Apple ha reconocido que redujo deliberadamente la velocidad de sus iPhone antiguos: un algoritmo limitaba la potencia de los terminales según se degradaba la batería.
Los usuarios desconocían que la firma estaba operando en ese sentido y tampoco habían sido avisados de que acciones de esa clase podrían llevarse a cabo. Uno de los perjudicados comunicó sus sospechas en un hilo de ‘Reddit’, el asunto se hizo público y la marca acabó disculpándose a través de una nota.
Ahora ha llegado el momento de la solución, y la que ofrece es muy llamativa porque propone que los usuarios de los teléfonos que ha ralentizado compren una nueva batería. Con un precio reducido, eso sí. En resumen: Apple crea un problema y el remedio consiste en que los clientes a los que ha perjudicado le paguen más.
La energía
No es la primera vez que ocurre, y tampoco será la última. La disparidad de fuerzas entre grandes firmas y sus usuarios y la débil o inexistente actuación de los reguladores, así como los procesos de monopolización, generan un buen número de abusos. Pero no se trata sólo de una cuestión de consumo, sino de una tendencia ya casi estructural en nuestro capitalismo: los gestores de las empresas y los accionistas que los eligen están desarrollando una serie de prácticas que consisten en crear problemas que luego solucionamos los demás.
Los fondos compran las empresas, después piden prestado, y el capital conseguido lo destinan a repartir dividendo: se lo dan a ellos mismos
En España tenemos un buen ejemplo de esta dinámica en el sector de la energía, un ámbito sometido a notables discusiones últimamente por la actitud de unas empresas que cada vez ganan más con unos consumidores a los que cada vez cobran más. Goldman Sachs, MacQuarie, KIO, JPMorgan Asset, Oaktree, Centerbridge, gigantes de la inversión, han comprado varios grupos energéticos españoles en los últimos años, como Redexis, Naturgas, Madrileña Red de Gas, Viesgo, Vela Energy o Eolia. Y, según anunciaba ‘Expansión’ hace unos días, estas firmas han decidido emitir deuda, en general en forma de bonos, para refinanciar la compra realizada o para repartir dividendos.
¿Capital para qué?
Dado que la coyuntura es positiva, porque existe abundancia de financiación barata en el mercado, este tipo de operaciones suelen funcionar bien. Otra cuestión es a quién aprovechan. Al emitir los bonos, los fondos conseguirán enormes cantidades de dinero que pueden utilizar de distintas formas. Entre ellas, pueden invertirlos en mejorar la compañía, en fichar talento o en retribuir mejor a sus empleados; en prestar un servicio más adecuado a sus clientes; o en fomentar la innovación. Pero esta no es la prioridad: 2017 ha sido un año récord en el reparto de dividendos a nivel global. Lo que ganan, o lo que piden prestado, va a parar a manos de los accionistas porque muy pocas grandes empresas están interesadas en lo que debería ser su centro: tener una compañía mejor. En realidad, están mucho más pendientes de cuánto pueden repartir.
Es la deriva de una economía falsa, tejida por mediadores con acceso al dinero y al poder, que obtienen réditos sin generar nada a cambio
No se trata sólo de una forma de retribución a quienes poseen acciones, sino que es parte de una estrategia muy común. Un fondo de inversión puede adquirir una empresa o parte de ella con dinero prestado, y una vez que se ha hecho con el control de la firma, emite deuda de la compañía para refinanciar el préstamo, de manera que es la empresa adquirida la que acaba pagando lo que habrían debido poner los fondos. O, en su caso, y como fue muy frecuente hace una década y vuelve a serlo hoy, piden dinero que destinan íntegramente a dividendos.
Las consecuencias
Este tipo de operaciones revelan de una forma cristalina la preocupante deriva de una economía falsa, tejida de mediadores con acceso al dinero y al poder, que obtienen notables réditos sin generar nada bueno a cambio. Porque la consecuencia de todo este proceso no es solo que alguien se enriquece, o que se extraiga de la compañía comprada el dinero para pagarla, sino que también causa grandes problemas a las empresas y a quienes forman parte de las mismas. Lo pedido ha de devolverse, y eso determina el día a día: hay que conseguir más beneficios para hacer frente a la marcha normal de la firma y a la rémora añadida de la deuda. Podría lograrse mediante un aumento de los ingresos, pero los gestores no se fichan con ese objetivo, sino con el de disminuir los costes. En realidad, es el camino más fácil; crecer supone tener al frente personas con inventiva y que desarrollen una estrategia que atraiga más clientes, y eso escasea. Sin embargo, cualquiera puede sacar la tijera: despides empleados, externalizas, pagas salarios más bajos, aprietas a los proveedores, y si la compañía es grande, te aprovechas de clientes cautivos.
Es hipócrita: dicen que pedir prestado está mal para sufragar los servicios públicos pero es conveniente si se trata de que los accionistas ganen más.
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elconfidencial.com por Esteban Hernández