La Iglesia acoge a refugiados sudaneses en el Alto Nilo (Malakal-Sudán del Sur)

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A young Somali girl looks out of a tent at an IDP camp near the town of Jowhar on December 14. Original public domain image from Flickr

Sudán está al borde del abismo. De un conflicto de baja intensidad, se está convirtiendo rápidamente en una guerra abierta. Tras la enésima tregua acordada y no respetada, se han sucedido bombardeos y enfrentamientos que afectaron principalmente a la capital Jartum y a la región de Darfur, pero que se van extendiendo semana a semana, afectando a otras zonas del país.

Según Naciones Unidas, Sudán se acerca peligrosamente a una situación de pleno conflicto que “podría desestabilizar a toda la región”. Los muertos ya superan los 3.000, hay cientos de heridos y se multiplican las sospechas de que se están produciendo violaciones contra las mujeres. Casi todos los hospitales están cerrados, no hay agua, comida ni electricidad. El terror que reina en todo el país ha convertido a Sudán, -uno de los estados con mayor afluencia de refugiados de todos los países vecinos (unos 1,1 millones) hasta antes de la guerra-, en escenario de un éxodo desesperado. Las estadísticas hablan de más de 2,8 millones de desplazados por el conflicto, de los cuales más de 2,2 millones son internos y hay más de 700.000 fuera de sus fronteras. Entre los países más afectados por esta huida, además de Egipto (255 mil) y Chad (más de 230 mil) se encuentra Sudán del Sur, el pequeño y joven país independiente desde 2011 ya lastrado por crisis y conflictos humanitarios.

Unos 150.000 refugiados que han escapado de Sudán ya han llegado a Sudán del Sur. “En muy poco tiempo ha surgido una enorme emergencia: Nuestra zona”, cuenta a la Agencia Fides Sor Elena Balatti, religiosa comboniana y directora de Caritas Malakal, la capital del Estado del Alto Nilo, zona fronteriza y el punto de acceso más inmediato para quienes vienen de Jartum. “Sobre todo, llegan sudsudaneses que habían huido a Jartum en varias ocasiones, antes de la independencia, durante la guerra civil (2013-18), después de la inestabilidad política y social o de emergencias ambientales recientes. Están regresando a sus zonas de origen pese a que siguen sufriendo problemas ambientales, inundaciones y enfrentamientos interétnicos. La afluencia, tan masiva y repentina, agrava una situación ya muy dura. Desgraciadamente siguen presentes las tensiones de la guerra civil que aún siguen provocando la fuga de muchas personas y desplazamientos internos a los que ahora se suman estos flujos. Hace apenas unos días llegaron unas 3.000 personas de Sudán en muy poco tiempo, es una situación realmente complicada”, narra la religiosa.

Las organizaciones internacionales encargadas de apoyar a los refugiados, las ONG y las organizaciones humanitarias presentes en Sudán del Sur ya operaban en condiciones críticas antes de que estallara la guerra en Sudán. Ahora la situación presenta serias dificultades de gestión también porque al pequeño país están llegando distintos grupos étnicos que habían encontrado refugio en Sudán en el pasado y ahora se encuentran una vez más en la urgente necesidad de huir para salvarse.

La gestión es muy difícil y requiere grandes habilidades logísticas e ingente material de primera necesidad. Sor Elena asegura que la OIM (Organización Internacional para las Migraciones) “está haciendo lo mejor que puede al igual que entidades más pequeñas como nuestra Cáritas diocesana, pero cada día se vuelve más complejo. Además de sudsudaneses, llegan sudaneses y muchos eritreos. A diferencia de naciones como Egipto o las europeas, cuyas embajadas han facilitado el éxodo de sus compatriotas o han organizado vuelos, para los eritreos es diferente porque nadie quiere volver a Eritrea ni tampoco Asmara ha hecho nada para ayudar. Los sudsudaneses que regresan son en su mayoría personas que llevaban algún tiempo viviendo en Jartum y que habían encontrado allí trabajo, un hogar y estabilidad después de marcharse a toda prisa y sin nada, especialmente durante el conflicto. Y habían comenzado desde cero. Ahora están reviviendo la misma experiencia: lo han vuelto a dejar todo y tienen que reconstruir su vida de la nada”.

Las tensiones en Sudán habían estado latentes durante algún tiempo (hubo un golpe de Estado en octubre de 2021 que interrumpió la transición democrática), pero nadie esperaba que un conflicto estallara en tan poco tiempo y se convirtiera en una guerra abierta que socava la estabilidad de toda una región. “Fue todo demasiado rápido y violento, sabíamos que había tensiones en Sudán desde hace tiempo, pero no imaginábamos una escalada de este tipo. El problema es que cuando hay dos ejércitos en un país (las fuerzas armadas regulares y las Fuerzas de Apoyo Rápido) el equilibrio es precario porque uno de los dos tiende inevitablemente a reclamar la supremacía y lo hace por las armas. Exactamente lo mismo sucedió aquí con la guerra civil librada por el ejército leal al presidente Salva Kiir y las milicias armadas bajo el mando de Rieck Machar. De hecho, la gente aquí dice: ‘Aprendieron de nosotros’”.

La presencia de grupos armados distintos al ejército, como explica Sor Elena, es sin duda un problema que genera grandes tensiones. Esto también se vio en Rusia con el intento de golpe de las tropas wagnerianas de Yevgeny Prigozhin. La poderosa milicia mercenaria tiene una presencia notoria en África y, según muchos observadores, también está implicada en el conflicto sudanés: es muy probable que apoye a las RSF con armas y hombres. Pero hay quienes no excluyen que también pueda ayudar al ejército. “En el desierto de Darfur (una de las zonas más afectadas por el conflicto) no hay armas sofisticadas, ciertamente vienen de alguna otra fuente, alguien más las adquirió. Ya es muy difícil mediar entre dos partes en conflicto, y mucho menos si hay más actores involucrados”.

Fuente de la Agencia Fides