'Hay comida en los mercados pero la gente no puede comprarla'. La carestía de alimentos y combustible desata disturbios en los países pobres.
LALI CAMBRA. (Extracto del artículo publicado en El País)
México fue de los primeros, el pasado año, con la protesta por el precio del maíz. Pero en los últimos meses la desesperación de muchos ciudadanos por el coste de productos básicos ha derivado en protestas virulentas en países de todo el mundo.
Indonesia, Mauritania, Marruecos, Yemen, Guinea, Mozambique, Senegal y, en la pasada semana, Camerún y Burkina Faso. Marchas del hambre que han acabado con cientos de detenidos y decenas de muertos por enfrentamientos con la policía. Dos en Mauritania, 12 en Yemen y más de un centenar en Camerún, según las organizaciones de derechos humanos, a falta de un recuento oficial desde que comenzó la revuelta hace unos diez días. Y contando.
«Es la nueva cara del hambre», señaló Sheeran, «hay comida en los supermercados, pero la gente no puede comprarla. Hay vulnerabilidad en áreas urbanas que no habíamos visto antes y revueltas en países en los que jamás se habían producido
La última de las revueltas, la de Camerún, se inició con una huelga de taxistas que protestaban por el precio de la gasolina en Duala, la capital económica. «La gente se les unió por el aumento del coste de alimentos como la harina o el arroz», explica el periodista Dibussi Tande. «El pan es básico en la dieta de este país; en las provincias francófonas la mayoría de las familias pobres viven sólo de él. Y el arroz es fundamental en todo el territorio. Un aumento de precios significa que muchas familias se van a dormir con hambre», asegura. El caos, pillaje e incendios de gasolineras se extendieron de Duala a Yaundé, la capital, que en pocos días se inundó de pancartas en las que se leían mensajes como «oui à la vie moins chère» (sí a la vida menos cara). Según las organizaciones de derechos humanos, más de cien personas han muerto en los enfrentamientos con la policía y el Ejército de un país que se ha convertido en una barricada.
«El trigo, la leche y la mantequilla han triplicado su precio desde 2000 y el pollo, el arroz y el maíz cuestan el doble», comenta. A esto se suman los controvertidos cultivos para producir combustible: «El destinado al consumo humano o animal ha aumentado entre un 4% y un 7% desde 2000, el de biofuel, un 25%, con especuladores financieros de por medio que causan mayor volatilidad en los precios».
No es de extrañar que sean los que ya dependen de importaciones los primeros en sublevarse. La protesta popular en Burkina Faso se inició la semana pasada en Bobo-Dioulasso por la pasividad del Gobierno para atajar aumentos de precios de entre el 16% y el 40% en alimentos y gasolina. La policía detuvo a 264 personas. Las manifestaciones se reprodujeron el jueves en la capital Uagadugu, tomada por el Ejército. «Ahora está más tranquilo, la gente no puede perder días de trabajo», explica el periodista John Liebhardt, «el jabón, la gasolina, el arroz, el azúcar o el maíz están por las nubes».
La solución no es fácil: a corto plazo, Egipto ha incluido a 10 millones de personas en su red de asistencia social; Rusia ha congelado precios de leche, huevos, aceite y pan; Afganistán ha pedido ayuda al Programa de Alimentos de las Naciones Unidas para incluir a dos millones y medio de personas más; las cartillas de racionamiento volverán a verse en Pakistán desde los años ochenta; India ha prohibido la exportación de arroz.
Por una moratoria del biocombustible
Los miembros del African Biodiversity Network (ABN), Red para la Biodiversidad de África, que agrupa a diferentes organizaciones de investigación, han pedido una moratoria en nuevos proyectos para la producción de biofuel en los países del continente. Consideran que son más una amenaza que un beneficio. «Tenemos que proteger la seguridad alimenticia, los bosques, el agua, los derechos de propiedad de la tierra, a los pequeños agricultores y a los pueblos indígenas de la campaña agresiva de los proyectos de biofuel», asegura la ABN.
Esta organización echa por tierra la extendida creencia de que el biofuel será positivo para el crecimiento económico, dará trabajo y prosperidad a los agricultores africanos y ayudará a luchar contra el cambio climático. Sus responsables explican que el aumento del precio de los alimentos que se experimenta globalmente también es, en parte, responsabilidad de este tipo de cultivos.
Henk Hobbelink, coordinador de Grain, una asociación integrada en ABN, advierte de lo que ocurre con muchos grandes proyectos. Los inversores, apuntan, se hacen con grandes extensiones de tierra, que antes habían sido utilizadas por los campesinos para sus ganados o con bosques o áreas de valor natural. «Además de la desforestación, la apertura de tierras no trabajadas también supone la liberación de grandes cantidades de CO2». Los científicos de la red apelan a la desforestación de la jungla en Indonesia o del Amazonas en Brasil para reclamar la moratoria.
La realidad, según la ABN, muestra que países como Mozambique, Etiopía, Kenia y Uganda trabajan por la exportación del producto. Eso no supondrá una mejora en la situación energética de los países productores, advierten. Si los inversores occidentales, indios o chinos, han podido llegar a acuerdos con naciones africanas, una compañía local de Ghana, Biodiesel One, tuvo que cerrar por falta de líquido. Grain ha pedido a la UE que reconsidere por todas estas razones su objetivo de impulsar el uso de agrocombustibles.