“Lo último, lo más nuevo es la tecnología, y la tecnología se hizo verbo, y en el verbo estaba Dios, y el verbo se hizo Dios. Y habitó entre nosotros, formó parte de nosotros. Vimos su gloria, llena de gracia y de verdad. Lo que hemos oído, lo que hemos visto y contemplado con sus ojos, lo que hemos “palpado” con sus prótesis, son la vida…” (Paráfrasis libre del autor sobre el Evangelio de Juan 1,14)
La religión es un modelo cultural, una cosmovisión, un sistema compartido de creencias. Todas las religiones tienen un motor, un núcleo, lo sagrado, escrito en sus libros con diferentes formas y presentaciones (rollo, códice, en un único ejemplar, en varios tomos, en diferentes recopilaciones), tanto en las religiones monoteístas (del libro), como las orientales con sus Vedas y Upanishad. La religión en “esa conciencia de lo sagrado,” según Rudolf Otto, definición enriquecida por M. Elíade al describir la importancia de los espacios y los tiempos, los rituales y los símbolos.
Lo sagrado es un “temor reverencial” ante lo desconocido (misterium), que sobrecoge (tremendum), atrae y fascina. Esta descripción esculpe con precisión nuestra experiencia con la tecnología en general, y con las llamadas TIC en particular. Desde la aparición del fuego y la rueda, la técnica y la ciencia han fascinado al ser humano.
El 9 de enero de 2007 apareció el iPhone, rompió los pronósticos, sorprendió a todos, incluso a la industria de telefonía, que jamás llegó a imaginarse el éxito del nuevo dispositivo. Había nacido el smartphone. Hoy con la inteligencia artificial, se repite la percepción religiosa, una mezcla de temor y fascinación. Google su gran abanderado, acompañado de Apple, Baidu, entre otros, venden sus grandes beneficios. Destacan el potencial de un software pre-programado, con capacidad de autoaprendizaje, que se perfecciona conforme resuelve los problemas que se presentan.
Los variados efectos de la tecnología
La tecnología ha ungido sus escenarios digitales de lo sagrado
- En el espacio no físico, ni natural, ni presencial pero sí ubicuo, omnipresente, con la fuerza de lo invisible en los algoritmos, que procesan la información y establecen un estado omnisciente, una Tecnología convertida en plataformas que “todo lo saben”,
- En un entorno, que vive la intensidad y la pasión “de lo que viene”, que se arroga el beneficio de la ética, donde se afirma una y mil veces “que lo nuevo es lo bueno” y que quien no está conectado está fuera, no existe, o no interesa y
- Desde una “sustancia” que supera lo material, lo tangible y se convierte en virtual, también en una deriva hacia la trascendencia.
Se consume la tecnología como una nueva religión que fascina y seduce en un laberinto de espejismos
Con estas propiedades se contempla y consume la tecnología como una nueva religión que fascina y seduce en un laberinto de espejismos. Sin ánimo de ser exhaustivo me centro en tres aspectos.
En primer lugar, la participación. Según el Informe Mobile en España y en el mundo 2017 , los dispositivos conectados a Internet y el Internet de las cosas, crecen de modo exponencial: para 2020 se calculan 50 millones de usuarios. Pero distingamos entre usuarios y creadores de contenidos, entre conectados y participantes. No extraña que los chatbots, esa tecnología que permite al usuario mantener conversaciones con un programa informático, se haya duplicado entre 2015-2016. En 2019 alcanzará el 65% de la población mundial en el uso de aplicaciones de mensajería.
En segundo lugar, el acceso a la información. Se trata de una información solo accesible para los conectados, para los alfabetizados, para los que están dispuestos a emplear tiempo y esfuerzo en filtrar, procesar, organizar y aplicar esa información en su día a día. La información es bastante más que la primera página de búsqueda que proporciona Google, por citar al navegador y buscador que centraliza el 95% del tráfico en la Red.
En tercer lugar, la gratuidad en la Red. “Lo gratuito eres tú”, es un axioma que funciona muy bien entre los que manejan los datos y programan sus algoritmos. Una aplicación que te bajas, un registro que haces, una búsqueda, un mensaje en las redes sociales se convierten en tu huella digital, es el peaje que pagas.
La fascinación por la tecnología nubla la visión y dota de una particular miopía
Dijo Chesterton que “hemos dejado de creer en Dios para creer en cualquier cosa”. Como indico en la tecnología como nueva religión el escenario tecno-utópico ofrece un escaparate lleno de usos y gratificaciones, promesas y recompensas. La fascinación por la tecnología nubla la visión y dota de una particular miopía la responsabilidad de la sociedad, de la política, de la familia. ¿Quién no ha experimentado esta atracción con el nuevo smartphone, tableta, o dispositivo móvil? Los intereses de la industria, el vértigo de la gratificación inmediata, la firme convicción de que lo “nuevo es lo bueno”; el deseo de estar ahí, la ansiedad del “por si acaso”, el confundir “ser”, con “ser visto”, son algunos reflejos esta tecno-utopía.
Con la tecnología todo se permite
Así como la religión tiene su ética y su moral, con la tecnología todo se permite, todo se tolera porque todo “depende del uso que se hace”. Confusa suposición porque la tecnología no es solo un medio o una herramienta. Se ha convertido en entorno con sus diferentes manifestaciones que se despliegan entre la realidad aumentada, inteligencia artificial, robótica, el Internet de las cosas. Aunque todavía nos empeñemos en poner a todo el adjetivo “digital”, hace ya tiempo que es un sustantivo que articula nuestra manera de pensar, sentir, aprender, conocer y convivir.
Por eso, supeditar la tecnología a una herramienta es un peligroso reduccionismo porque estamos atribuyendo el carácter moral a “un buen o un mal uso de la tecnología” para justificar su presencia y su necesidad. Mientras reduzcamos la tecnología a instrumento, faltará el rigor de análisis en la sociedad-red, que señala Castells, la prolongación de los sentidos que indica McLuhan, y la cultura diseñada y programada en unos códigos que propone Manovich. Lo digital es entorno, es sustancial; forma parte del oxígeno que respiramos.
La tecnología como artefacto cultural
Entendemos que la tecnología no es efecto ni consecuencia ni tampoco medio: es artefacto cultural, es entorno que forma parte de un circuito que es cíclico, que produce y es producido por la cultura, como señala el gráfico adjunto, adaptado de los estudios de McQuail.
El contexto social conduce a nuevas ideas, que implican nuevas tecnologías, que a su vez se aplican y suman a usos anteriores. Estas prácticas conducen a aplicaciones que son adaptadas y adoptadas por las diferentes instituciones, unas más otras menos (económicas, políticas, sociales, educativas), que producen nuevos significados y nuevos cambios culturales, que a su vez se abrirán a otro contexto, para volver a empezar.
Los medios de comunicación son como una prolongación de nuestros sentidos.
El planteamiento de McQuail no es nuevo: ya lo dibujó McLuhan con el tono visionario que le caracterizaba, cuando señalo a los medios de comunicación como “extensiones del hombre,” como prolongación de nuestros sentidos. También destacó la experiencia con los medios de comunicación como sumativa, dependiente del conocimiento y los resultados que tengamos de los medios anteriores. Así ocurrió con la fotografía respecto a la pintura, el cine con la fotografía, la tele, Internet.
Estamos en un proceso que no tiene vuelta atrás. La tecnología avanza y describe inmediatos escenarios, que ya no son futuristas. La inteligencia artificial es el motor del diseño de nuevos productos, la realidad virtual y aumentada se convierte en experiencia social y cuestiona la propiedad intelectual, la tecnología del consumo se hace más amigable e inclusiva, los nanorobots serán la medicina de muchos pacientes, las empresas aprovechan el aprendizaje automático. Urge cambiar la dirección: invertir el endiosamiento de la tecnología, explorar un nuevo humanismo.
DISIDENTIA.COM
Por José Antonio Gabelas 18 enero, 2018