(Escrita desde Montserrat, el 14 de marzo de 1958)Guillermo Rovirosa, el gran apóstol de los obreros, tuvo un accidente de circulación, en Madrid, y tuvieron que cortarle el pie. He aquí lo que dice a una cieguita y paralítica, de Reus, Dora de nombre, en una carta confidencial:
«…Estos ocho meses largos de inmovilidad, atado por la pata como los pollos, despuésde una vida tan atareada como la que yo llevaba, me han servido mucho y me han aclarado la vista en muchas cosas. Por ejemplo: he descubierto que ser cristiano no consiste principalmente en HACER o NO HACER tales cosas o tales obras, sino en SER CRISTO, amando como Cristo nos ama. El HACER y el NO HACER viene determinado, no principalmente por lo que está mandado por preceptos y reglamentos, sino por imperativos
de este Amor de Cristo en nosotros. Yo tuve la suerte de estar veinticuatro horas clavado en la cruz de Cristo a consecuencia del accidente, siendo la sed abrasadora (mientras al exterior llovía a cántaros) la que presidía los demás sufrimientos de todo el cuerpo y fue el descubrimiento de un mundo maravilloso y desconocido. Eso no lo cambiaría por nada del mundo. Quisieron ponerme un calmante y yo les dije que no era menester, y tuve la suerte de que no me lo pusieran…
…Ahora comprendo el gran beneficio que es el disfrutar de la cruz. De cualquier clase de cruz: la que crucifica al cuerpo y la que crucifica al alma. Pero es necesario estar crucificado en Cristo, puesto que entonces EL ES ya presente y esta presencia vale todas las «pesetas» habidas y por haber.
La tragedia es la de los pobres crucificados que desconocen a Cristo, como el mal ladrón… ¡Pobrecitos! Debemos rogar por ellos…»
(Escrita desde Montserrat, el 14 de marzo de 1958)