La guerra no nos puede dejar indiferentes

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11-M. En el Pozo del Tio raimundo.Este reconocimiento del ilegal como uno de nosotros debido a un acto terrorista, tenía un claro sentido político
< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Al cabo de unas semanas de regresar a Barcelona, sin embargo, después de las bombas del 11 de marzo en Madrid, releí las notas del viaje a Liberia y percibí el asunto de otra manera: quizá, pensé, ahora que hemos visto los cadáveres de la vía férrea del corredor del Henares y hemos participado de la experiencia del dolor; ahora que la guerra ha dejado de ser una abstracción virtual, un asunto de las ideas, un lugar común del discurso académico -«en las guerras modernas mueren más civiles que soldados», ¡cuánta palabrería inútil!-; quizás ahora, pienso, ya no nos será posible contemplarlas como si no fueran con nosotros, nosotros que tanto tenemos que ver con ellas.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Y no se trata sólo de la compasión, me gustaría pensar, aunque lo pienso con más sentimiento que convicción.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Compasión por las vidas de Famata, de Ibrahim, del pobre comandante Morris, un asesino de veintiocho que es incapaz de contar a cuánta gente ha matado desde que a los doce años empuñó el fusil para convertirse en un soldado del ejército de Charles Taylor, los mismos que acababan de quemar su aldea y de asesinar a su propia familia.


Famata e Ibrahim eran campesinos, gente sencilla y anónima como también lo eran los muertos de la vía férrea del corredor del Henares, trabajadores de la periferia de la ciudad, estudiantes, jubilados, y entre ellos multitud de emigrantes clandestinos. Parece mentira cómo los sin papeles, esas presencias ausentes de nuestra vida cotidiana, emergieron de pronto a la superficie y lo hicieron en un número inimaginable para convertirse en nosotros.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Incluso el sistema, el mismo sistema que los estigmatiza una y otra vez y les niega la carta de ciudadanía pero permite que se ocupen de los trabajos más duros, quiso presentar su muerte como un hecho patriótico. Todos éramos uno, se proclamaba a los cuatro vientos utilizando falsos asertos como «España entera llora», «España entera condena», y alguien podría ver en ello –desde luego así lo presentó el Gobierno de la nación- un acto de justicia y de humanidad. Pero también debemos aceptar, aunque nos neguemos una y otra vez a ver lo evidente, que este reconocimiento del ilegal como uno de nosotros, debido a un acto terrorista, tenía un claro sentido político, cuyo beneficio para el Estado que los ignoró hasta el momento de su muerte –en el Gobierno y en la oposición añadía un valor incomparablemente superior a la calderilla que jamás podría repartirse entre las víctimas, como bien demostraron las lecciones que culminaron aquellos trágicos cuatro días de marzo.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Emociones.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Explotación de las emociones.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Cinismo de Estado.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Sentimentalismo.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Compasión.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Oportunismo.


< style="TEXT-INDENT: 35.4pt; TEXT-ALIGN: justify">Después de las bombas del 11 de marzo pensé que a lo mejor, en medio de esta confusión de los sentimientos, también nos interesaríamos por los hechos, por la historia, por la responsabilidad. Saldrían voces que dirían: no basta con la sensiblería, el grito, el voyeurismo, el espectáculo catártico y morboso. Queremos saber por qué.


Esto es lo que pensé aquel 11 de marzo en Madrid, allí, de pie, frente a la estación del Pozo del Tío Raimundo, mezclado entre la gente que se preguntaba por qué pasan estas cosas, por qué el terror, por qué el asesinato en masa, por qué a ellos, por qué a nosotros… ¿Por qué?  


 Bru Rovira* (de su libro Áfricas. Cosas  que pasan no tan lejos. Barcelona: RBA, 2006. pp. 129 a 131)


 * es reportero de La Vanguardia, y ha cubierto numerosos conflictos internacionales