Hombres y mujeres, procedentes sobre todo del norte argentino y de países vecinos, llegan cada año en temporada de cosecha a nuestra provincia buscando trabajo. Les llamamos “trabajadores golondrinas” porque viajan por todo el territorio nacional, de acuerdo a las estaciones y a las cosechas. Muchos se trasladan con toda su familia y con sus pocas pertenencias, no tienen documentos y están expuestos a numerosas injusticias.
Es habitual encontrar familias numerosas en los andenes de la Estación Terminal de ómnibus. Los “cuadrilleros”, por su parte, son aquellos que contratan trabajadores para las fincas o los galpones. Hacen de intermediarios entre el trabajador golondrina y el empresario o patrón. Ellos se encargan de reclutar la gente, de conseguirles alojamiento, trasladarlos a los lugares de trabajo y de hacerlos trabajar.
En muchos casos, las condiciones de vivienda que se les ofrecen son humillantes: familias hacinadas, sin agua potable ni luz eléctrica, expuestos a toda clase de enfermedades. Las fotografías y las filmaciones de los medios ponen en evidencia, al menos por unos instantes, situaciones indignas. A eso se suma las injustas condiciones laborales: trabajo no registrado, salarios por debajo de los convenios, incumplimiento de lo pactado, trabajo de niños, muchos de ellos niños sin escuela, jornadas laborales extenuantes, inexistencia del necesario descanso, etc.
Estos vejámenes, impensables en el siglo XXI, cuestionan a toda la sociedad mendocina, a sus ciudadanos y a sus gobernantes, a las organizaciones de trabajadores y a las cámaras de empresarios.
Nos cuestionan directamente a los discípulos de Jesús, sobre todo a quienes tenemos responsabilidades más directas en estos temas: pastores, empresarios, dirigentes. Jesús se identificó con los pobres y excluidos. Su Evangelio nos interpela a comprometernos, cada uno desde nuestra vocación y misión, con la dignidad de nuestros hermanos.
Frente a esta dolorosa situación, la Iglesia Diocesana de Mendoza, quiere expresar su solidaridad con los que más sufren, con los más débiles y abandonados, quiere anunciar la Buena Noticia del trabajo y quiere denunciar todo aquello que se opone a la dignidad de las personas, especialmente al llamado “trabajo esclavo” y empleo no registrado.
La Iglesia defiende la importancia del trabajo en la vida de los hombres y de los pueblos. El trabajo no sólo produce un bien, sino que también realiza a la persona del trabajador, perfecciona el mundo y a la misma persona. Junto al trabajo es necesario destacar la importancia del salario. Para que el trabajo sea digno es necesario que la remuneración sea, como enseñaba Juan Pablo II, «suficiente para fundar y mantener una familia y asegurar su futuro»[1]. El salario debe estar ordenado de tal forma que contribuya a satisfacer las necesidades de todos los miembros de la familia.
Se debe asegurar al trabajador y a su familia el fácil acceso a la asistencia sanitaria, especialmente en casos de accidente; una jornada laboral, que garantice el descanso semanal, la vida familiar y las vacaciones anuales; el derecho a la jubilación y a la pensión, y la compensación por accidentes de trabajo. Además, es necesario garantizar la estabilidad del empleo; capacitación que le permita un crecimiento en su vida laboral; condiciones de higiene y protección personal que aseguren la prestación laboral en condiciones dignas.
La Iglesia alienta a los trabajadores en la toma de conciencia de su dignidad y de sus derechos. Solicita también a las autoridades que continúen sin pausa el esfuerzo por hacer cumplir las leyes. Anima a los comunicadores y a las organizaciones sociales para que sensibilicen a la sociedad sobre este flagelo que avergüenza a todos.
Por último, una palabra también para los empresarios, especialmente a los que inspiran su vida y actividad en el Evangelio de Jesús. Sus emprendimientos constituyen un factor real y muy positivo de desarrollo integral para toda la sociedad mendocina. Queremos alentarlos, porque sabemos que hay quienes procuran cumplir las exigencias de la justicia; pero también urgirlos, porque en esta compleja situación, todos tienen también una responsabilidad primaria. El respeto por la justicia y las condiciones de un trabajo digno, pero sobre todo, por las personas de los trabajadores, no constituye algo extraño a la actividad económica, sino que es una condición interior indispensable para que ésta se haga de verdad sustentable.
“Les aseguro -nos enseña Jesús- que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron también conmigo” (Mt 25,45). En el Nombre del Hijo de Dios que se hizo hombre y que aprendió a trabajar y a vivir de su trabajo, y que además se identificó con los últimos de esta tierra, invitamos a todos a redescubrir la buena noticia del trabajo humano, don del Creador y responsabilidad de cada ciudadano.