestro voto por estos criterios puede ser un primer paso para recuperar nuestra Europa.

Autor: Rainer Uphoff