José A. Langa, catedrático de matemáticas en la Universidad de Sevilla. Militante del Movimiento Cultural Cristiano.
Frente al cientifismo reduccionista que circunscribe la razón a ciertos objetos y métodos, el autor sugiere que la estructura relacional de la realidad –de la que dan cuenta desde la ciencia hasta la teología– nos invita a pensar en una Razón-Amor como la mejor guía para llegar a la Verdad. Esta estructura relacional se descubre, en el plano científico, en avances como la teoría de campos, el entrelazamiento cuántico o el carácter intercambiable entre materia y energía; en el plano humano, en el amor, y en el plano teológico, como un Dios Trinidad que es, Él mismo, Amor. José Antonio Langa es Catedrático de Matemáticas de la Universidad de Sevilla y militante del Movimiento Cultural Cristiano.
En este trabajo describiremos cómo lo más íntimo de la realidad está determinado por la relacionalidad, y que la organización que ésta genera es fruto de la información natural de los sistemas. Es ésta la manera en que relacionalidad e información natural aparecen en la ontología de lo real.
Los cristianos confiamos plenamente en la fuerza de la razón para poder adentrarnos en la comprensión de lo real. La Verdad puede ser seguida a partir de la razón que poseemos. Pero la Verdad que perseguimos es esencialmente Amor. Este Amor es además el que todo lo ha creado, inundándolo de su propio ser. Por ello, no hay ninguna contradicción en que la búsqueda de la Verdad nos conduzca al Amor, y, que, amar sea la guía certera para avanzar en lo real. No hablamos aquí del amor como sentimiento, sino del amor como la verdad última de todo lo real, de su ontología más profunda. Una mirada capaz de aprehender lo real solo se puede hacer desde lo que podríamos denominar Razón-Amor, pues es éste el ser más íntimo del Logos al que amamos, seguimos y nos hace entender toda la creación. ¿Qué manifestaciones de lo real nos permiten afirmar, aunque sea solo como indicio, que «llenos están el cielo y la tierra de Tu Gloria»? ¿Hasta dónde podemos llegar en esta afirmación si caminamos desde las aproximaciones científicas modernas?
El amor de Dios, por su ser Trinitario, es esencialmente comunión de personas en un movimiento de amor permanente de donación entre ellas. Aquí está la raíz de su hermosura, y es ésta la que debe haber vestido a todo lo creado, y que crea así la belleza de lo inerte, y la exuberancia de la vida en lo animado. Si pudiésemos ver con los ojos de Dios, observaríamos precisamente esta «comunionalidad que se dona». Francisco, en el 239 de Laudato Si, afirma: «San Buenaventura nos enseña que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria».
¿Es esto posible, o es una manera poética de hablar? ¿Podemos aspirar a ello? ¿Podemos llenar nuestro corazón de este deseo?, ¿se puede perseguir esta meta? O, en el fondo, ¿es esto falso?, aunque sea bello, e incluso intuitivo. En Su presencia real que lo llena todo nos jugamos nuestra esperanza. Intuimos que, si nuestros ojos fuesen traspasados por el Amor mismo, toda esta penumbra podría transformarse en esperanza y alegría, aún no completamente experimentadas.
Ontología relacional en la Física
El conocimiento que produce la ciencia es fruto de un método o de una red de metodologías. Está basado en datos de la realidad; por tanto, de elementos que se puedan medir, o que creamos que se pueden medir, y para los que tengamos instrumentos -tecnológicos o abstractos- para medirlos. En cierto modo, si no se puede medir de ninguna manera, es que no existe, porque no tiene ninguna manifestación. Pero, por otro lado, intento medir aquello que yo creo que existe: la materia o la energía, por ejemplo. Es decir, antes de hacer ciencia, aplico mi marco general de creencias, lo que se conoce como paradigma. Durante muchos años Einstein estuvo convencido de que detrás de las aparentes contradicciones de la Física Cuántica debía haber diversas «variables ocultas»; es decir, que en esta realidad debían existir elementos ocultos que nos impedían comprenderla. Esta es la actitud verdaderamente científica. Cuando no entendemos, no negamos lo que no entendemos, sino que reconocemos la fragilidad de nuestra comprensión actual. Por ello, para un creyente, las posibles aparentes contradicciones entre algún resultado científico y las verdades de su fe, más que llevarlo a la tribulación, a lo que le debe conducir es a reconocer, una vez más, los límites de la ciencia. No puede haber ningún resultado científico que nos haga dudar de la Resurrección o la vida eterna, o de que el Amor vence siempre, o que la presencia del Espíritu Santo es cotidiana y actuante. La carga de la sospecha en estos casos ha de estar siempre en la ciencia, porque es lo sensato ante una forma muy limitada de acceso a lo real, en la debilidad de la razón para poder acceder al que siempre estará más lejos de lo que podamos entender y vivir aquí en esta vida.
Pero, por otro lado, ¿es sensato hacer un discurso racional, coherente con los resultados de la ciencia, sobre la fortaleza del amor, o la vida eterna? Vamos a tratar de dar algunos pasos en esta dirección, dejando algunas cuestiones abiertas para posteriores trabajos.
La Teoría de Campos, desarrollada por el escocés J.C. Maxwell (1831-1879), supone una revolución en la ciencia, que posibilita los grandes avances de la Física en la primera mitad del s. XX. Básicamente, un campo es la manifestación de una función o propiedad en una realidad que influye a todos los puntos espaciales en el que está presente, y permanece en el tiempo. De esta manera, el campo genera una relación de todos los puntos con todos. El campo genera una forma sobre el espacio; cada punto del espacio queda marcado por la función que llamamos campo. Nada escapa a su influencia, y permite relacionar todos los puntos o estados de un sistema. Un campo magnético, o un campo gravitatorio, expresan una curvatura del espacio, en realidad, del espacio-tiempo, que permite entender la dinámica observada. Un campo permite entender por qué en un fenómeno natural todas sus componentes están necesariamente interconectadas.
La Teoría General de la Relatividad afirma que el campo gravitatorio se manifiesta a partir de la curvatura del espacio-tiempo que generan las masas además, esta curvatura es la causa del movimiento de estas mismas masas. En el universo, por tanto, el movimiento es fruto de que todos los puntos del espacio-tiempo están curvados; el espacio y el tiempo dejan de ser un escenario neutral en el que acontecen los fenómenos, sino que pasa a ser una realidad interconectada.
La Física Cuántica afirma que la materia y la energía son realidades intercambiables; es más, se puede entender la materia como vibraciones particulares y especiales dentro de un campo cuántico, que es realmente lo determinante. Este campo es un fenómeno intrínsecamente relacional y, -afirma esta teoría física- es esto lo determinante de la materia. Es decir, la materia es intrínsecamente, ontológicamente, relacional. En este sentido, podemos afirmar que es más real la relación que la materia.
E. Schrodinger (1887-1961) escribió que el entrelazamiento cuántico era «el rasgo característico de la Mecánica Cuántica, el que la obliga a salir completamente de las líneas clásicas de pensamiento». El entrelazamiento es la propiedad mediante la cual dos partículas que hayan tenido una interacción cuántica la conservan, aunque las separemos a cualquier distancia. Por el entrelazamiento, al actuar sobre una partícula, de manera inmediata se actúa sobre la otra. Para Einstein esto era algo imposible: la denominaba «acción fantasmal a distancia», pues no hay posibilidad de que una partícula informe instantáneamente a la otra si está muy lejos, nada puede sobrepasar la velocidad de la luz. Pero, sin embargo, el entrelazamiento es real, y ha sido probado experimentalmente en multitud de ocasiones.
En Ecología observamos, a partir de instrumentos matemáticos, que ciertas especies solo pueden estar presentes en un ecosistema gracias a las relaciones de cooperación con otras, pareciendo así estar entrelazadas. La presencia de una especie solo se da porque otras «la sostienen»; la pérdida de una especie desencadena una extinción en cascada. Son las relaciones de cooperación las que producen este fenómeno de vida en común, de biodiversidad entrelazada, un todo vivo inexplicable desde la suma de las partes. Las relaciones entre grupo de especies pueden ser analizadas desde una estructura que describe todas las posibles relaciones entre todos los posibles subgrupos de especies, descrita como un objeto de naturaleza informacional. Aparece aquí la realidad de la información estrechamente conectada con la relacionalidad de todo lo real.
Relacionalidad de todo lo creado
Volvamos de nuevo al concepto de relación. Ahí está una de las claves que lo hace todo nuevo. La ciencia clásica hasta principios del siglo XX, ha ido adentrándose de manera muy exitosa en la descripción de los elementos y el comportamiento de los nodos o partes de un sistema, pues éstos suelen ser tangibles, materiales, cuantificables, generadores de datos objetivos. Pensemos, además, que cada nodo está entrelazado con los demás con los que forma un sistema. La naturaleza de este entrelazamiento, que es crucial, sin embargo, no es siempre tangible o fácilmente cuantificable. Es obvio, es un dato, que, por ejemplo, una persona, que en esencia es un ser relacional, está fuertemente influida por las relaciones, no solo con el entorno o las circunstancias, sino particularmente por otras personas. Como hemos indicado, esta determinación por las relaciones no es solo propia de las ciencias humanas, sino que constituye la base para la abstracción en forma de sistema de gran parte de la realidad puramente física, química o biológica.
Es precisamente la posibilidad de relacionar la que caracteriza al espacio y el tiempo ordenado. Como dimensiones de la realidad, es precisamente esta capacidad de relacionar la que les confiere la potencialidad de ordenar. En efecto, el tiempo ordenado posee direccionalidad, permite distinguir pasado, presente y futuro, permite poner en relación también las distintas disposiciones espaciales. El espacio ordenado significa que cada realidad puede ser descrita en relación a otras; ello le otorga a cada objeto una primera identidad; ya no todo es indistinguible, no todo es recursivo de manera indeterminada. Como en las ideas originarias de Leibniz y Mach, Einstein estrecharía la relación entre espacio, tiempo, materia y energía en su teoría de la Relatividad General. El único absoluto es el bloque espacio-tiempo, el cual, debido a la materia-energía, aparece curvado, no solo el espacio, también el tiempo, formando un todo en el que no es posible romper precisamente la relacionalidad, de manera que el devenir observado en el cosmos fruto de la gravedad entre objetos es explicado a partir de la curvatura del espacio-tiempo, la cual es a su vez causada por la presencia de estos mismos objetos.
Información como ontología de lo real
La presencia e influencia de la llamada «sociedad de la información» es un acontecimiento que en la actualidad ya nadie puede subestimar. Al contrario, se trata de un verdadero «cambio de época», una «cuarta revolución». En palabras de L. Floridi, Profesor de Filosofía y Ética de la Información de la Universidad de Oxford, «Las tecnologías de la información y la comunicación no sólo están reorientando nuestro mundo, sino que lo están reontologizando (…) mediante una transformación radical de nuestra comprensión de la realidad y de nosotros mismos» (Floridi, 2010).
La información constituye en la actualidad el eje central de toda la estructura económico-social de futuro. Pero ello es consecuencia de que la información, como aspecto fundante de la realidad, ha entrado también de lleno en el campo científico, como base en la descripción de todo lo real, desde la Física a las Ciencias Humanas, pasando por la Química, la Biología, la Economía o la Psicología. De nuevo Floridi nos indica que «estamos modificando nuestra perspectiva cotidiana sobre la naturaleza última de la realidad, es decir, nuestra metafísica, pasando de una metafísica materialista, en la que los objetos y procesos físicos desempeñan un papel clave, a una informacional».
Pero, ¿cómo se formaliza el concepto de relación?, ¿cuál es su naturaleza?; o, expresado de otra manera ¿de qué están hechas las relaciones?
Desde un punto de vista abstracto, por ejemplo, en la modelización matemática, la relación se traduce en información. Son estas relaciones, traducidas como información, las que determinan fundamentalmente el comportamiento global de los sistemas. ¿Hasta qué punto la materia y la energía, y su dinámica, están vinculadas a la información, mediante la que hemos traducido las relaciones observadas, pero solo «cuantificadas» desde expresiones abstractas?
Demos un paso más, pues el tema es algo más profundo. En realidad, es la información intrínseca o natural de los sistemas la que genera la identidad de los mismos, la que les da su ser tanto a nodos como a relaciones. Tom Stonier, biólogo, filósofo, teórico de la información, educador y pacifista alemán nos indica que «la distribución no aleatoria de átomos y moléculas en los seres vivos, esto es, la intrincada organización de materia y energía que hace posible el fenómeno que conocemos como vida, es en sí producto de la enorme acumulación de información que existe en el interior del propio sistema». Para este autor, en la información está la clave, el fundamento, para que algo caótico, irregular y aleatorio, pase a tener entidad. Es la información la que produce el tránsito de lo aleatorio al orden, de lo irreconocible a lo identificado, pasando así a formar parte de la estructura interna de todo lo real. Porque la información no dependerá de que sea interpretada; su existencia es en sí, por sí y para sí, con independencia de que sea detectada por un observador. Por ello, afirma de nuevo Stonier «la información existe. Para existir no necesita ser percibida ni ser entendida por nadie. No requiere inteligencia para interpretarla. No tiene por qué tener significado para existir».
La manifestación palpable, medible, observable, de la presencia de la información es el orden de los sistemas. La organización es la manifestación de la interacción de la información con la materia y la energía.
La información posee además un principio creativo, el cual permite reproducir sus cualidades hasta el infinito sin desgaste alguno, lo cual no ocurre a la materia y la energía, y que implica la pluralidad de opciones futuras a los fenómenos desde un estado presente. En efecto, para el sacerdote católico, filósofo y doctor en Filosofía y Física, Mariano Artigas esta información natural permite a todos los seres contener «todo un conjunto de potencialidades que se despliegan de modos bien definidos de acuerdo con las circunstancias de cada caso concreto (…) me atrevería a decir que la información natural puede denominarse racionalidad materializada, porque contiene instrucciones que se almacenan en estructuras materiales y se despliegan mediante procesos naturales, y esas instrucciones sirven como base para la construcción de resultados muy sofisticados a través de métodos igualmente sofisticados (…) muchísimos fenómenos naturales se desarrollan “como si” hubiesen sido planeados».
En la persona la relación trasciende a comunión
La relacionalidad en la persona debe ser descrita más profundamente como comunionalidad, pues es la comunión entre personas, a imagen del Amor Trinitario, la vocación más íntima que nos fundamenta. Esto es claro en el matrimonio cristiano, en el que dos personas, por medio de Cristo, están llamadas a construir y ser comunión. Podemos afirmar que somos ontológicamente comunionales, aunque este tema excede de los objetivos de esta aportación. Solo una observación, como preámbulo de un trabajo que merece ser desarrollado más específicamente: Benedicto XVI, en su libro sobre Escatología, hace dos aportaciones fundamentales con relación a nuestro tema. Hemos colocado en el centro de esta aportación tanto la ontología de la relacionalidad en lo real, como la información que crea y sostiene. Las implicaciones para la escatología son impresionantes. En primer lugar, porque la información, aunque crea organización de lo tangible, no necesita de ella para existir, o seguir existiendo, pues puede trascender a lo organizado por ella. Por otro lado, la íntima relacionalidad-comunionalidad de la persona, que, por su propia naturaleza sobrenatural, puede ir más allá de esta vida. Ello es lo que se expresa en esta bella cita «Que el amor pueda llegar hasta el más allá, que sea posible un recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con vínculos de afecto más allá del confín de la muerte, ha sido una convicción fundamental del cristianismo de todos los siglos y sigue siendo también hoy una experiencia consoladora» (Spe salvi, 48). Una visión donde el ser del mundo está fundamentado en la relacionalidad hace aún más sensatas estas verdades. Pero dejemos este tema para una siguiente aportación.
Imagen
San Buenaventura nos enseña que cada criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria. Así nos indica el desafía de tratar de leer la realidad en clave trinitaria. Fotografía: La Trinidad, Andrei Rublev 1425