“Amigo es el que da la vida por el amigo”. El que se toma esa afirmación en serio y la lleva a cabo en su vida sabe apreciar a un amigo, porque como decía Guillermo Rovirosa; “la amistad es la más maravillosa de las aventuras imaginables”.
Cuando los miembros de la Rosa Blanca escribían octavillas, hacían sus pintadas, cuando repartían los folletos y los metían en los buzones, estaban dando la vida por el amigo. Por amigos que incluso no conocían y nunca llegaron a conocer. Porque se puede ser amigo en la distancia, se puede ser amigo de los miles de niños soldados en países empobrecidos, de los niños que fabrican nuestras zapatillas y alfombras en Pakistán, de los niños prostituidos en todo el mundo…
Los miembros de la Rosa Blanca quisieron conocer de cerca la amistad. Una amistad fraguada en la lucha. Una amistad que levantaba un ideal, que era la libertad y una amistad guiada por una esperanza, que era Cristo.
A mediados de junio de 1942 sería cuando miles de vecinos del sur de Alemania encontrarían en sus buzones líneas de esperanza escritas por unos jóvenes universitarios. Jóvenes que, como los demás, vivían en un país dominado por el horror, el racismo, campos de concentración, cruces gamadas, sentencias, muertes de inocentes… Y aun así la sociedad permanecía impasible.
Ellos no pretendían formar una asociación cerrada ni un grupo de ayuda; quisieron que en las conciencias alemanas hubiera un halo de esperanza de que la situación podía cambiar. Y para ello no se armaron con rifles, no mataron, no aplastaron las calles con tanques, no se impusieron por la fuerza. La Rosa Blanca dominó un arma más potente que todas ellas: la palabra. La fuerza de sus octavillas, el impacto de sus pintadas y las masivas buzonadas se convirtieron en la estrategia de este grupo de jóvenes; la estrategia de la no-violencia.
¿Y hoy? ¿Dónde permanece la Rosa Blanca? Vivimos en un mundo donde cada día mueren millones de personas por hambre, donde más de cuatrocientos millones de niños son esclavos, donde miles de hermanos han muerto y siguen muriendo en nuestras playas, donde se aplasta la dignidad humana desde el vientre de la madre… Y aun así permanecemos impasibles, como hizo la sociedad alemana.
La Rosa Blanca permaneció fuerte en los peores momentos. Y supo afrontarlos gracias a su fe en Cristo y a su convicción de que su lucha no sería infructuosa.
Todos podemos formar parte de esa lucha por la solidaridad, porque todos estamos llamados a ella. Cualquiera que realmente quiera transformar las cosas empezando desde una autocrítica propia. No nos debe importar el país, las costumbres, la religión o el idioma. Todas las personas estamos llamadas la la solidaridad. Nuestra es la decisión de tomarla o no, de asociarnos o no, como hicieron esa pandilla de amigos, hasta entregar la vida, que formaron la Rosa Blanca.
«La juventud que quiere ser solidaria lucha por la justicia».