La herencia de Monseñor Romero: La Iglesia de la Pascua

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En el 25 aniversario de su martirio. Ponencia de Monseñor Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar de San Salvador y Presidente de Cáritas América Latina y Caribe, en el Seminario de Caritas Italiana en Roma, el 3 de Marzo de 2005.

Fuente: Caritaspanam.org

El 2 de abril, sábado de la semana de Pascua, celebraremos en San Salvador los veinticinco años del martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Siento una especial emoción al participar en este seminario que tiene como principal objetivo reflexionar sobre la herencia que nos ha dejado Monseñor Romero

Mi contribución al tema del seminario no es la de un experto sino la de un testigo y de un amigo del querido pastor. Vengo a dar testimonio de la inspiración profunda que le impulsó a lo largo de su vida sacerdotal y de su ministerio como arzobispo de San Salvador; vengo también como un amigo que, desde mis años de seminarista menor, tuve la gracia de conocerle y de tratarle en la diócesis de San Miguel.

Mi propósito es compartir con ustedes algunos rasgos del pastor y profeta que Dios nos regaló en Monseñor Romero. Para ello tomaré como guías su primera carta pastoral, que es su presentación a la arquidiócesis de San Salvador; y el Diario que recoge sus confidencias durante los dos últimos años de su vida.

La razón es obvia: en «La Iglesia de la Pascua» -un humilde documento de dieciocho páginas que él escribió personalmente- encontramos descrito el modelo de Iglesia con la que él soñó:

«una Iglesia auténticamente pobre, misionera y PASCUAL (el subrayado es suyo), desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres» (Medellín, Pobreza, n. 15).

A su vez, el Diario -que tiene la originalidad de haber sido «escrito» con un micrófono, frente a una sencilla grabadora- nos revela los sentimientos y los pensamientos que bullen en el corazón y en la cabeza del pastor mientras va dando su vida día a día para ir perfilando ese rostro pascual de la Iglesia. Allí Monseñor nos cuenta, en tono de confidencia, cómo trata de responder a los formidables desafíos que le tocó afrontar en la turbulenta historia de El Salvador.

Lo sorprendente de este recorrido es la coherencia con que Monseñor Romero llevó a la práctica su intuición inicial. No cabe duda: él tomó en serio la cristología y la eclesiología conciliar aplicadas a la realidad de nuestro continente por los documentos de Medellín y Puebla. Esta opción le llevó al martirio. Al final de mis reflexiones, espero que se podrán encontrar algunos elementos de la rica «herencia» que el amado pastor nos deja para llevar adelante nuestra misión de servidores de los preferidos de Dios: los pobres, los marginados y los excluidos.

1. «Estoy amenazado de muerte»

En mis tiempos de estudiante de seminario, aprendí que los evangelios se escribieron a partir del final: la muerte y resurrección de Jesucristo. Después vino la pregunta sobre la infancia y el ministerio público del Señor. Pienso seguir un método semejante al acercarme a la extraordinaria figura de Monseñor Romero, profeta, pastor y mártir de la Iglesia posconciliar.

En su Diario, Monseñor Romero habla de amenazas de muerte el 5 de noviembre de l979. La noticia se la comunica confidencialmente el Nuncio de Costa Rica. Su reacción es conmovedora:

«Creo que le daré la importancia que he dado siempre: un ciudadano prudente, pero sin exageraciones…También la comenté con personeros del Gobierno que vinieron a visitarme, y los cuales me dijeron que era conveniente denunciarlo en público; y que si quería me daban ellos garantía, hasta un vehículo blindado. Pero les dije que quería seguir corriendo los mismos riesgos de mi pueblo, y que no sería edificante una seguridad de esa clase».

El tema aparece con más detalle un mes antes de su muerte, en los apuntes de su último retiro. El texto es muy conocido, pero vale la pena recordarlo:

«Mi otro temor es acerca de los riesgos de mi vida. Me cuesta aceptar una muerte violenta, que en estas circunstancias es muy posible; incluso el Señor Nuncio de Costa Rica me avisó de peligros inminentes para esta semana».

El siguiente domingo Monseñor comunica la noticia al pueblo de Dios en el contexto de un vehemente llamado a la conversión de la oligarquía:

«Y hablo en primera persona porque esta semana me llegó un aviso de que estoy yo en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana. Pero que quede constancia de que la voz de la justicia nadie la podrá matar ya. Por eso creo también es extensivo este llamamiento de conversión, a las Fuerzas Armadas» (Homilía, 24.02.80).

Y así llegamos al domingo 23 de marzo de l980, cuando pronunció su célebre exhortación a los soldados, a quienes pidió el fin de la represión. Yo acostumbrada escuchar sus homilías dominicales, con papel y lápiz, en mi oficina de rector del seminario mayor. Con frecuencia, después comentábamos nuestras impresiones. Cuando escuché esas vehementes palabras, mi corazón se estremeció y pensé: «Es su sentencia de muerte». La premonición se cumplió al día siguiente.

El último párrafo de la homilía, que siguió inmediatamente después de las palabras «¡Cese la represión!», decía así:

«La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la sagrada Biblia. Una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza».

Esta vez no tuve tiempo de comentar con Monseñor Romero su última homilía de catedral. Pero siento que él mismo lo hizo al día siguiente, al escoger como evangelio de una misa de difuntos, el pasaje del grano de trigo que cae en tierra. ¿No es ésta una ofrenda consciente de su vida? Recordemos sus palabras:

«Acaban de escuchar en el evangelio de Cristo que es necesario no amarse tanto a sí mismo, que se cuide uno para no meterse en los riesgos de la vida que la historia nos exige, y que quiera apartar de sí el peligro, perderá la vida. En cambio, al que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás, ése vivirá como el granito de trigo que muere, pero aparentemente muere. Si no muriera se quedaría solo. Si da cosecha es porque muere, se deja inmolar en la tierra, deshacerse, y sólo deshaciéndose, produce la cosecha» (Homilía, 24.03.80).

2. «¡Qué bien responden los pueblos cuando se les sabe amar!»

Esta frase la encontramos en su Diario, al comentar el ambiente tan especial en que se realizó la misa exequias de un sacerdote asesinado:

«¡Una verdadera manifestación espléndida de solidaridad, de sufrimiento, de amor, de entrega a la causa de Jesucristo! La muchedumbre estuvo sumamente cariñosa con los sacerdotes y con su obispo, al que saludaban con aplausos, con beso de manos, etc. Yo terminé esta ceremonia con mucha satisfacción en el espíritu». La frase que cierra el comentario es sumamente bella: «¡Qué bien responden los pueblos cuando se les sabe amar!» (Diario, 21.01.79).

En otra ocasión, fue aclamado en la catedral con un prolongado aplauso:

«Les expliqué que no me envanecía, sino que, al contrario, me hacían sentirme más servidor del pueblo y tratar de interpretar esta comunión de sentimientos que expresaban con sus aplausos. Les pedí mucho compromiso en la oración y en el seguimiento de Cristo con su cruz» (Diario, 23.09.79).

De esta sintonía con el pueblo, sobre todo con la gente sencilla y pobre, hay numerosos indicios en su Diario: no cabe duda, Monseñor necesita sentir el amor de su gente. Lo valora tanto que aparece consignado muchas veces. Estas son algunas de sus expresiones: «Me sentía casi como en familia, un hogar en el cual me encontraba tan a gusto», dice al volver de Puebla y celebrar en su catedral. «Bendito sea Dios por el amor que nuestra gente siente por sus pastores» (Diario, 02.07.79). «Me dieron una acogida cariñosa, llevando palmas, que me hizo pensar en un domingo de ramos» (Diario, 24.12.79), comenta al recordar la visita a un barrio periférico de San Salvador.

Se trata de una sintonía que lleva al pastor a estar atento a los problemas que afectan a algunas comunidades cristianas. Los más graves se refieren a la comunión dentro de la Iglesia: conflicto entre párrocos y comunidades eclesiales de base; conflictos de identidad en cristianos que pertenecen a las organizaciones políticas populares; conflictos con sacerdotes que no están de acuerdo con la línea pastoral de la arquidiócesis, etc.

En el primer caso, Monseñor Romero invita a «presentar el testimonio de una verdadera comunidad que sigue a Jesucristo» (Diario, 08.10.78); a los cristianos que han optado por un proyecto revolucionario trata de darles una orientación «a fin de que el esfuerzo reinvindicador de sus organizaciones no se aparte del sentido cristiano sino que lo englobe en la redención universal y profunda de Jesucristo, es decir, a partir de la liberación del pecado» (Diario, 14.01.79). Lamenta que un párroco no pueda desarrollar con toda sinceridad la línea del arzobispado «por tener ciertos prejuicios contra la liberación de nuestro pueblo y tratar de conservar siempre ciertos privilegios, con los cuales no se puede vivir en este momento en que nos pide el Evangelio su lógica radicalidad» (Diario, 09.03.80). En cambio se muestra benigno con un sacerdote extranjero que rechaza las comunidades eclesiales de base: «hay que comprenderlo, pero también hay que impulsarlo a no apagar el espíritu que se siente tan vigoroso en el pueblo» (Diario, 16.03.80).

¿Cuál esa línea pastoral de que habla Monseñor? Es el tema denso que encontramos en la última semana de su vida, cuando da amplios detalles de una reunión de la Comisión de Pastoral que se realiza en medio de una violencia creciente a lo largo y ancho de El Salvador: estamos en los inicios de la guerra de doce años que arrasó el país. Lo cito «in extenso» porque es una síntesis admirable que aclara las dudas sobre la eclesialidad de su trabajo por el Reino:

«Tuve que decir lo que espero de la Comisión de Pastoral: una coordinación que logre la armonía entre los dos sectores hacia los que tienden nuestros agentes de pastoral» (17.03.80).

¿Cuáles son esos dos sectores?:

«Unos que no quieren comprometerse con la pastoral de la arquidiócesis; y otros que se van, quizá, al extremo muy avanzado, causando la desconfianza de los otro. Hay serias reflexiones sobre esto» (Ibidem).

Monseñor entra en detalles:

«El Padre Octavio Cruz, que está coordinando la reunión, nos hace un precioso análisis de lo que es el proyecto pastoral de la arquidiócesis, tomándolo de los documentos que han impulsado este proyecto, como son: la semana de pastoral, las cartas pastorales y el documento de Puebla. Es una línea concreta, bien definida, y está muy apoyada por el querer de la Iglesia, lo cual hace inaceptable las excusas de quienes no quieren acomodarse a este pensamiento; y será el trabajo de la Comisión de pastoral, para dar una fisonomía propia a nuestra arquidiócesis» (Ibid.).

Este es el proyecto que Monseñor Romero impulsa cada domingo desde la catedral de San Salvador o desde los otros templos donde él celebra cuando su templo está ocupado por grupos opuestos al Gobierno: organizaciones políticas populares, sindicatos, etc. Son ocupaciones incómodas porque impiden el culto, a veces se dan profanaciones y siempre quedan daños materiales. Sin embargo, Monseñor reacciona como defensor de la vida:

«El inconveniente de las ocupaciones es grave, pero comprendemos que nuestro pueblo necesita estos refugios de la Iglesia, ante las situaciones de opresión tan horrorosas que estamos viviendo» (p. 439).

3. «La Iglesia de la Pascua»

En otros escritos he explicado que, al estudiar la obra de Monseñor Romero, se puede comprobar que su herencia fue precisamente la Iglesia que, tomando palabras de Medellín, diseña en su primera carta pastoral: «una Iglesia pobre, misionera y pascual…»

¿Cómo la sueña, cómo la siente y cómo la describe? Trataré de responder a esta pregunta retomando su primera carta pastoral.

Pablo VI nos dejó «Ecclesiam Suam» y Juan Pablo II escribió «Redemptor Hominis» para presentar el programa de su pontificado. Por su parte, Monseñor Romero ofrece la «Iglesia de la Pascua» como «carta de mi presentación y de mi primer saludo» a todos los sectores del pueblo de Dios que peregrina en la arquidiócesis de San Salvador.

Monseñor comienza recordando la «herencia de incalculable valor» que recibe de su predecesor, Monseñor Luis Chávez y González. El es consciente de que debe «continuar llevándola y cultivándola a través de nuevos y difíciles horizontes». Viene luego una afirmación cristológica: «Sólo el espíritu de un Cristo resucitado que vive y construye su Iglesia a través del tiempo puede explicar esta fecunda herencia». El quiere vivir «el misterio de la Pascua y de la Iglesia, que siempre embelesaron mi espíritu cristiano».

Monseñor Romero comienza su ministerio invitando a un diálogo reflexivo en nombre de la Iglesia. Porque «la Iglesia no vive para sí misma, sino para llevar al mundo la verdad y la gracia de la Pascua. He aquí la síntesis –añade a continuación- de esta carta que sólo quiere presentar, a la luz de esta ‘hora pascual’, la identidad y la misión de la Iglesia y ofrecer con sinceridad su voluntad de diálogo con todos los hombres».

Después de explicar qué es la Pascua en el antiguo y en el nuevo testamento, llega a su afirmación central: «Con emoción de pastor me doy cuenta de que la riqueza espiritual de la Pascua, la herencia máxima de la Iglesia, florece entre nosotros y que ya se está realizando aquí el deseo que los Obispos expresaron en Medellín al hablar a los jóvenes».

Sigue el extraordinario texto que citamos al principio sobre la «Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual». Para luego reafirmar: «La Iglesia de Cristo tiene que ser una IGLESIA DE LA PASCUA (el subrayado es suyo). Es decir, una Iglesia que nace de la Pascua y vive para ser signo e instrumento de la Pascua en medio del mundo».

El pastor de esta Iglesia debe ser un servidor de sus hermanos y hermanas: «Y me agrada mucho subrayar este sentido de servicio en una carta que tiene como objeto la presentación de un pastor que quiere vivir y sentir, lo más cerca posible, los sentimientos del Buen Pastor que ‘no vino a ser servido sino a servir y dar su vida’».

La Iglesia de la Pascua es una Iglesia en permanente conversión: «El Cristo de la Pascua se prolonga y vive en la Iglesia de la Pascua. Y no se puede formar parte de esta Iglesia sin ser fiel a ese estilo de «paso»de la muerte a la vida; sin un sincero movimiento de conversión y fidelidad al Señor».

La Iglesia de la Pascua es una Iglesia fiel: «La función profética, sacerdotal y social que, en nombre de Cristo resucitado, realiza la Iglesia entre los hombres, debe estar en perfecta sintonía con el sentido de Cristo, hoy más que nunca, cuando el pueblo espera de ella la respuesta del único que puede salvarnos».

La Iglesia de la Pascua es una Iglesia al servicio del mundo, cuando, según los obispos en Medellín, «estamos en el umbral de una nueva época histórica». Porque la Iglesia no puede permanecer indiferente ante «un sordo clamor de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte» (Medellín, Pobreza, 2).

Hemos llegado a la palabra clave: liberación. Monseñor Romero la explica con detalle tomando como base la enseñanza de Pablo VI en «Evangelii Nuntiandi» (n. 34). Termina el párrafo con una petición: «Muy encarecidamente recomiendo el estudio de todo este capítulo III de la citada Exhortación para tener ideas claras sobre la liberación que la Iglesia propicia».

La conclusión es el aterrizaje en la realidad salvadoreña: «comprendemos también el reto y los riesgos que esta hora difícil nos lanza. Es el reto de una esperanza del mundo puesta en nuestra Iglesia. Seamos dignos de esta hora ay sepamos dar razón de esa esperanza con nuestro testimonio de unidad, de comunión, de autenticidad cristiana y de un trabajo pastoral que, salvando con nitidez la supremacía de la misión religiosa de la Iglesia y de la salvación en Jesucristo, tenga también muy en cuenta las dimensiones humanas del mensaje evangélico y las exigencias históricas de lo religioso y eterno».

4. «Hoy se ha cumplido esta palabra»

Nos queda pendiente una pregunta: ¿cómo fue construyendo Monseñor Romero la «Iglesia de la Pascua». Voy a limitarme al elemento básico de su ministerio: la homilía dominical. El pastor que tomó posesión un 22 de febrero, fiesta de la cátedra de San Pedro, fue realmente el hombre de la cátedra, el predicador infatigable, el profeta de fuego. Un teólogo acuñó esta frase: «Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador».

Con toda razón surge espontáneo, al hablar de Monseñor Romero, el calificativo de profeta. El mismo explicó qué es un profeta en una hermosa homilía que tituló así: «El profeta es presencia de Dios en la sociedad». Escuchemos su comentario: «Desarrollé el tema presentando cómo la iniciativa siempre procede de Dios y cómo el profeta no es más que instrumento de Dios y cómo la sociedad acepta o rechaza a Dios en la persona del profeta» (Diario, 08.07.79).

En otra ocasión, comentando la escena de Jesús en la sinagoga de Nazaret, explica el sentido de la homilía: «ya que cuando Cristo dice: ‘esto se ha cumplido hoy’, dice una verdadera homilía, actualización viviente de la palabra de Dios» (Diario, 27.01.80). Quienes estuvimos cerca de él podemos dar fe del cuidado con que preparaba Monseñor Romero su predicación dominical. En algunas ocasiones trabajaba casi hasta el amanecer. De ordinario, llevaba un «dossier» con esquemas, algunas partes escritas y una serie de materiales complementarios que utilizaba sobre todo a la hora de iluminar la realidad nacional. La homilía duraba normalmente alrededor de cuarenta minutos. Hubo casos en que se le fue la mano.

El mismo reconoce lo que sucedió un domingo: «La homilía se prolongó por casi dos horas y esto me da la impresión de que estoy abusando del tiempo, pero siento, por otra parte, la necesidad de orientar esta gente que me escucha con avidez, ya que, precisamente, me prolongo porque no noto cansancio en el auditorio, que lo noto siempre atento, y así me expresan que siguen con atención también a través de la radio» (Diario, 10.01.80).

Concluyo esta parte con algunas ideas en las que puso un énfasis particular. Así consta en su Diario. Es interesante descubrir como un resumen de su carta pastoral: «En las lecturas del día encontraba estas características del misterio pascual: un misterio de liberación. Cristo, en su misterio pascual nos redime del pecado, de la muerte, del infierno y de cualquier otra esclavitud. Hice notar que la liberación cristiana es más completa y más profunda que cualquier otra liberación de tipo meramente político, social o económico» (Diario, 09.04.78).

Lo mismo cuando cuenta su experiencia de la Asamblea de Puebla:

«Me referí al tema de Puebla en estos tres puntos: primero, cómo yo fui a Puebla el representante de una diócesis en oración (…); el segundo pensamiento es que yo en Puebla llevaba el testimonio de una diócesis en una línea de pastoral muy de acuerdo con lo que se estudió en Puebla (…); y el tercer pensamiento, lo que yo traigo de Puebla para la arquidiócesis: la experiencia, la riqueza, la amistad de numerosos pastores y diócesis del continente y del mundo» (Diario, 16.02.79).

Al comentar el evangelio del sordomudo, afirma: «Cristo es el verdadero liberador, que no destruye sino que rehace y que proyecta todas las dimensiones del hombre, la trascendente y la histórico-social» (Diario, 09.09.79).

Concluyo con un dato curioso. Un domingo Monseñor predicaba y, de repente, se cortó la energía eléctrica: «Al terminar la parte doctrinal, se fue la luz y tuve que suspender la predicación para continuar la misa; y después de misa, dada la bendición, y diciendo que los que quisieran quedarse oirían la parte noticiosa y de las denuncias (el comentario sobre los hechos de la semana). Casi toda la catedral permaneció en su puesto hasta escuchar el último aviso y salir conmigo a la despedida en la puerta de catedral» (Diario, 04.03.79).

Por eso afirma con gozo Monseñor Romero que «la misa (dominical), gracias a Dios, está siendo un acontecimiento eclesial», «un acontecimiento muy consolador para la vida pastoral de la diócesis» (Diario, 18.03.79). Por eso los enemigos de la verdad dinamitaron varias veces la radio de la Iglesia, cuya señal, a la hora de la misa del arzobispo, era captada en la mayoría de los hogares de El Salvador. Es un fenómeno totalmente excepcional.

En marzo del año dos mil, celebré el vigésimo aniversario del martirio de Monseñor Romero en la basílica de los Santos Apóstoles. Al final de la misa dio su testimonio un obispo de la delegación de Pax Christi que participó en los actos de San Salvador. Lo que más le había impresionado era ver cómo innumerables jóvenes que no le había conocido aclamaban al pastor. Estos jóvenes, mientras desfilaban hacia la catedral con antorchas en sus manos, gritaban: «Se siente, se siente, Romero está presente».

Algo parecido vivimos nosotros aquí en Roma cuando nos dirigimos con velas encendidas hacia el Coliseo. Era un signo muy bello porque el Coliseo nos recuerda el testimonio de una inmensa multitud de mártires. Un poco después, el 7 de mayo, en el Jubileo de los Mártires, se mencionó a Monseñor Romero en la oración conclusiva en honor de los mártires de América Latina. En la oración se hablaba de «pastores valientes como el inolvidable arzobispo Oscar Romero, asesinado junto al altar mientras celebraba el sacrificio eucarístico». Recojamos su herencia y comprometámonos a construir la «Iglesia de la Pascua» como respuesta a los desafíos que nos plantea el tercer milenio. Roma, 3 de marzo de 2005.

Gregorio Rosa Chávez Obispo Auxiliar de San Salvador