El autor estima entre que 10.000 y 30.000 seres humanos de raza negra fueron a parar a los campos de concentración nazis. La mayoría eran de Togo, Camerún y Namibia, pero también de las Antillas francesas, Estados Unidos, Guinea Ecuatorial o Costa de Marfil, entre otros. Su único crimen era ser negros. Uno de los supervivientes de esta tragedia es un marfileño llamado John William, cuyo relato resulta sencillamente escalofriante.
Hace casi dos años se conmemoraba el sesenta aniversario del descubrimiento del campo de exterminio nazi de Auschwitz por los soldados rusos y la consiguiente liberación de los deportados que quedaban en él. Una vez más el holocausto nazi y su principal víctima, a saber, el pueblo judío, centraron la atención. Se habló también, aunque en menor grado, de los gitanos. A principios de febrero de 2005 (6/02/05) España cumplía con su deber de memoria emitiendo en la segunda cadena de televisión española (TVE2), un documental titulado “El tren de los 927”. Pero una vez más, en el marco de este canto a la memoria, se silenció de forma ingominiosa la voz de los que vienen a ser considerados como subhombres desde hace siglos.
En este sentido atreverse a recordar que dentro de las víctimas hubo negros era un sacrilegio que la «democrática» y «humanista» moral occidental no podía tolerar. Y las instituciones que encarnan esta moral se encargaron de hacerlo saber a todos los que pretendían sacar a la luz este retazo de la barbarie occidental. Pero alguien destapó la caja de pandora: Serge Bilé.
Serge Bilé es un joven periodista y realizador marfileño que trabaja en Radio France d’Outre-mer Martínica (RFO). Además de un libro salido en enero de este año titulado Negros en los campos nazis, ha realizado un documental con el mismo título donde saca a la luz pública este retazo de la barbarie occidental. El autor estima entre que 10.000 y 30.000 seres humanos de raza negra fueron a parar a los campos de concentración nazis. La mayoría eran de Togo, Camerún y Namibia, pero también de las Antillas francesas, Estados Unidos, Guinea Ecuatorial o Costa de Marfil, entre otros. Su único crimen era ser negros. Uno de los supervivientes de esta tragedia es un marfileño llamado John William, cuyo relato resulta sencillamente escalofriante.
Todo eso podría considerarse como un hecho más que añadir a la larga lista de las víctimas del nazismo, si no fuera por la peculiaridad del asunto que aquí nos concierne. En efecto, lejos de constituir una anécdota, lo que ocurrió con las personas de raza negra en los campos de concentración nazis durante la llamada segunda guerra “mundial” era ante todo la prolongación de un comportamiento que el colonizador alemán llevaba desarrollando sistemáticamente hacía tiempo en África.
Efectivamente, antes de los campos nazis de la segunda contienda occidental del siglo XX, ya existían campos de concentración en África y, particularmente, en Namibia, donde se llevó a cabo en 1904 el exterminio de los Hereros. Lo que Serge Bilé desvela es que el gobernador de Namibia que organizó la represión de los Hereros y la construcción de los campos de concentración, Heinrich Goering, era el padre del que fue posteriormente brazo derecho de Hitler. Por otra parte, muestra como el médico que experimentó con los seres humanos hacinados en los campos de Namibia, Hoegen Fisher, tuvo como asistente, al regresar a Berlín, a un joven Joseph Mengele o, lo que es lo mismo, la encarnación del sadismo y la inhumanidad.
Los “negros”, más que víctimas colaterales, fueron las víctimas por definición; y no sólo por ser los primeros sobre los que la ideología racista empezó a experimentar sus recetas sino también por sufrir otras vejaciones que las otras víctimas no soportaron. En este sentido los primeros a los que el recién elegido régimen nazi atacó, cómo no, fueron negros. Clasificados por Hitler en su Mein Kampf por debajo de los judíos y justo por encima de los monos, los negros presentes en el suelo alemán, en esta época, fueron brutalmente esterilizados porque para Hitler y sus secuaces el mayor crimen de los franceses había sido haber instalado “negros” sobre la tierra sagrada de Alemania y haberles permitido atentar contra el honor de la mujer alemana para bastardear y mediocrizar la raza aria con el mestizaje.
Esta concepción enfermiza de la raza no era patrimonio exclusivo de la Alemania nazi porque, como lo recuerda Hannah Arendt, en aquella época el racismo era la asunción que compartían, por excelencia, todas las naciones europeas y, por extensión, Occidente, al menos al referirnos al racismo anti-negro, como lo demuestra el caso de los americanos negros que, huyendo del racismo que sufrían en Estados Unidos, se refugiaron en Europa donde se encontrarían con la maquinaria exterminadora del nazismo alemán. Conviene recordar que ya en el siglo XIX, el francés Gobineau en su Ensayo sobre la desigualdad de las razas plasmaba las ideas racistas de las que se nutrirían las actuaciones de los nazis alemanes.
Sin embargo, sería un grave error pensar que este racismo anti-negro del que estamos hablando es cosa del pasado y que Europa u Occidente se ha deshecho ya de sus atavíos “fascinantes”. Porque, como ayer, se siguen utilizando a personas negras como cobayas humanas para experimentos médicos. No hace mucho se destapó cómo una empresa farmacéutica estadounidense [1] utilizaba prostitutas seronegativas de Douala en Camerún, a las que se les inoculaba el virus del sida, para probar un fármaco de dicha empresa.
Cabe añadir a este hecho, el black out que sufre el documental producido por Serge Bilé. Solicitadas para emitir el ya mencionado documental, todas las cadenas francesas de televisión se negaron. Una valiéndose del argumento según el cual no transmite este tipo de documento, y otra alegando el motivo según el cual los franceses no estaban preparados para conocer hechos de esta naturaleza. Pero lo más sorprendente de todo fue el veto que el embajador de Francia en Costa de Marfil, actuando como un procónsul, impuso a la televisión marfileña arguyendo que la proyección de un documental de tal naturaleza suscitaría y excitaría el odio de los negros contra los blancos; y provocaría un incidente diplomático con Alemania.
Ante tamaña ingerencia, uno tiene la impresión de estar soñando. Pero tras este primer golpe emocional vienen las primeras preguntas. ¿Quién informó a la embajada francesa en Abiyán? ¿Costa de Marfil es o no un Estado independiente? ¿En qué derecho se ampara el embajador de Francia para prohibir la proyección de una película por la televisión formalmente independiente? Responder a estas preguntas puede ayudarnos a entender mejor la verdadera naturaleza de las independencias logradas en los años sesenta por la mayoría de los países africanos. También, podría ayudarnos a entender tanto la actitud de las autoridades marfileñas, al agacharse ante esta imposición del procónsul francés, como la de las autoridades camerunesas que dejaron a sus conciudadanas desprotegidas frente a las fechorías de una multinacional occidental.
Sea cual sea la conclusión a la que llega cada uno de los lectores, sólo nos gustaría decir a todos los africanos que ha llegado la hora de tomar la palabra para denunciar todas y cada una de las fechorías de los países occidentales y sus multinacionales porque si ayer, en consonancia con el muy conocido dicho según el cual “un buen negro es un negro muerto”, se nos mataba (eliminación física); hoy, el propósito es callarnos, porque en una relectura del dicho mencionado anteriormente, “un buen negro sería un negro callado”. Por eso nos parece importante que todos y cada uno de los hijos de África estén donde estén, tomen la palabra para denunciar sin complacencias la agenda occidental respecto a nuestro continente.
Diokgbéne Bomboma es licenciado en derecho. Este artículo ha sido publicado en el portal web Nbidisi, (febrero de 2005), pertenenciente a la asociación Muunganiko wa Masomo ya Kiafrika na Uafrika (Asociación de Estudios Africanos y Panafricanismo).
[1] La empresa en cuestión es el laboratorio Gilead. Cabe precisar que la experimentación se está llevando a cabo por la Organización No Gubernamental (ONG) Family Health International (FHI) con una financiación de 6,5 millones de Euros de la fundación Bill y Melinda Gates (BMG). Es menester añadir que esta experimentación se hace con la colaboración de unas 1.200 personas repartidas en tres países africanos, Camerún, Nigeria y Ghana.