Los hermanos Benetton y Ted Turner son sólo dos ejemplos de los compradores del paraíso argentino. Los hermanos Carlo y Luciano Benetton, hace menos de una década compraron 900.000 hectáreas en las provincias de Neuquen y Chubut. Algo así como 900.000 campos de fútbol… Muchos no distinguen Argentina de Chile, ni les quita el sueño si en estos países hay bonanza económica y democracia o caos y un presidente interino en medio de la crisis. El dinero es cobarde, pero no tonto, y empezaron a comprarse la Patagonia.
Los argentinos han descubierto que tienen un paraíso en casa al que habían ignorado. Naturaleza desbocada con el 80 por ciento de las reservas de petróleo y gas del país, y una de las mayores concentraciones de agua dulce del planeta. La compra de grandes terrenos por extranjeros en los últimos años les ha hecho pensar en cómo evitar la pérdida de ese páramo interminable llamado Patagonia.
Aunque sople un viento terrible, las distancias se hagan eternas, no haya gente en cientos de kilómetros y los inviernos exijan vivir a quince grados bajo cero, a la Patagonia le llaman paraíso. Podría parecer el mundo al revés porque la Patagonia está condenada a ser uno de los espacios más puros del planeta. Y eso, para empezar, le da un valor incalculable. Algunos multimillonarios estadounidenses hace tiempo que se fijaron en la Patagonia. Muchos de ellos no distinguen Argentina de Chile, ni les quita el sueño si en estos países hay bonanza económica y democracia o caos y un presidente interino en medio de la crisis. El dinero es cobarde, pero no tonto, y empezaron a comprarse la Patagonia. Hasta dicen que hay un libro para propietarios de grandes fortunas en el que se establece que para ingresar en el club de los más ricos se debe contar con una buena cantidad de hectáreas en esas remotas tierras.
Entre los pioneros hay que buscar a los hermanos Carlo y Luciano Benetton, quienes hace menos de una década compraron 900.000 hectáreas en las provincias de Neuquen y Chubut. Algo así como 900.000 campos de fútbol. Aparte de lugar para el descanso, estos italianos del textil buscaron pastos para criar sus rebaños y así obtener lana de ovejas desestresadas. Jerséis, calcetines y bufandas de su marca fueron un día parte de esta paisaje privilegiado donde miles de cabezas tienen tanto terreno alrededor que comen a cientos de metros unas de otras. A la familia Benetton le siguió el estadounidense Ted Turner, creador de la CNN y vicepresidente del grupo multimedia AOL Time Warner. Venía cada temporada de esquí a las pistas de San Carlos de Bariloche, una espectacular villa de montaña rodeada de lagos a los que van a morir las aguas del deshielo de los Andes. Tanto le gustó que terminó comprándose una finca de 5.000 hectáreas en una de las zonas más codiciadas, lindante con la frontera chilena, a la vera de la más grande cordillera de América. Después fue el actor Christopher Lambert quien compró un lote y Silvestre Stalone le puso los ojos en 1997 a una estancia en Cholila (Chubut), pero un grupo de ganaderos supo del precio irrisorio que pretendía pagar y pidió al gobernador que no fuera tan benévolo. Un diario se hizo eco, creó revuelo y el actor cambió de planes. La Patagonia se había puesto de moda.
PROPIEDAD PRIVADA
A estos magnates del dinero les atrajo saberse lejos de todo, encontrar la calma que no tienen y respirar un aire purísimo. «Aquí sólo ves alambre y pasto. Lo peor son las distancias, y que las comunicaciones son muy malas», contaba el viernes Faustino, habitante –escogido al azar en el listín telefónico- de Rawson, ciudad que debe su nombre a la comunidad galesa que la pobló a finales del siglo XIX. Pero las distancias no les suponen un problema a los Benetton y Turner. Tampoco al estadounidense Joe Lewis, socio de la cadena de restaurantes Planet Hollywood, quien en 1996 compró la estancia (suerte de finca con latifundio en el entorno) llamada Lago Escondido, entre Bariloche y Esquel. Ellos llegan a Buenos Aires, se alojan en un hotel de cinco estrellas y al día siguiente despegan en avión privado para aterrizar después dentro de su estancia. Nadie se entera de su llegada, porque no hay revistas del couché haciendo guardia a la puerta. Justo esa privacidad buscada por unos e ignorada por el resto ha provocado en los últimos meses unos problemas tan nuevos que nadie sabe a quién recurrir para solventarlos: la propiedad de la tierra y el acceso a los lagos.
Dentro de la estancia de los Lewis se encuentra el lago Escondido, un espejo de aguas mansas de propiedad provincial cuyo acceso, por tanto, debería ser público. Sin embargo, un portón impide a los vecinos recorrer el único camino que conduce al lago. Contrariados por no ver el lago que siempre ha sido suyo, hicieron llegar su inquietud al gobernador. Tenían algunas sospechas acerca de «las dudas generadas por una donación» hecha por Joe Lewis, equivalente a medio millón de euros, para la construcción del nuevo hospital de El Bolsón. «No queremos pensar que fue un canje de dinero por el lago», dijeron, a pesar de que el gobernador había sido invitado por Lewis meses antes a tomar un asado en su finca.
Muchos de los escasos habitantes de la Patagonia (apenas un millón y medio de personas en una superficie que casi dobla a la de España) tienen la sensación de que la zona está en venta al mejor postor. Desde la crisis de diciembre de 2001, en la que el peso argentino se devaluó con respecto al dólar, los terrenos son tan baratos que hasta se venden lotes a través de páginas de internet. «Aquí viene un yanqui y por cuatro dólares se hace con la cantidad de tierra que le apetezca», sostiene Jorge Giles, ex diputado y ahora responsable de Medio Ambiente en el equipo de Elisa Carrió, candidata de izquierda que obtuvo el cuarto puesto en las elecciones presidenciales de hace una semana y única voz en toda la campaña que se levantó a favor de una regulación sobre la venta de tierras, sobre todo a extranjeros. «Parece que en este país desapareció la idea del Estado, de soberanía territorial», dice Giles. Todo empezó hacia la segunda mitad de la Presidencia de Carlos Menem, a finales de los noventa.
Los excesos de aquellos años provocaron hace unos meses una reclamación, absurda por lo utópica, que causó una risa nerviosa en todos los habitantes de la Patagonia. Resulta que en los tiempos del derroche inconsciente del gobierno Menem, Argentina emitió unos bonos para financiar el déficit de los años en que el dólar valía lo mismo que el peso argentino. A esos bonos se les llamó samurai y fueron comprados por unos 1.300 inversores japoneses, la mayoría jubilados, por valor de casi 3.000 millones de euros. El secretario de Finanzas argentino, Guillermo Nielsen, en visita oficial a Tokio después de la crisis de 2001 y del anuncio de suspensión de pagos de su país, tuvo que enfrentarse a una sugerencia que le desencajó el rostro: le dijeron que si no podían hacer frente a la deuda «¿por qué no hacen como Corea, que vendió joyas para pagar, o ceden tierras como hizo Rusia con Alaska cuando se la entregó a Estados Unidos?».
LA DESAPARICIÓN DEL ESTADO
Desde 2001, no sólo compran tierras en esa zona multimillonarios y grandes fortunas. Vecinos chilenos y brasileños, además de europeos, se han sumado a la conquista de la Patagonia. Diego Valenzuela, economista y miembro del equipo de investigación del periodista Mariano Grondona, quita hierro a la recomendación nipona –»una queja razonable, pero anecdótica e inviable»- pero se lo pone al «problema de la desaparición del Estado en una parte del país», … a favor de los ricos
Por Alberto Fernández-Salido