Hacía tiempo que no rezaba con tanta devoción el Santo Rosario como lo hice este verano, cuando estuve dirigiendo los Ejercicios Espirituales a un grupo de laicos, en su mayor parte matrimonios jóvenes del Movimiento Cultural Cristiano.
Todas las tardes rezábamos el rosario de la siguiente manera: una persona del grupo anunciaba cada uno de los misterios e iniciaba el rezo del Padrenuestro. A continuación, cada uno tenía la oportunidad de decir una intención para cada Avemaría y rezar la primera parte de la oración, que todo el grupo continuaba. En estas intenciones salían muchas de las necesidades que vivimos cada día en nuestra sociedad, en la Iglesia, en la familia y personalmente.
Oí en una ocasión que el rosario es la oración de los pobres, porque está al alcance de todos, sean teólogos o gente que no sabe leer. Recuerdo con emoción y gratitud el rezo del rosario en mi casa. Era un momento importante del día. Se rezaba todas las noches, solos o junto con otras familias.
Es hermoso el testimonio sobre el rosario que nos dejó el beato Juan Pablo II:
«Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. El rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: “El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad”».
En el rosario contemplamos el rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su santa Madre. A través de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. Al mismo tiempo, nuestro corazón puede incluir en esas decenas de Avemarías del rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, de la familia, de la nación, de la Iglesia y de la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana.
Algunas circunstancias dolorosas que vivimos nos pueden ayudar a dar un nuevo impulso a la propagación del rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz en un mundo tan lacerado por las guerras, los afectados por la crisis económica con sus muchas ramificaciones en los parados, las familias, los indigentes, los inmigrantes…
Otro ámbito crucial en nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula germinal de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad.
Con mi afecto y bendición.
+ Alfonso Milián Sorribas
Obispo de Barbastro-Monzón