La ONU contra los derechos humanos

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Cuando se celebran los 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la mayor amenaza a este documento y a los principios allí proclamados viene de la propia entidad que dio vida al texto: la ONU.

Entrevista con monseñor Michel Schooyans*,
especialista en filosofía política y demografía.

-Háblenos del surgimiento de la Declaración de 1948.

-Monseñor Michel Schooyans: La ONU se creó en 1945 con la Carta de San Francisco y, en cierta forma, se consolidó en 1948 con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se consolidó en base a una misión esencial, la promoción de los derechos de todo ser humano. Todo ser humano tiene derecho a la vida, afirma el artículo tercero de la Declaración. El texto invita a todos los hombres, países y gobernantes a reconocer la dignidad de cada ser humano, cualquiera que sea su fuerza, el color de su piel, su religión o edad. Todos merecemos reconocimiento por el simple hecho de ser hombres. Y sobre esa base, dice la Declaración, podremos construir nuevas relaciones internacionales, una sociedad de paz y fraternidad.

Si hubo una guerra mundial que terminó en 1945, es porque hubo un desconocimiento de la realidad de que todos los seres humanos tenemos derechos inalienables e imperecederos. La Declaración se sitúa en continuidad con todas las grandes declaraciones que han marcado la historia política y jurídica de las naciones occidentales. Por ejemplo, la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos (1776), la Constitución de los Estados Unidos (1787), la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de Francia (1789), son las declaraciones clásicas. La Declaración de 1948 se sitúa en la tradición más fiel a aquellas Declaraciones que han demostrado su eficacia en el campo del reconocimiento y la promoción de los derechos humanos.

Estos derechos se reconocen debido a una actitud moral y antropológica: yo reconozco la realidad de mi semejante y me inclino ante su presencia. Reconozco su dignidad: incluso si está enfermo, está al inicio o al final de su vida, tiene una dignidad igual a la mía.

-¿Qué tipo de documento es la Declaración de 1948?

– Monseñor Michel Schooyans: La Declaración no es un documento de Derecho en el sentido técnico de la palabra, sino que enuncia unos derechos básicos. Pero para que esos derechos básicos sean reconocidos en la práctica, necesitan ser traducidos en textos legales, necesitan ser codificados. Deben ser prolongados en instrumentos jurídicos apropiados, en lo que se llama Derecho positivo. Esto significa que los derechos proclamados en 1948 deben expresarse en leyes para ser aplicadas por los Gobiernos de los países, y controladas por el poder judicial. Son, por tanto, dos cosas: La primera, el reconocimiento de la realidad de que los seres humanos tienen la misma dignidad y los mismos derechos básicos, y por otro lado, instrumentos jurídicos que dan una forma concreta, exigible, a esos derechos reconocidos como fundamentales.

Cuando se trata de la Declaración de 1948, conviene tener presente que los mismos derechos fundamentales pueden dar lugar a codificaciones distintas de acuerdo con las diversas tradiciones jurídicas de los países. Las naciones pueden traducir de forma distinta el mismo respeto que éstas tienen a los derechos fundamentales de los hombres.

Lo que acabamos de evocar es lo que se llama la tradición realista. Esta tradición se inclina frente a la realidad de seres concretos: usted, yo y la universalidad de los seres humanos. Esta misma tradición sostiene todo el edificio de las naciones democráticas, no solo el edificio jurídico, sino también el edificio político, que también se basa en el reconocimiento de esa misma dignidad. Ahora, hoy en día, la Declaración de 1948, que se inspira nítida y explícitamente en la tradición realista, y que fue redactada con la colaboración de uno de los brasileños más ilustres de la historia, Alceu Amoroso de Lima, está siendo cuestionada.

-¿De qué tipo de cuestionamiento se trata?

-Monseñor Michel Schooyans: Es un cuestionamiento que procede de la influencia de la teoría positivista del Derecho, elaborada sobre todo por un autor llamado Hans Kelsen (1881-1973). Bajo la influencia de Kelsen, se extendió una nueva concepción del derecho, y por tanto, de los derechos humanos. Lo que antes se decía respecto de los derechos innatos del hombre que, por ser hombre, tiene naturalmente derechos, está cuestionado. Todo eso se niega, se coloca entre paréntesis, es despreciado y olvidado. Solo subsisten las normas jurídicas, sólo subsiste el derecho positivo, prohibiendo cualquier referencia a los derechos que los hombres tienen naturalmente. En este contexto, las determinaciones jurídicas son la única cosa que merece respeto y estudio.

Ahora bien, estos ordenamiento jurídicos, estas disposiciones contenidas en los Códigos, pueden cambiar según el parecer de quienes tienen fuerza para definirlas. Son puro producto de la voluntad del que tiene poder, de quien consigue imponer su visión de lo que es o no derecho humano. De modo que, como es evidente, la visión puramente positivista de los derechos humanos, depende finalmente del arbitrio de quien tiene la posibilidad de imponer su propia concepción de los derechos humanos, ya que ya no queda ninguna referencia a la verdad, que tiene que ver con la realidad del hombre.

-¿Qué consecuencias tiene este proceso?

La ley en el tiempo de Stalin era el reflejo de la voluntad del más fuerte. Hoy en día, la ley que permite el aborto, que permite la eutanasia, no es algo distinto.

-Monseñor Michel Schooyans: Son trágicas. El positivismo jurídico abre el camino para todas las formas de dictadura. Como decía el propio Kelsen, en la Unión Soviética de Stalin había estado de derecho, ya que había leyes. Era un dictador, pero hacía leyes. ¿Pero qué leyes? La ley era la expresión de su voluntad, de su brutalidad. No tenían una referencia a derechos naturales, que serían objeto de una verdad a la que la gente se adhiere y que se impone por su fulgor. La ley en el tiempo de Stalin era el reflejo de la voluntad del más fuerte. Hoy en día, la ley que permite el aborto, que permite la eutanasia, no es algo distinto. Es una ley que permite que venza el más fuerte, que dice: ya que esa es mi voluntad, yo decidiré quien es admitido a la existencia y quien no.

Esta mentalidad ha entrado en varias agencias de la ONU. Y la ONU hoy en día se está comportando como una superpotencia global, transnacional, en la línea exacta de Kelsen. Él mismo decía que las leyes nacionales, las que conocemos como nuestros Códigos nacionales, deben someterse a la aprobación, validación, de un poder piramidal. La validez de las leyes nacionales depende de la validez otorgada, concedida por el poder supranacional a los códigos nacionales, particulares. Esto significa que las naciones quedan totalmente alienadas de su soberanía y los seres humanos de su autonomía. La gente observa esto todos los días, en las discusiones parlamentarias. Muchos parlamentos son simplemente teatros de marionetas que ejecutan decisiones que proceden desde fuera, cumplen la voluntad de quien impone sus decisiones, eventualmente comprando los votos, a través de la corrupción.

Todo esto sucede bajo el simulacro de la globalización, que merece toda nuestra vigilancia. Sucede que, en la mentalidad de quien se adhiere a esta concepción puramente positivista del derecho, la ley no está al servicio de los hombres y de la comunidad humana; está solo al servicio de este u otro centro de poder. Este puede ser una nación como los Estados Unidos, pero puede ser sobre todo la trama de voluntades que se aglomeran en las Naciones Unidas, apoyadas por numerosas ONGs, y también por algunas sociedades secretas, como la masonería.

Esto muestra que hoy en día el derecho internacional tiende a prevalecer sobre los derechos nacionales, a aplastarlos, pues los está desactivando gradualmente. ¡Es una cosa terrible! Estamos asistiendo al surgimiento de un derecho internacional tiránico, puramente positivista, que ignora los derechos humanos inalienables proclamados en 1948. Y la gente no se da cuenta…

Estamos ante un nuevo tipo de totalitarismo, de ahora en adelante la soberanía de las naciones es pura fachada

-¿Estamos ante un nuevo tipo de totalitarismo?

-Monseñor Michel Schooyans: Sí, porque de ahora en adelante la soberanía de las naciones es pura fachada. Kelsen explica esto muy bien: el derecho internacional, que dicta sus leyes a las naciones, debe ser él mismo validado, aprobado, por la cumbre de la pirámide, por la instancia suprema. Veamos un ejemplo: en el momento en que estamos hablando, hay una discusión en la sede de las Naciones Unidas sobre la introducción o no del aborto como «nuevo derecho humano». Sería una nueva versión de la Declaración de 1948. Una modificación calamitosa, porque introduciría subrepticiamente un principio puramente positivo en una declaración que es antropológica y moral. Allí se colocaría también el derecho a la eutanasia. Sólo quedaría a las naciones particulares ratificar estos «nuevos derechos humanos» emanados de la instancia suprema. Esto significa que, como referencia a los derechos naturales de los hombres, esta Declaración habría sido desactivada, volviéndose un documento de derecho puramente positivo, que debería ser aplicado por todas las naciones que se adhirieran al nuevo texto de o a algún otro documento similar.

Es una cosa pavorosa lo que está a punto de suceder. Y va más allá. La Corte Penal Internacional, que fue instituida hace algunos años, tendrá como área de competencia juzgar a las naciones o entidades que rechacen reconocer estos «nuevos derechos» inventados o que se inventen. La Iglesia Católica es uno de los posibles blancos de esta Corte Internacional. Ya hubo quien dijo hace años que el Papa Juan Pablo II podría haber sido intimado a comparecer ante el Tribunal Internacional por oponerse a un «nuevo derecho», el «derecho» de la mujer al aborto. Una amenaza similar se cierne sobre Benedicto XVI. Y en el campo de la educación sucede lo mismo con la ideología de género. En virtud de un «nuevo derecho humano», las personas escogerían su género, podrían cambiar de género. Por lo tanto, el género debe ser enseñado en las escuelas. Es adoctrinamiento.

* Monseñor Schooyans es miembro de la Academia Pontificia para la Vida, de la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales, así como profesor emérito de la Universidad de Lovaina (Bélgica).

ZENIT.- Dic-2008