La invención de enfermedades

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Los laboratorios farmacéuticos no se limitan a hacer publicidad de sus fármacos, sino que además promocionan las enfermedades a las que se dirigen.

La industria farmacéutica gasta miles de millones de euros en actividades de promoción para que los médicos prescriban, las farmacias vendan y los sujetos consuman los productos que fabrica. Pero los laboratorios farmacéuticos no se limitan a hacer publicidad de sus fármacos, sino que además promocionan las enfermedades a las que se dirigen.

La promoción de las enfermedades tiene por objetivo convertir a la gente sana en pacientes, desperdiciando recursos enormes y causando en muchas ocasiones un daño secundario. Convertir problemas y situaciones comunes de la vida, como el envejecimiento, la timidez, la menopausia, la tristeza o la soledad, en enfermedades que pueden tratarse con fármacos es una de las argucias utilizadas por la industria farmacéutica para vender mejor sus productos. La industria farmacéutica ha encontrado una mina con su filón de oro. Las estrategias de mercado que se utilizan suponen un reto global a los agentes interesados en salud pública. Al final no son sólo los médicos, sino los ciudadanos y los gobiernos los que demandarán también una respuesta global.

Muchas de las campañas de salud patrocinadas por la industria farmacéutica están diseñadas generalmente para vender fármacos más que para informar o educar sobre la prevención de la enfermedad y la promoción de un estado de vida saludable. De esta manera, muchos signos y síntomas han sido elevados a la categoría de enfermedades importantes, como es el caso del síndrome del intestino irritable, el colesterol elevado o la osteoporosis. De esta manera, la publicidad consigue medicalizar casi toda la experiencia humana y alienta el consumo de medicamentos para condiciones físicas, molestias o circunstancias vitales que no los requieren o no se benefician consumiéndolos. Eso significa que las personas necesitarían atenciones médicas sistemáticas por el simple hecho de que van a nacer, están recién nacidas, en la infancia, en su menopausia o en la edad avanzada. El resultado final es lo que otros han denominado «construcción corporativa de la enfermedad» que difunde condiciones clínicas como subdiagnosticadas o no suficientemente reconocidas, alarmando a la población para que consulten a los médicos y les alienten a identificar o bien su malestar o bien el tratamiento farmacológico deseado.


Habría que preguntarse si puede evaluarse la promoción o publicidad de los productos farmacéuticos con los mismos parámetros que la de otros productos comerciales. En principio, existen algunas diferencias. Por lo pronto, el que escribe la receta no es el que paga la factura. Podemos también cuestionar la validez de utilizar recursos propagandísticos para los medicamentos argumentando que, si bien una compañía telefónica puede persuadirnos de usar más el teléfono, no es apropiado que una compañía farmacéutica obligue a prescribir un medicamento que de otro modo no prescribiríamos. También debería evaluarse si los medicamentos son bienes comerciales de igual categoría que los perfumes o los coches. Si bien las compañías farmacéuticas son empresas con fines comerciales legítimos y no se trata de cuestionar al sector en su conjunto, sí es necesario revisar sus estrategias de promoción.




La publicidad consigue medicalizar casi toda la experiencia humana y alienta el consumo de medicamentos para condiciones físicas, molestias o circunstancias vitales que no los requieren o no se benefician consumiéndolos.
Pero las compañías farmacéuticas no son los únicos protagonistas de este drama. El periodismo de investigación ha descubierto que existen alianzas entre las grandes corporaciones farmacéuticas, empresas de relaciones públicas, grupos influyentes de médicos a nivel nacional o internacional y algunas asociaciones de pacientes que promueven estas ideas para forzar un determinado punto de vista en el público y en los responsables políticos y sanitarios sobre un «problema de salud» a través de programas en la radio o en la televisión, generalmente bien disfrazados como programas científicos. En la actualidad, estas alianzas están funcionando con varios medios de comunicación para popularizar situaciones muy poco conocidas, como el síndrome de piernas inquietas y la disfunción sexual femenina, para hacer creer cifras muy altas de prevalencia de estas anomalías. En el caso de la disfunción sexual femenina, ha habido un serio intento, contestado duramente por la comunidad científica, para convencer al público de que cerca de la mitad de las mujeres viven con este problema. Quien lea la prensa económica, no le sorprenderá que todo esto ocurre en un momento en el que las compañías farmacéuticas llevan muchos años sin descubrir grandes medicamentos y buscan desesperadamente mantener sus mercados.


El cirujano Sherwin Nuland, ganador del American Book Award en 1994, habla de la tenacidad del cuerpo humano, capaz de servirnos por seis, siete y hasta ocho décadas porque es difícil enfermarse, y el 90% de las personas que van a un médico o no tienen nada serio o mejoran por sí solas. Hacia el final de la vida, nuestro cuerpo nos envía señales algunas veces claramente reconocibles de que el momento ha llegado: tener la valentía de reconocerlas nos proporciona alivio y consuelo, y hasta nos permite morir de la misma forma que lo hacían nuestros abuelos, en paz y rodeados del amor de sus cercanos.