La cobertura televisiva hacia el Tercer Mundo ha desaparecido en su totalidad, con desastrosas consecuencias para todos. Al principio del año pasado, Canal + emitió una serie en tres partes sobre el Congo, que ganó el premio de la Real Sociedad de Televisión de la ciencia y la historia natural. La existencia de seres humanos era, brevemente, mostrada, pero las series nos informaron que mientras el Congo fue «una vez el corazón de la oscuridad», ahora es un lugar de «luz»: una extraña descripción de un lugar devastado por la guerra civil en el que tres millones de personas han muerto. La guerra y las atrocidades asociadas no fueron mencionadas…
Una de las más grandes ironías del imperialismo es que, cuanta más información tenemos, menos sabemos sobre otros. Cuando nuestras vidas se vuelven más entrelazadas con esta gente que en lugares más distantes en la Tierra, nuestros medios de comunicación -a través de los cuales la mayoría de la gente en los países ricos recibe su información- están tratando el resto del mundo como si no fuera mas que un campo de juego para gente como nosotros. Nuestra comprensión disminuye en correspondencia, hasta que todo lo que sabemos de los extranjeros, es que, sin razón que podamos distinguir, de repente nos atacan. Esta es la tragedia no sólo por la gente asesinada y herida en el club Sari (Bali, Indonesia), si no también por el incremento en la incomprensión – y por lo tanto el incremento en odio y miedo -hacia la gente en el Tercer Mundo.
El año pasado la cobertura de programas sobre países del Tercer Mundo en la televisión británica cayó al nivel más bajo en los últimos 12 años. Mientras las horas de emisión de programas internacionales creció lentamente, casi todos ellos se dedicaban a viajes, «reality shows», culebrones, sexo, salir de marcha, surfing o similar basura adormecedora sobre como los británicos hacen el idiota en lugares exóticos. En todo el año, solo cuatro programas sobre las políticas del Tercer Mundo fueron emitidos en los cinco canales principales.
Mucho de lo que vemos del resto del mundo en televisión podría ser descrito con justicia como contra informativo. Tales habitantes del lugar que los programas de viajes nos permiten mirar parecen haber sido puestos sobre la tierra sólo para entretenernos. Muchos documentales de vida salvaje tratan las regiones que cubren como si fueran deshabitadas. Al principio del año pasado, Canal + emitió una serie en tres partes sobre el Congo, que ganó el premio de la Real Sociedad de Televisión de la ciencia y la historia natural. La existencia de seres humanos era, brevemente, mostrada, pero las series nos informaron que mientras el Congo fue «una vez el corazón de la oscuridad», ahora es un lugar de «luz»: una extraña descripción de un lugar devastado por la guerra civil en el que tres millones de personas han muerto. La guerra y las atrocidades asociadas no fueron mencionadas.
Los ejecutivos de televisión claman que los programas de políticas de partes distantes del mundo atraen pequeñas audiencias. Esto es verdad, si uno las compara con programas de máxima audiencia como «Gran Hermano»… Pero mientras varios millones de televidentes podrían sentarse resignadamente en frente de esta escoria, o al menos dejar la televisión mientras hacen algo mas interesante, son menos numerosos los que ven serios documentales extranjeros que les enganchen apasionadamente. La película de John Pilger sobre Timor Oriental atrajo a tres millones de televidentes, de los que un extraordinario medio millón llamó a la centralita después, para dar cuenta de su disgusto y rabia sobre lo que habían visto. Sería justo decir que el programa ayuda a cambiar el rumbo de la historia.
Pero películas como esta son relativamente caras y no muy populares entre los anunciantes. Pueden también causar problemas para gente que hace funcionar las redes. Cuando el último documental de Pilger para Carlton TV, sobre las injusticias sufridas por los Palestinos, fue (bastaste previsible) atacado por un lobby organizado llamado HonestReporting (Reportajes honestos), el propietario del canal, Michael Green sufrió un ataque de pánico y lo denunció como «una tragedia para Israel en lo que concierne a la exactitud». Encorajinadamente, fue públicamente contradicho por el director de los programas basados en hechos de Carlton. Pero tal valentía es rara entre los ejecutivos de televisión. El coraje físico de los cámaras y periodistas por cuenta propia, que arriesgan su vida para filmar las atrocidades olvidadas por el mundo, es igualado solo por la cobarde moral de los managers que entonces rehusan incluso hablarles, dejándolos solos para hacer su metraje. No hace mucho tiempo, los filmadores que investigaban tenían su principal problema en la técnica: el equipo de la cámara era incómodo, las grabaciones eran frágiles, transportarlo era arriesgado. Estos problemas han sido ahora sobrepasados, justo cuando el mercado para sus filmaciones ha desaparecido.
Es tiempo de convertirse en televidentes interactivos y empezar a demandar, menos «TV irreal» y más simple realidad. De otro modo, podemos esperar que el mundo continúe deparando sorpresas, cuando la necesidad de su gente se convierta en más opaca para nosotros.