Un buen amigo me visitó hace poco y me hizo pensar al contarme sus inquietudes. Él trabaja con personas sin recursos y me decía cómo sentía con dolor que la peor de todas las carencias era la soledad.
Dedicado a mi amigo Paco
Él se preocupa de atender en un comedor social a personas que no tienen lo necesario para comer, habla con ellos y comparte todos los problemas económicos y sociales que tienen para sacar a sus familias adelante. Pues bien, él me cuenta que los casos más dolorosos y que más le preocupan son los de las personas que no tienen a nadie, que no son queridos o apreciados.
Una experta en la pobreza de los más pobres, la Madre Teresa de Calcuta decía que “el sufrimiento en los pobres de la India es más físico y material. En otros lugares del mundo éste es más intenso y oculto: puedes encontrar otras Calcutas si tienes ojos no solo para ver, sino también para mirar. Los despreciados, los no amados, los no cuidados, los olvidados o los que viven solos sufren una pobreza mucho más grande. Vemos esa soledad en los países ricos donde mucha gente sufre la tortura de no ser queridos, de ser rechazados: ese es el sufrimiento y la pobreza más grande que existe hoy en día”.
Para ayudar a una persona hay que hacerse cercano, tener un trato humano; no se trata solo de satisfacer las necesidades materiales o de “limpiarle el culito al niño”, es hacerle sentir que es una persona con dignidad, apreciada y querida. El cariño es el mejor bálsamo para tratar las heridas que produce la soledad. La Madre Teresa decía que “la forma más simple de mostrar el amor de Dios es demostrar ese amor del uno con el otro”. Es la PROXIMIDAD que podemos demostrar a otras personas la que establece puentes donde se expresan el calor, el cariño, la compasión, la fraternidad de una forma natural, humana y confiada
¿Qué podemos hacer ante este problema? ¿Nos concierne a todos o solo a las ONG o a la Iglesia que trabajan por los más desfavorecidos? Soy de los que piensan que todos tenemos que hacer frente a esta nueva enfermedad del primer mundo que es la soledad, Que levante la mano quien no conozca a un despreciado, a un no amado, a una persona que no está bien cuidada, a alguien que ha sido olvidado o a un anciano que vive solo. Veo pocas manos levantadas y es porque se ha convertido la soledad en una realidad cotidiana de nuestra sociedad que podemos ver apenas abramos los ojos y miremos alrededor.
No tener tiempo o carecer de disponibilidad por las múltiples tareas que nos desbordan no parecen excusas suficientes para cerrar los ojos y dar la espalda a este terrible problema. Sobre todo porque la tarea más importante que tenemos que realizar no requiere dinero, preparación específica, cursillos de aprendizaje o materiales costosos. La necesidad más imperiosa que tienen los que están solos es SER ESCUCHADOS: acercarnos, acompañar, compartir y dar cariño. Esto hace que vuelvan la esperanza, la alegría y las ganas de vivir encontrando así la verdadera felicidad que surge cuando dos personas se acercan y se encuentran.
La mía es una soledad relativa porque paso unas horas solo y he aprendido que no todo es negativo en ella y es que le he cogido prestado un trozo de tiempo para transformarlo en silencio y en ese contexto fluyen las ideas y la oración de forma natural.
El Papa Francisco en una reciente intervención ante el parlamento europeo habló también del tema: “Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor”.
Por último un recado también para los solitarios: no se trata solo de esperar a que alguien venga a verme, no podemos encerrarnos en nosotros mismos por muy difícil que sea la situación, es fácil caer en la tentación de vivir “mirándose el ombligo”, pero tiene el riesgo de crear un segundo problema más doloroso aún. Por lo tanto doble mensaje navideño: a los sanos que abran los ojos para descubrir que hay personas en soledad que lo pasan mal, y a los solitarios que no se encierren en sí mismos y abran la puerta de su corazón.
Autor: Jesús Marchal