Mientras el país remodela afanosamente Pekín, su capital, para presentar una buena imagen durante los Juegos Olímpicos del 2008, y se hacen excelentes negocios con China, los derechos humanos son pisoteados con el silencio cómplice de Occidente.
LA IGLESIA CATOLICA SUFRE PERSECUCION EN CHINA
Se busca a la vez el liberalismo económico y la rigidez ideológica
HONG KONG, 29 de noviembre de 2003 (ZENIT.org).- Es bien conocido el dinamismo y apertura de la economía de China. Reconociendo que más libertad conduce a un mayor crecimiento económico, los dirigentes chinos han relajado sus controles sobre la actividad económica. Pero si se miran otras libertades, especialmente la libertad religiosa, los dirigentes continúan adoptando una postura de línea dura.
Según la Fundación Cardinal Kung con sede en Estados Unidos, todos los obispos católicos de la Iglesia clandestina están encarcelados, bajo arresto domiciliario, bajo estricta vigilancia u ocultos. En 1997 fue arrestado el monseñor Su Zhimin, obispo de Baoding, en la provincia de Hebei, y no se supo de él hasta hace dos semanas. Todavía bajo custodia, fue llevado a un hospital para recibir tratamiento. Monseñor An Shuxin, de Baoding, fue arrestado en marzo de 1996. Mons. Han Dingxiang, obispo de Yong Nian, Hebei, fue arrestado en diciembre de 1999. Mons. Shi Enxiang, obispo de Yixian, Hebei, fue arrestado el 13 de abril del 2001. Todos ellos continúan actualmente en la cárcel. Numerosos sacerdotes y seminaristas han sido arrestados también en los últimos años.
Durante los últimos meses las autoridades chinas han intensificado la represión. El 7 de julio, Reuters informaba de que cinco miembros del clero católico clandestino fueron arrestados en el norte de China mientras intentaban visitar a un sacerdote liberado hace poco de un campo de trabajo. Los padres Kang Fuliang, Chen Guozhen, Pang Guangzhao y Joseph Yin y el diácono Wang Lijun fueron arrestado el 1 de julio en Baoding. Otro sacerdote, Lu Xiaozhou, fue arrestado el 16 de junio en la ciudad oriental de Wenzhou, en la provincia de Zhejiang, mientras se preparaba a administrar el sacramento de la unción de enfermos.
El 29 de junio, un artículo del diario español El Mundo detallaba una campaña más amplia. El periódico informaba que en Wenzhou, en la costa oriental de China, las autoridades manifestaron haber identificado 4.800 centros dedicados a promover una «superstición feudal». Se marcaron con pintura roja todas las Iglesias cristianas, destinándolas a la destrucción. Las autoridades proclamaron que su campaña llevó la destrucción, con frecuencia usando dinamita, a más de 3.000 iglesias.
El periódico informaba que los líderes chinos ven en las religiones organizadas, y en particular en las cristianas, la última resistencia a su dominación absoluta. Aunque la constitución del país garantiza en teoría la libertad de practicar a algunos credos religiosos, en la realidad las autoridades del Partido Comunista sólo permiten vía libre a aquellos grupos que aceptan su dominio.
El 12 de septiembre la organización para promocionar los derechos religiosos Compass Direct informaba que, el 2 de septiembre, funcionarios de la Oficina de la Seguridad Pública de China arrestaron a 170 cristianos en un encuentro de la Iglesia en una casa de una zona rural de Nanyang, en la provincia de Henan. Los funcionarios escogieron a los 14 líderes religiosos clave para detenerlos, dejando libres al resto después de ficharlos y amonestarlos.
Las autoridades han desatado una nueva ola de persecución en las últimas semanas. El 20 de octubre Associated Press informaba de que un activista de una iglesia cristiana no oficial mientras investigaba la destrucción de iglesias por las autoridades en el este de China. Liu Fenggang, de 43 años, fue detenido el 13 de octubre cuando visitaba a los líderes de las iglesias destruidas que habían sido liberados de su detención. Según el reportaje, al menos 10 iglesias cristianas han sido derribadas en la zona de Hangzhou como «lugares religiosos ilegales».
El 27 de octubre la Fundación Cardenal Kung informó de que el 20 de octubre fueron arrestados una docena de sacerdotes católicos y seminaristas clandestinos mientras asistían a un retiro religioso en Gaocheng, Hebei. Los arrestos tuvieron lugar tras la destrucción por el gobierno chino de una Iglesia católica en Hebei, el 21 de junio. La iglesia se había terminado sólo dos semanas antes y atendía a 150 parroquianos, la mayoría recién convertidos.
El 10 de noviembre el Times de Londres informaba que las autoridades en la provincia de Zhejiang, en los alrededores de Shanghai, habían cerrado más de 400 templos budistas e iglesias cristianas en un nuevo intento de erradicar la actividad religiosa clandestina.
La acción se centró en el departamento de Deqing, donde se cerraron 392 templos y 10 iglesias, según el Centro de Información para los Derechos Humanos y la Democracia con sede en Hong Kong. De éstos, 4 iglesias y 24 templos fueron destruidos, mientras que 92 templos se transformaron en centros de entretenimiento.
El Times informaba de que la provincia de Zhejiang es el lugar de origen de una gran parte de la comunidad chino americana. El gobierno teme que los fondos recogidos en las iglesias chino americanas en los Estados Unidos estén ayudando a financiar una rápida expansión de las iglesias clandestinas en la región.
«Reconstrucción teológica»
Pero los esfuerzos de China no se han limitado a frustrar la actividad religiosa no autorizada. El objetivo a largo plazo es influir en la orientación teológica de los creyentes, de manera que se adecuen a los gobernantes del país.
Esta dimensión ideológica se explicaba en un documento publicado el 17 de noviembre por la organización de derechos humanos International Christian Concern. La organización, con sede en Washington, D. C., publicaba algunas notas basadas en intervenciones y pronunciamientos de la «Iglesia Patriótica Tres Iguales», una iglesia protestante oficialmente reconocida.
Defendiendo la necesidad de una «reconstrucción teológica», los funcionarios de esta iglesia patriótica alegaron que «a los cristianos se les dice que son ciudadanos del cielo y, por lo tanto, se le incita a rechazar la supervisión de las autoridades y a desobedecer las leyes y regulaciones». Por ello, «esto ha llevado a que algunas iglesias y creyentes inocentes se opongan al gobierno, se opongan al desarrollo social y a la construcción nacional». Según la notas, las ideas teológicas que son «anti-materiales, anti-racionales, anti-sociales y anti-humanistas» deben «abandonarse».
Las implicaciones de esta postura teológica respaldada por las autoridades chinas fueron expuestas recientemente por el obispo Ding. Éste es el líder más influyente de esta Iglesia protestante controlada por el estado, según noticias de la organización de derechos Compass Direct, el 14 de noviembre.
En septiembre una revista en Tianfeng publicaba el texto de una conferencia que dio en el Seminario Teológico del Este China en Shanghai, titulada «La Construcción Teológica entra en una Nueva Etapa». Ding insistía en que las creencias cristianas traídas a China por los misioneros en el siglo XIX intimidaban a la gente. «Nosotros cristianos chinos debemos estar unidos con todos los chinos y no desunidos con otras personas porque no crean», indicaba. «Debemos remodelar el cristianismo chino para que se convierta en un cristianismo al que… el Partido Comunista Chino dé la bienvenida y sea compatible con el socialismo».
«Presión económica»
Los occidentales que hacen negocios en China deberían insistir en una mayor libertad religiosa para los ciudadanos del país, afirmaba el obispo de Hong Kong, monseñor Joseph Zen en una entrevista al diario católico italiano Avvenire, publicado el 20 de septiembre.
Entrevista durante una visita a Italia, monseñor Zen añadía que se temía que China pudiera imponer algún día a Hong Kong la misma represión religiosa ejercida en el continente. En Hong Kong, la Iglesia educa al 25% de los estudiantes en sus 300 escuelas, y monseñor Zen afirmaba que también temía que las autoridades pudieran tomar el control de estas instituciones.
Monseñor Zen observaba que muchos habían pensado que la apertura de China en temas económicos conduciría, a largo plazo, a una mayor libertad política. Esta esperanza se ha cumplido parcialmente, afirmaba, y aunque se ha dado algún progreso en temas religiosas, no ha cambiado nada en lo esencial. Está bien el hacer negocios con China, afirmaba, pero esperaba que esto condujera a interesarse en los temas de derechos humanos.
Mientras el país remodela afanosamente Pekín, su capital, para presentar una buena imagen durante los Juegos Olímpicos del 2008, los observadores de China sólo pueden esperar que la nación más poblada del mundo ponga en orden su expediente de derechos religiosos.