El 70% de las personas seropositivas del mundo, es decir, 23,3 millones, vive en África subsahariana, región que tan solo cuenta con el 10% de la población mundial. La mayor parte de estos enfermos morirá en los próximos diez años. La Iglesia católica no ha permanecido indiferente ante esta situación. Al contrario, desde el inicio de la epidemia, la Iglesia ha estado presente con sus hospitales y centros de cuidados específicos, con las parroquias, el servicio de los religiosos y las religiosas, las organizaciones locales de ayuda a los enfermos, etc.
El 70% de las personas seropositivas del mundo, es decir, 23,3 millones, vive en África subsahariana, región que tan solo cuenta con el 10% de la población mundial. La mayor parte de estos enfermos morirá en los próximos diez años. Desde que comenzó la epidemia, en África han muerto ya 11,5 millones de personas, el 83% de los muertos por SIDA en el mundo.
La Iglesia católica no ha permanecido indiferente ante esta situación. Al contrario, desde el inicio de la epidemia, la Iglesia ha estado presente con sus hospitales y centros de cuidados específicos, con las parroquias, el servicio de los religiosos y las religiosas, las organizaciones locales de ayuda a los enfermos, etc.
Para comprender la realidad del SIDA en estos países se debería acompañar a los voluntarios en su ronda de visitas y ver las situaciones ante las que se enfrentan. Se debería valorar la labor de las religiosas que han acogido niños huérfanos del SIDA, les han dado techo, alimento, educación, etc. Se debería considerar que han tenido que pedir dinero a diestra y siniestra, pues en la mayoría de los casos se han encontrado con muy poca ayuda pública y un nivel de apoyo de las organizaciones internacionales más bien bajo. Es preciso valorar también el trabajo de otras personas, laicos y laicas, que han venido de diversos continentes para dar esperanza y dignificar la vida de tantas mujeres contagiadas y rechazadas por todos como «inmundas».
La Iglesia católica ha sido acusada de irresponsabilidad frente a la epidemia del SIDA en África por su posición con respecto al profiláctico para prevenir la contaminación sexual. El Pontificio Consejo para la Familia del Vaticano no ha dejado de recordar el mensaje de la Iglesia católica con respecto a esta difícil cuestión de la prevención del SIDA, en los distintos encuentros con los voluntarios. Este mensaje pivota sobre el concepto de «valores familiares».
Lo que aquí está en juego es una visión del hombre y de la mujer, de su dignidad, del sentido específico del sexo. Allí donde hay una verdadera educación en los valores de la familia, en la fidelidad, en el recto significado de la donación recíproca, y allí donde se consigue superar formas invasoras de promiscuidad – lo cual es interés asimismo de los Estados -, allí obtendrá el hombre una victoria humana, también sobre este terrible fenómeno.
La decisión de promover el preservativo no se ha tomado por razones científicas, sino que es una decisión de «principio». Desde hacía tiempo se sabía que el preservativo tenía una relativa eficacia como contraceptivo. Las estadísticas decían que el preservativo fallaba como contraceptivo en el 15% de los casos. Se quiere, por tanto, hacer creer que el virus del VIH, 450 veces más pequeño que los espermatozoides, puede ser frenado por la barrera de látex como por arte de magia.
En fin, como han señalado recientemente algunos investigadores del College Medical School de Londres, la publicidad del preservativo en la lucha contra el SIDA podría tener un efecto contrario al buscado, en la medida en que conduce a actitudes sexuales de mayor riesgo a causa de la sensación de seguridad que induce en la población. No se puede esperar una detención de la epidemia del SIDA con el preservativo, del mismo modo que no se puede frenar un río desbordado solo con sacos de arena, cuando se han roto los diques principales.
La Iglesia quiere centrar la atención en la raíz humana del problema, es decir, en el respeto de la sexualidad humana y de los valores que definen el crecimiento integral de las personas. Si la epidemia ha adquirido grandes proporciones en el África subsahariana es porque ha encontrado condiciones favorables: desocupación, guerras civiles, desplazamientos de refugiados, concentraciones de pobreza urbana, desarrollo de la prostitución, etc., y habría que añadir a todas estas causas de miseria el sometimiento de la mujer al marido bajo pena de repudio.
Se puede comprender el motivo que impulsa a las autoridades sanitarias a difundir el profiláctico entre las prostitutas y sus clientes. Pero la prevención del SIDA debe ir a más, debe situarse en otro nivel y atacar las verdaderas raíces sociales, económicas, políticas y morales de la epidemia. Esto no es imposible: se necesita tan solo elevar el punto de mira y buscar un mayor respeto de la persona humana.
Jacques Saudeau, L´Osservatore Romano (5 abril 2000)