La insensibilidad ante setecientas víctimas mortales en un solo día

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Ante la luctuosa muerte masiva de setecientos seres humanos en el Hospital La Paz de Madrid en mayo de 2013, conviene la siguiente reflexión. Si el ser humano vale algo, no podemos reducirla a un mero “error técnico” sin culpables ni consecuencias.

¿Cuál es la principal noticia: que setecientos seres humanos en estado embrionario hayan perecido como cobayas de laboratorio, o que el anuncio de este hecho tremendo pase sin pena ni gloria como asunto secundario reducido a un mero “fallo técnico” sin transcendencia? Pocos meses después parece olvidado por todos. La atención pública se muestra ínfima en principios y coherencia, y entregada a lo arbitrario y superficial.

La sensibilidad moral humana se nutre de presupuestos. Si nos olvidamos tanto de lo que es un ser humano desde su comienzo vital, como de la dignidad que lo acompaña siempre, estamos abocados a defender la dignidad humana únicamente en función de intereses, de modas o de la pura emotividad alentada por los medios de comunicación hegemónicos. La gran mayoría de los actuales españoles ni se estremece ante semejante barbarie histórica sufrida por setecientas víctimas inocentes, porque ha querido olvidar unos hechos muy básicos. Destaquemos tres principales.

Primero, que un embrión humano es un ser humano, por diminuto e indefenso que sea. Lo enseñan tanto la biología a nivel genético y embriológico, como el sentido común que sabe que la criatura de un varón y una mujer sólo puede ser otro ser humano distinto de ambos. La condición embrionaria de un ser no cambia su esencia o naturaleza, sino que sólo indica su estado de crecimiento. Todos nosotros hemos sido embriones en el seno materno. Aquel embrión que fuimos, no era una fase preparatoria de nuestra identidad personal, sino nuestra primera etapa como seres humanos.

En segundo lugar, que los embriones humanos apartados prolongadamente de su ámbito natural materno sufren una inmisericorde congelación para satisfacer intereses diversos (económicos, instintivos o tecnológicos), a sabiendas de que en su mayor parte serán destruidos sin el mínimo reconocimiento. Esta manipulación cosificadora de la vida humana se realiza en centros cuya denominación delata toda una ideología muy deshumanizadora: “centros de reproducción humana”, como es el caso del centro perteneciente al Hospital La Paz, donde se ha causado la muerte a tantos cientos de seres humanos. Un escape de nitrógeno líquido en un laboratorio de embriología es sólo el último eslabón de unas prácticas alienantes abocadas principalmente a la muerte. La ciencia sin conciencia que rige en tales centros de tecnología mengeliana, desconoce que el ser humano es procreado, pero no reproducido, pues cada ser humano es único e irrepetible. Se reproducen los discos de música o los animales de granja, pero no las personas. Nadie de nosotros es una mera reproducción de sus padres.

En tercer lugar, que el fin no justifica los medios. El fin de satisfacer a unas parejas infértiles el deseo de tener sus propios hijos naturales, nunca justifica la despersonalizadora manipulación de sus propios hijos embrionarios, la mayor parte de los cuales, como ahora se ha verificado, están condenados a una ignominiosa muerte y al total e irresponsable olvido.

Por tanto, aunque el hecho más doloroso sea la muerte masiva de tantos pequeños, lo más noticiable y escandaloso, es la casi nula atención que tal hecho suscita entre la ciudadanía. Ésta, en general con harto narcisismo, se siente civilizada, democrática y solidaria. Sin embargo, su sensibilidad ante la sistemática destrucción camuflada de vidas humanas es nula. Entre tanto, y contando con honrosas excepciones, los medios de comunicación y todo un entramado de organizaciones políticas, cívicas, culturales o religiosas prefiere seguir con lo que se han acostumbrado a creer que es lo realmente actual e importante. Otros no dejamos de pensar coherentemente que nada hay más importante que la vida y la dignidad de todo ser humano, sin excepción ni discriminaciones. Reconocerlo sin ambages será el primer paso para que desparezcan todos los campos de concentración y de exterminio del mundo, tanto para pequeños como para adultos.

Autor: Pablo López López