La oración del lenguaje, ¿Es lo mismo decir Adiós que Hasta Luego?

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Un viejo nos preguntaba en una ocasión si daba lo mismo despedirse diciendo hasta luego o diciendo adiós. Lo que de entrada nos parecía, a muchos jóvenes que lo escuchábamos, una cuestión baladí sin duda fruto de nuestra superficialidad, encerraba un asunto mucho más de fondo.

La respuesta a esta pregunta que nos hizo un cristiano militante la encontré años después paradójicamente en las palabras de un ateo militante, Friedrich Nietzsche. El filósofo alemán afirmaba que «mientras Dios siga existiendo en el lenguaje humano no se podrá afirmar de verdad que Dios ha muerto».


 Los religiosos contemplativos dedican mucho tiempo, esfuerzo y sacrificio al misterio de la contemplación como forma de darse a los hermanos. El pueblo sencillo, afanado en los duros rigores del trabajo que en la mayoría de las ocasiones le ocupan prácticamente toda la jornada, también ha ido buscando maneras para consagrar el mundo, el vasto mundo del trabajo, de la economía, de la cultura… a Dios.


 Adiós es una palabra que surgió como expresión de un buen deseo… de ir con Dios, ir a Dios, quedando por último en a-diós. Y es lo mismo en francés, a-dieu, italiano, a-dio, portugués a-deus… Hasta en inglés, aunque con diferente conformación, la base del significado etimológico de la palabra adiós hace referencia a Dios: «good-bye», que es la contracción de  «God be with you», «Dios esté contigo».


 Así, si echamos un vistazo al lenguaje común, lo descubriremos jalonado de múltiples invocaciones a Dios, que aunque la mayoría de las veces se realizan de manera automática e inconsciente, han ido generando una cultura en la que de manera difusa, callada, inapreciable muchas veces se hace presente permanentemente a Dios.


 Jesús decimos cuando alguien estornuda. En épocas de peste el estornudo podía ser el primer síntoma que manifestará esa enfermedad fatal, y a modo de sortilegio se invocaba al mismo Jesús, y si la cosa tenía mala pinta incluso a toda la sagrada familia, Jesús, María y José


 Hasta mañana te despides, si Dios quiere. Muchas cosas suceden, gracias a Dios. Los planes saldrán adelante, Dios mediante. Los asuntos importantes se piden por Dios, incluso por el Amor de Dios. Los trabajos bien hechos se hacen como Dios manda. Los más difíciles de hacer cuestan Dios y ayuda. Las mejores cosas son Divinas, celestiales. Cuando mejor nos encontramos, estamos en la Gloria, La injusticia, clama al Cielo


 Las improvisaciones se hacen sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. En la desnudez estas como Dios te trajo al mundo. La espontaneidad se hace a la buena de Dios o como Dios nos dio a entender. En la escasez, Dios proveerá.


 En la sorpresa, Dios Santo. Ante lo increíble que baje Dios y lo vea. De las cosas que nos gustaría haber hecho o dicho, líbreme Dios. En la incertidumbre, Dios dirá. En la duda, sabe Dios. En la gratitud, que Dios te lo pague. En los buenos deseos, que Dios te bendiga En el asombro, válgame Dios. La contrariedad, vaya por Dios. En la resignación Ay Señor, Señor. En la turbación, ¡Dios mío! Del peligro, que Dios te guarde. En las grandes adversidades que Dios te ampare. En las largas despedidas, ve con Dios. Para el futuro, que sea lo que Dios quiera.


 Todo eso por no hablar de las invocaciones a la Madre de Dios, Virgen Santa… a los santos, a las continuas expresiones de las Sagradas Escrituras incorporadas de manera natural a nuestra comunicación diaria. O nuestro refranero, lleno de referencias a los Alto (al que madruga Dios le ayuda, Dios los crea y ellos se juntan, a Dios rogando, con el mazo dando, una vela a Dios y otra al diablo…).


 Incluso en el lenguaje con significado más irreverente, incluso la blasfemia, nos decía el maestro de espiritualidad André Louf, «es un medio a contrapelo para decir algo que se acerque un poco a la verdad de Dios. Job vibra y explota en blasfemias. Si aparecen las blasfemias en nuestra vida tienen alguna relación con el Espíritu Santo que ha inspirado la Biblia». Incluso el que toma el nombre de Dios en vano, Le hace presente en el lenguaje.


 Hasta palabras legadas a nuestro idioma por los antepasados musulmanes son invocaciones al mismo Dios. Qué sirva para caminar en el entendimiento mutuo: Ojalá (Oh!-Ala, del árabe, si Dios quiere).


 En una ocasión me despedí de un amigo cubano con un adiós. Él me contestó con un salud. No es casualidad. Aquellos regímenes que han querido quitar a Dios de en medio porque les estorbaba, siguiendo los consejos del filósofo alemán, han puesto todos sus esfuerzos en quitar a Dios del lenguaje.


 El adiós, como todo el resto de menciones desapercibidas pero constantes a Dios, es una de las maneras mediante las cuales el pueblo ha jalonado el día de día de presencia de Dios en el lenguaje y de ahí en la cultura, pues es sin duda el lenguaje creador principal de cultura. Es una de las maneras de encuentro desapercibido, pero cotidiano, natural, difuso y permanente con Dios. Es, quizá, una de las maneras de oración permanente que encontraron los humildes y sencillos.


 Hoy el día el materialismo también quiere quitar a Dios, y también lo hará entre otras cosas por el lenguaje. Hoy se cree más en el determinismo, muchas veces trágico de la fortuna, al modo de los clásicos griegos (afortunadamente se dice,) que en la presencia de un Dios-amor misericordioso (en vez de Gracias a Dios). Así que entendí que ese viejo militante cristiano se despidiera siempre de los sitios, como lo hacía el resto de su vida, con Dios en el corazón… y en la boca: ¡a-Dios, a-Dios!