LA HUMANIDAD EN EL CORREDOR DE LA MUERTE.

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El número de hambrientos no ha caído por debajo de la cifra de 3.500 millones, a pesar de que la Cumbre Mundial de la Alimentación (1996) marcó el objetivo de reducir el número de afectados a la mitad para el año 2015. El fracaso está siendo absoluto. No sólo no disminuye sino que aumenta el número de hambrientos. Los organismos internacionales impiden acabar con este problema. No disminuye el hambre en el mundo: 4 de cada 5 personas la sufrirá en el 2015.

De cada diez situaciones de emergencia alimentaria cinco son provocadas por el hombre. Siete personas de cada nueve o diez en el mundo sufren actualmente hambre o desnutrición crónica. Lo cual significa que al menos 3.500 millones de personas se mueven en la cuerda floja de la supervivencia: son muchas más que hace diez años, a pesar de que no se publican ya estadísticas de muertes por hambre. Todos y cada uno de los días, unos 50.000 niños mueren por ésta causa y a diario también otros 20.000 ocupan el lugar de los muertos en las filas de los hambrientos. Para las víctimas no significa nada que el mundo produzca más alimentos de los suficientes para mantener a toda la población del planeta. ( Los informes de la ONU apuntan a que, aunque existen en el planeta suficientes recursos alimenticios para alimentar a todos los seres humanos, la desigualdad de la riqueza ha hecho imposible que millones de seres humanos puedan alimentarse adecuadamente) Y no significa nada porque gran parte de esta suficiencia se desperdicia, se pierde o es objeto de superconsumo en los países ricos.

Quinientos millones de personas sufren de hambre crónica. No se sabe exactamente cuántas personas mueren cada día de inanición; pero el hambre, como factor directo o concurrente, es responsable de unas 100.000 muertes diarias. Y esto ocurre como resultado de un fenómeno estructural, es decir, por razones económicas, sociales y políticas, y no solo como consecuencia de acontecimientos accidentales e imprevisibles (desastres naturales) o de factores crónicos (zonas geológicas climáticas) tal y como nos quieren engañar los mass media y los organismos internacionales.

La falta de alimentación ocasiona graves trastornos en el organismo que conducen a la desnutrición, que sumada a la pobreza y a las malas condiciones sanitarias que ofrecen la mayor parte de los países del Tercer Mundo, hace mortales las enfermedades más comunes. La falta de saneamientos higiénicos adecuados y de acceso razonable al agua potable causan el 80% de los muertos en los países empobrecidos.

Con la intención de conseguir el milagro de un desarrollo económico acelerado, los Gobiernos tercermundistas (con ayuda nunca desinteresada de los sistemas bancarios y agencias gubernamentales del Norte) han dedicado tierras del sector de subsistencia, al fomento de una agricultura de exportación. Al principio, trataban de financiar su crecimiento industrial, pero ahora, las exportaciones no alcanzan prácticamente ni siquiera a pagar los intereses de la Deuda Externa que contrajeron. Al tratar alcanzar unas tasas de crecimiento de su economía que no habían podido hasta el momento conseguir, los países empobrecidos han ido cayendo, cada vez más, en los abismos de la Deuda y la dependencia. Sus economías han quedado dañadas por esos intentos de integrarse en los mercados mundiales, gobernados por las naciones del Norte. Como consecuencia inevitable sufren la expropiación de sus recursos y la destrucción de su entorno natural.

La dependencia crea un círculo vicioso. El control de la tierra (ya en manos de una minoría en casi todos los países del Sur) queda cada vez más concentrado, conforme se incrementa la producción de cosechas para la exportación a gran escala. Enfrentada también con la necesidad de importar alimentos de consumo más baratos, la producción nacional se estanca. Cada vez son más los campesinos que no pueden ya vivir en el campo y abandonan la tierra para engrosar las filas de los pobres urbanos. La caída que a continuación se ocasiona en la producción de alimentos, combinada con una creciente demanda en las ciudades, es la coartada de los Gobiernos para justificar mayores importaciones… y mayor deuda.

Por otra parte, en los umbrales del siglo XXI parece una verdadera contradicción el desarrollo tecnológico y científico alcanzado por el hombre y su incapacidad para superar problemas tan elementales como el hambre en el mundo. No podemos evitar una sensación de abatimiento cuando desde los medios de comunicación, tan rápida y eficiente-mente, nos llegan imágenes con lujo de detalles y sonidos de la existencia subhumana en la que vive un altísimo porcentaje de la población mundial; lo cierto es que la indiferencia suelen justificar nuestra inmovilidad. Cabría preguntarnos en realidad por nuestras posibilidades concretas de contribuir a modificar la realidad, tal vez nos llevaríamos una verdadera sorpresa. Hoy cuando la mayoría está dispuesta a argumentar en favor del orden mundial existente, pues consideran que no hay otra alternativa es cuando mas deberíamos esforzarnos por construir creativas alternativas o tal vez nuevas utopías. Es preciso que tengamos cabal conciencia de que los grandes cambios que deben producirse para paliar y erradicar la plaga del hambre no se van a producir espontáneamente ni de una forma repentina. Ni tampoco van a venir necesariamente de «arriba». Ni son el fruto de las decisiones de unos cuantos hombres. Muy por el contrario, se generan también como resultado de la acción concreta, modesta pero persistente y organizada de la gente «de a pie», del «hombre de la calle».

Por eso, es fundamental tomar conciencia del papel a jugar por parte de toda la población en las acciones de defensa del derecho a la vida frente a las causas del hambre. El hambre es hoy, en gran medida, un fenómeno creado por el hombre, por el error o la negligencia humanas, perpetuado por la pasividad, pero que puede ser eliminado por la voluntad del hombre.

En el estudio sobre ayuda alimentaria, efectuado en 1990, en el marco del Programa alimentario mundial, se puede leer: «Se ha estimado que el nivel de aprovisionamientos alimentarios mundiales habría permitido, por lo menos a partir de 1960, facilitar a todo hombre, mujer o niño, una alimentación ampliamente suficiente, aunque prácticamente vegetariana, si los productos alimentarios hubieran sido distribuidos según las necesidades humanas». La eliminación del hambre debería ser un objetivo explícito de las estrategias nacionales e internacionales de desarrollo en los años 90.

En Asia y América Latina hay antecedentes suficientes que demuestran que allí donde la modernización del área rural ha alcanzado un alto grado, también han aumentado las expropiaciones de tierra, la pobreza de los campesinos y el hambre en proporción semejante a los avances espectaculares de la producción agrícola. Algunas zonas de África están ahora en la antesala de la llamada -revolución verde- y se teme que estén destinadas a sufrir parecidas situaciones.

Entre tanto, en las opulentas sociedades del mundo industrializado el hambre y la pobreza han vuelto a hacer su aparición y han sido reconocidos como problemas de importancia. El subdesarrollo permanece como algo endémico en varios países de la periferia europea. En Estados Unidos, un funcionario de la presidencia reconocía que el hambre «es un problema real y significativo en todo el país». Existen indicios de que muchas familias campesinas en USA se verán forzadas a abandonar el trabajo de la tierra en la próxima década.

Los sistemas agrícolas y de alimentación en el Norte no prestan mucha atención a las necesidades en nutrición de su propia población. Y menos aún a la conservación de los recursos agrícolas, base de los legítimos intereses alimentarios de los pueblos de otros países. La política agrícola común de la Comunidad Económica Europea, ha terminado desembocando en una superproducción de ciertos alimentos, llenando los mercados mundiales de artículos que han dañado fuertemente a la producción y al intercambio de los países del Tercer Mundo.