La paz de una nación se construye en la familia

4602

Víctor Ochen nació en un campo de refugiados, donde ha vivido 21 años, no pudo completar sus estudios, a pesar de lo cual se ha convertido en observador internacional de Naciones Unidas para los refugiados en el corazón de África

Se trata de una aventura que en ocasiones da vértigo hasta ser escuchada. Pero Ochen se sirve de ella para explicar a los más jóvenes que la paz es posible. Eso fue lo que trasladó, con su testimonio —del que aquí ofrecemos un extracto— a los asistentes del 28º Encuentro África.

Nací en 1981 en un campo de refugiados. (…) Mis padres tuvieron que luchar a lo largo de toda mi infancia para conseguir comida, agua o leña. Mi madre fingía que comía, pero lo hacía para que nosotros pudiéramos tomar algo por la noche. No desayunábamos ni comíamos. Solo tomábamos algo por la tarde, y hasta el día siguiente no volvíamos a comer. (…)

De mi madre aprendimos que la solución no era tomar las armas. En lugar de escoger la venganza, que era el camino más fácil, optamos por la paz como un compromiso de vida. (…) Estoy convencido de que la paz viene de la familia. Cuando hablamos sobre cómo construir la paz en una nación, estoy convencido de que es a través de la familia.

Con menos de 13 años comencé a luchar para ir a la escuela. Mis padres no podían permitirse comprarme el material escolar o pagar la matrícula. Terminé primero de Primaria, pero la guerra se intensificó y tuvimos que huir a otro campo de desplazados internos, donde estuve durante cinco años. Cuando acabó esta situación quise volver a la escuela, pero en casa no había dinero ni para comida, ni para el uniforme ni para lapiceros. Empecé a fabricar carbón vegetal y a ganar un dinero con el que pude pagar la matrícula.

Las escuelas fueron quemadas, también los centros sanitarios fueron atacados, el personal sanitario fue secuestrado o asesinado, y no había medicinas ni ningún centro de salud operativo. Entonces apareció un brote de meningitis que acabó en una semana con 130 personas de la comunidad. Un domingo me sentí con fiebre y empecé a temblar.

En la iglesia sugirieron a mi madre que me llevaran al centro de aislamiento, pero ella se opuso. Me llevó a casa porque quería que muriera allí. (…) Estuvo conmigo encerrada rezando desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana del día siguiente. Perdió la voz pero no dejó de rezar. A las seis de la mañana mi padre pensó que los dos habíamos muerto. Llamó a la puerta y yo salí completamente recuperado. Estoy convencido de que fue gracias a las oraciones de mi madre, si ella hubiera parado un solo minuto de rezar por mí esa noche, yo habría muerto. Le estoy muy agradecido porque por ella estoy aquí.

Uganda
La población ugandesa ha participado y ha padecido en todas las guerras africanas causadas en torno al expolio de las riquezas de los Grandes Lagos: coltán, oro, diamantes…
El actual dictador Yoweri Museveni lleva en el poder 30 años. La guerra continúa en el norte del país. El conflicto dura ya 24 años. Los rebeldes secuestran a menudo a niños para utilizarlos como soldados. Muchos de ellos mueren en combate y otros asesinados por los propios guerrilleros. En ocasiones tienen que asesinar incluso a miembros de su propia familia, incluidos madre y hermanos, para sobrevivir.

La guerra se intensificó y chavales de 10 o 12 años empezaron a tomar las armas. (…) Decidí fundar en el campo de desplazados internos el Club de la Paz, cuyo principal objetivo era desanimar a los muchachos que querían alistarse. (…)Los ancianos no lo entendían: ‘Estás quitándonos a estos jóvenes, que son los que nos protegerán’, me decían. (…)Poco a poco fueron aceptando mi posición, aunque llegué a ser objetivo tanto del Ejército como de los rebeldes.

Mi madre nos inspiró a construir una iglesia en el campo de desplazados y, para ello, escogió nuestro hogar. Nos animó a hacer de nuestra casa una iglesia. En el campo de desplazados había unas 50.000 personas y esa pequeña iglesia era un espacio muy reducido. La construimos con nuestras propias manos. Mi hermano, que luego fue secuestrado por el LRA en 2003, se hizo pastor de esta iglesia y rezaba por todo el mundo que venía. Pronto se quedó pequeña, no cabía la gente, venían a cientos, sobre todo los domingos.

(…) Uno de los mayores desafíos es ser víctima y, al mismo tiempo, activista por la paz. Hay un conflicto emocional enorme cuando uno es agente de la paz y, al mismo tiempo, víctima. Recuerdo un día en el que fui a hablar a un grupo de muchachos que habían sido secuestrados y me contaban sus historias, de cómo les habían cogido y les habían obligado a secuestrar a otros niños. (…) En un momento me di cuenta de que estaban hablando del secuestro de mi hermano. Tenía delante al que había sido forzado a secuestrar a mi hermano. (…) Estuve dos días pensando qué hacer con ese chico. ¿Debía vengarme? La respuesta fue ‘no’. Lo mejor que podía hacer era pedirle que trabajara conmigo en AYINET para aconsejar a otros jóvenes que habían pasado por su misma situación. Eso me salvó, pedirle que fuera mi compañero, que trabajara conmigo. Ha sido muy muy difícil pero, al mismo tiempo, ha sido una experiencia de sanación, liberadora.

Autor: Victor Ochen