La economía colaborativa es más eficiente, pero no puede limitarse a optimizar la lógica del capitalismo. Hoy en día la tecnología nos da un grado de apalancamiento sin precedentes en la historia de la humanidad: gracias a Internet, las redes sociales y los móviles podemos tener un impacto enorme en el mundo con un número muy reducido de personas y poco capital.
Sin ir más lejos, la explosión de iniciativas de la economía colaborativa lo demuestra. Grupos de ciudadanos educados y conectados van por delante: colaborando, compartiendo y generando la confianza necesaria entre ellos para que la sociedad funcione de manera más horizontal, más eficiente y con un menor número de intermediarios.
La tecnología nos permite obtener aquello que necesitamos (transporte, alojamiento, ropa, capital, etc.) los unos de los otros de manera muy directa. Al eliminar intermediarios tradicionales se abaratan costes, lo que resulta atractivo a los potenciales clientes y produce una mayor ganancia al que ofrece los bienes o servicios. Conseguimos hacer así las transacciones más eficientes, poner en circulación activos y capacidades ociosas y, en resumen, hacer más con menos.
La abundancia generada por la economía colaborativa y abierta deja en evidencia, a veces de manera insultante, a las empresas más tradicionales. Éstas oponen resistencia (actividades de lobby, manipulación de la opinión, etc.) a este cambio de escenario competitivo.
Pero la economía colaborativa debe aspirar a ser mucho más que una mejor gestión de la oferta y la demanda. Si no lo hacemos, lo único que conseguimos en realidad es optimizar la lógica del capitalismo. Un ejemplo: Spotify es eficiente e interesante al dar prioridad al acceso frente a la compra de la música, pero en realidad se puede catalogar de oportunidad perdida para transformar de manera sustancial la relación entre los músicos y sus seguidores. Hemos reemplazado a las antiguas discográficas por versiones mucho más eficientes de lo mismo: Spotify o iTunes.
Trasladando la reflexión de Spotify a Uber y ejemplos similares, vemos que lo que se está desarrollando a gran velocidad es el “capitalismo de plataforma” o la “economía bajo demanda”. Hay un debate abierto acerca de si ello forma parte o no de la economía colaborativa, a la que se atribuyen otro tipo de valores.
La extrema eficiencia les lleva a generar cuasimonopolios de manera natural; lo aprendimos con Internet. Llegados a este extremo, las condiciones laborales de los proveedores de valor en algunas de las plataformas pueden dejar mucho que desear y además pueden ser modificadas de manera unilateral.
Autor: Albert Cañigueral ( * Extracto)