El pasado mes de junio aparecía en los diarios una noticia sobre los servicios de un gabinete psicológico en Barcelona, concretamente la Clínica Tibidabo, que ofrecía apoyo terapéutico a personas homosexuales que quisieran dejar de serlo. Las reacciones no se hicieron esperar, y tanto personajes de la esfera política como colectivos de gays y lesbianas criticaron duramente a este centro por estar atentando contra la libertad sexual de las personas, ya que trataba la homosexualidad como una patología.
De hecho, el Departamento de Salud de la Generalitat de Catalunya abrió un expediente contra la clínica psicológica en cuestión por este motivo. No deja de resultar llamativo que se quiera expedientar a una clínica por ofrecer terapias psicológicas a aquellas personas que libremente quieren recibirlas, con el fin de asumir una heterosexualidad deseada, cuando hay otras clínicas que ofrecen tratamientos para lo contrario, es decir, para desarrollar la homosexualidad sin conflictos emocionales.
Uno de los argumentos a favor del expediente administrativo, esgrimido en debates y tertulias que sobre este tema tuvieron lugar en diferentes medios, era que la homosexualidad no es un comportamiento adquirido socialmente, sino que es innato, por lo tanto cualquier tratamiento para reconducir la orientación sexual va contra la naturaleza de la persona. Otra de las opiniones que pudieron escucharse esos días fue que la homosexualidad no es una enfermedad sino una opción sexual más, fruto de la libertad de elección de cada individuo, entrando en contradicción con la afirmación anterior que atribuía al fenómeno causas naturales. Esto es un reflejo de lo que ocurre hoy en la comunidad científica que ha investigado la homosexualidad, ya que podemos encontrar tanto estudios que afirman que la homosexualidad viene determinada por causas sociales (familiares, culturales etc.), como aquellos que le dan una base biológica.
El género
El debate que despertó este hecho en la opinión pública tiene como contexto la ideología de género, cuyo postulado fundamental es que el género viene determinado por la cultura. Según la ONU, y a raíz de la Conferencia de Pekín del año 1995, el género se refiere a las relaciones entre mujeres y hombres basadas en roles definidos socialmente. De esta forma, el ser humano nace sexualmente neutro, y luego es socializado como hombre o como mujer, sin tener en cuenta, o mejor dicho, obviando las diferencias físicas. La finalidad de esta ideología es la de eliminar toda diferencia entre los sexos, cuestionando la existencia natural de la sexualidad humana. De ello se desprende que la homosexualidad y la bisexualidad son equivalentes a la heterosexualidad, ya que son opciones sexuales que dependen de las preferencias de los individuos, que se autoconstruyen con total independencia de su cuerpo. Siguiendo este razonamiento, el concepto de identidad se diluye, en la medida en que el sexo de la persona ha sido desgajado de su propia identidad como hombre o mujer, para trasladarlo a la esfera del género, que ya no es lo dado, lo innato, lo propio de la persona, sino lo construido. Y como tal construcción, no es permanente, ya que lo permanente es aquello que ya está completo al inicio. Sintetizando, la ideología de género sostiene que el sexo viene determinado en el nacimiento, es y sólo puede ser de una forma (se requiere una intervención quirúrgica para modificar los órganos sexuales), mientras que el género estaría sujeto a lo que el individuo pueda decidir en cada etapa de su vida, determinado por contingencias externas.
La identidad
Las teorías constructivistas que sirven de apoyo a la ideología de género parten de la premisa de que los individuos son capaces de configurarse a sí mismos, lo cual presupone que al nacer carecemos totalmente de «yoidad», por así decirlo. Rechazan completamente la idea de que la identidad es consustancial a la persona, y por lo tanto esta se puede modificar. La ideología de género separa por completo la sexualidad de la identidad, y afirma que el individuo no tiene una identidad sexual al nacer, de manera que es él mismo el que la va configurando a medida que crece y madura, mediante el ejercicio de su libre elección.
Sin embargo, la identidad –englobando la identidad sexual- es lo más profundo y lo más alejado de la persona, profundo por ser algo constitutivo de nuestro propio yo, y alejado en el sentido de que no podemos disponer de ella a nuestro antojo. La identidad es permanencia, estabilidad, certeza, y es lo que perdura por encima de los cambios, transformaciones y adaptaciones de la persona. El individuo, para crecer y madurar, para desarrollarse y desplegar su personalidad, necesita partir de alguna base ya dada, ya que de lo contrario, el grado de incertidumbre sería demasiado grande como para que cualquier seguridad o certeza de uno mismo se asentara en nuestro yo. Es una evidencia indiscutible que nacemos con un sexo determinado, concreto, objetivo. Construir el yo sin tener en cuenta este hecho (o negándolo) introduce a la persona en un proceso de extrañamiento y distanciamiento del propio yo que tiene consecuencias psicológicas.
Revolución sexual, disolución social
Desde los años sesenta hasta hoy, se han producido sucesivas disociaciones, primero entre la sexualidad y la reproducción, más adelante entre la sexualidad y la afectividad, – en virtud de la cual ya no es necesario que haya una relación afectiva entre las personas para que haya relación sexual-, y la última de ellas es la disociación entre sexualidad y género. Nos preguntamos hacia dónde puede ir encaminado este proceso de desconstrucción de la sexualidad, despojada de lo que la caracteriza como humana (reproducción, afectividad, relación hombre-mujer). En palabras de Juan José Pérez Soba, catedrático de Moral Fundamental de la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid, «esta fragmentación convierte al amor mismo en una especie de intención benevolente sin mayor contenido y ajena en el fondo de cualquier dimensión de la corporeidad humana» («El misterio de la sexualidad «, Mujer y varón, ¿misterio o autoconstrucción?, CEU, Universidad Francisco de Vitoria, UCAM).
¿Cómo se ve afectada la relación individuo-familia-sociedad, tan importante y decisiva para la humanidad, asumiendo los postulados de la ideología de género? Más allá de las consecuencias psicológicas insinuadas anteriormente, todo este proceso que reduce la sexualidad humana a una mera satisfacción de los impulsos sexuales, descontextualizados incluso del propio cuerpo, incapacita a la persona para mantener relaciones estables y duraderas, que es la condición indispensable para que sea capaz de fundar una familia. Y es en la familia, y no en otra institución, donde la persona va desarrollando su proceso de socialización. Los efectos que para la humanidad puede tener la ausencia de la familia, que es puente indispensable entre el individuo y la sociedad misma, pueden ser devastadores.
Ante las determinantes implicaciones que para la sociedad tiene el desarrollo de la ideología de género, urgen estudios que conciban a la persona en su globalidad, desde la antropología hasta la sociología, teniendo en cuenta tanto los aspectos biológicos como los culturales, abarcando también aquello que trasciende a las relaciones entre hombre y mujer, es decir, su finalidad, sus objetivos, la nueva realidad que esta relación de complementación genera.
Aceptar que la homosexualidad puede deberse, por ejemplo, a un mayor tamaño del haz de neuronas que comunica los dos lóbulos temporales del cerebro (hay estudios que así lo afirman), y a su vez negar la heterosexualidad basada en las evidentes diferencias físicas y fisiológicas entre hombres y mujeres, supeditándolas de este modo a lo cultural o a lo social, no se puede sostener científicamente, y es una contradicción manifiesta. Por ello, sólo desde una concepción integral de la persona se podrá arrojar luz sobre la verdadera naturaleza de su ser sexuado.