Acabo de llegar del Tercer Mundo. Vengo cansado. Tengo mis derechos y me pongo frente al televisor. Una niña sonriente del Tercer Mundo sale en un anuncio de una ONG. Supongo que ellos llaman a eso «promoción de la mujer».La MUJER en el Tercer Mundo
Por Saliège
SENTADO FRENTE AL TELEVISOR
Acabo de llegar del Tercer Mundo. Vengo cansado. Tengo mis derechos y me pongo frente al televisor. Una niña sonriente del Tercer Mundo sale en un anuncio de una ONG. Supongo que ellos llaman a eso «promoción de la mujer». Una vez en casa de unos amigos vi la foto de una niña de estas. Estaba junto a una cabeza de ciervo. Estos amigos son cazadores. Tienen de todo. Me enseñaron la carta agradecida de su niña.
BARRIADA EMPOBRECIDA
Allá en un barrio muy pobre vi una niña de 8 años. No tenía pose. No se parece a las niñas de Intervida, con su sonrisa artificial. Con su carita de agradecimiento. Con esa estupidez que el Norte llama «buena educación». Omaira Brito sabe de la dureza de la vida. Su madre, drogadicta. Pero sabe llevar su familia adelante. No tiene acceso a las limosnas. Quizá no llegue a abuela. Pero es persona. Solidaridad.
Quizá un día esas víctimas del asistencialismo tomen una postura subversiva. Yo sueño con que sean partidarios de la revolución, de la acción no violenta. Pero si tiran por otro camino las entenderé. Tienen todo el derecho. El asistencialismo no lo sabe pero genera violencia. Y provoca respuestas violentas. Felices, sin embargo, los no-violentos, que son los verdaderamente eficaces.
He visto a Omaira. Omaira es no violenta. No es que los ricos puedan hacer la promoción de la mujer. Eso ni soñarlo. La promoción de la mujer es patrimonio de los empobrecidos.
LLAMAN POR TELÉFONO
Una mujer mayor me llama por teléfono. Sabe que vengo del Tercer Mundo. Me pregunta por el viaje: «hay tantos accidentes». Me pregunta por el calor: «no estamos acostumbrados». Me dice que somos buenas personas y que tenemos mérito: «si todos hiciéramos un poquito». No me pregunta por la esperanza. ¡Qué hemos hecho de la vida! No creo que hayan pasado dos minutos y empieza una larga perorata: una amiga depresiva, un hijo que vuelve a repetir. Y ante todo eso: impotencia.
PESINAS EN CENTROAMÉRICA
La ‘mujer’ que conocí en el Tercer Mundo no tiene nada que ver con ese amasijo de impotencia que enseñan las ONGs. He visto militantes. He visto a la abuela hondureña, de la misma edad que aquí otras piensan en casarse, educando a los niños en la solidaridad. Camina detrás de los nietos que buscan la forma de comer algo. Ella no come. Solidaridad.
LLAMAN AL TIMBRE
Son unos amigos de la infancia. Vienen con sus dos hijos. La parejita. Nos saludamos. Los niños van tomando confianza. Se pasan de la raya. Los padres piden disculpas. No saben que hacer. Me explican que el pequeño es hiperactivo y está yendo al psicólogo. El mayor tiene una especie de celos muy especiales y hay que estar muy atentos; ahora está yendo al logopeda.
MADRES MAESTRAS
En Centroamérica he visto europeas que dan clases de «buena educación». Y hasta un misionero enseñar vascuence. A las niñas se les enseña «buenas maneras». Es decir: maneras burguesas. Formas que hacen reír a cualquiera conciencia normal. Les regalan muñecas europeas y les parecen «extraterrestres».
He visto también una de las más bellas asociaciones que he conocido: las madres maestras. Madres pobres que educan a sus hijos. Analfabetas que enseñan. Como son pobres usan elementos naturales: palos, semillas… Sus clases son aulas muy sencillas. No siempre tienen muebles. La «sede central» está en un barrio pobre y el matrimonio fundador no goza de privilegios. ¿Pueden enseñar los que no saben? Eso me pregunto yo cuando echo un vistazo a esa ganadería que se autodenominan educadores. ¿Qué saben estos de la vida?
Madres maestras. Sin duda ninguna: redundancia. Madre. Maestra. Iglesia. Sacramento.
¡Dios mío, tanto trabajo cuesta no estorbar!