LA TRAICION DE LULA

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"La cuestión del poder no se resuelve tomando el Palacio, que es lo más fácil y se ha hecho muchas veces, sino creando nuevas relaciones sociales"

Después de tomar distancia del gobierno de Lula, el principal movimiento social de Brasil y de América Latina quiere profundizar sus lazos con los jóvenes pobres de las periferias urbanas. 


Debajo de la enorme carpa instalada en el campus de la Universidad Federal Fluminense (UFF), Marina dos Santos, de la dirección del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), asegura que «en este país vivimos un periodo histórico muy complejo, tal vez una de las peores coyunturas de los últimos años». Marina forma parte del contingente de 500 militantes sin tierra que llegaron hasta Niteroi, sede de la UFF, para participar a fines del año pasado en el encuentro internacional Pensamiento y Movimientos Sociales junto a una decena de intelectuales y cientos de activistas urbanos. «Es necesario que la gente entienda que este gobierno, como los anteriores, es como el frijol duro al cual hay que meterle mucha presión para cocinarlo», concluye.


Los últimos meses significaron un remezón para el MST. Con la crisis del gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva perdieron las escasas esperanzas que aún tenían de que se produjera un viraje hacia la izquierda. En septiembre de 2005, un texto firmado por el coordinador del movimiento, Joao Pedro Stédile, fue una suerte de ruptura: «Digamos adiós al gobierno del Partido de los Trabajadores y a sus compromisos históricos», puede leerse en el documento «El MST ante la coyuntura brasileña» [2]. Esta despedida fue muy significativa e impone al movimiento un esfuerzo para comprender el fracaso del PT en el gobierno, así como ensayar nuevos rumbos.


 


Nueva clase social


Hasta ahora el análisis más profundo sobre lo sucedido con el PT sigue siendo el del sociólogo Francisco de Oliveira en un texto titulado El Ornitorrinco [3]. En su opinión, el PT representa el ascenso de una nueva clase social formada por gestores de fondos de pensiones ­la Constitución de 1988 creó el Fondo de Amparo al Trabajador (FAT), que es el mayor financiador de capital de largo plazo, donde las centrales sindicales tienen sus representantes­ pero no es una clase propietaria de medios de producción ni de tierras ni de fábricas, sino algo diferente. «Las capas más altas del antiguo proletariado se convirtieron en administradoras de fondos de pensiones, que provienen de las antiguas empresas estatales; forman parte de los consejos de administración, como en el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), a título representantes de los trabajadores», que ahora «están preocupados con la rentabilidad de tales fondos, que al mismo tiempo financian la restructuración productiva que genera desempleo», dice Oliveira.


Desde el punto de vista político, esto explica la convergencia programática entre el PSDB (el partido de Fernando Henrique Cardosdo) y el PT. Se trata de «una nueva clase social que se estructura de un lado sobre técnicos y economistas doublés de banqueros, núcleo duro del PSDB, y trabajadores transformados en operadores de fondos previsionales, núcleo duro del PT, por el otro». Todavía hay algo más: «La nueva clase tiene unidad de objetivos, se formó en el consenso ideológico sobre la nueva función del Estado, trabaja en el interior de los controles de fondos estatales y semiestatales y están en el lugar que hace de puente con el sistema financiero», allí donde el capital privado busca recursos para acumular. De modo que las relaciones de la cúpula del Partido de los Trabajadores con el sistema financiero no son nuevas, sino que se forjaron a mediados de los años 90.


Apenas un ejemplo. Cuando el secretario de finanzas del PT festejó su cumpleaños en una hacienda de Goiás, la prensa contó 18 aviones ejecutivos, incluyendo varios jets privados, algo fuera de lo común incluso entre los más destacados dirigentes petistas. Se trataba de Delúbio Soares, quien antes había sido representante de la central sindical CUT en el consejo de administración del BNDES, y el hecho sucedió antes de que Lula llegara a la presidencia. Delúbio había comenzado como metalúrgico y en pocos años trabó amistades con el tipo de personas que viajan en jets privados [4]. Durante el escándalo de corrupción, Soares fue señalado como uno de los principales responsables de la compra de votos de diputados. No es el único caso. El nuevo presidente del PT, Ricardo Berzoini, y el ex ministro de Comunicaciones, Luiz Gushiken, presentan biografías políticas casi idénticas, emparentadas a la gestión de los fondos previsionales.


 


La cuestión del poder


Stédile asegura que «la crisis es mucho más grave de lo que dice la prensa». Sin duda está en lo cierto. Sólo estando en Brasil, escuchando a la gente de izquierda, mirándola a los ojos y dejándose contagiar por esa mezcla de desesperación y rabia, puede comprenderse la profundidad de una crisis que, como dice el coordinador del MST, trasciende a la propia izquierda para convertirse en «una crisis societal» [5].


Oliveira sostiene que Lula cometió un error grave al asumir el gobierno: «El sistema partidario estaba extremadamente fragilizado. Al asumir, Lula en vez de profundizar en la crisis intentó reconstruir un sistema que no representa nada» [6]. El resultado es que en nombre de la gobernabilidad se llegó a una situación de gran ingobernabilidad, de la cual es muy difícil salir sin hacer grandes concesiones a la derecha. Sin embargo, la crisis de representación sigue su curso y el escándalo de corrupción no ha hecho sino agravarla.


En este punto, tanto el análisis del MST como el de Oliveira convergen mostrando un panorama desalentador, más aún cuando el gobierno Lula agravó los problemas creados por 15 años de neoliberalismo. Quizá el más importante, ya que puede provocar un estallido social, son los 12 millones de desocupados y los 15 millones de trabajadores informales, casi 30 millones de personas en situación de extrema precariedad. Para empeorar las cosas, los movimientos sufren las consecuencias de la derrota de 1989 con la que se impuso el neoliberalismo.


En consecuencia, se trata de trabajar a largo plazo. «Ahora no es hora de plantar alfalfa. No se trata de plantar para recoger en tres o cuatro semanas. Es hora de plantar árboles. Van a demorar en dar frutos, pero cuando surjan serán duraderos» dice Stédile.


El MST se apoya en sus 15 mil militantes que están estudiando, las 140 mil familias acampadas a la orilla de las carreteras bajo las lonas; o sea, un millón de personas que se pueden movilizar. Además, su base social son unas 480 mil familias ya asentadas, de las cuales unas 300 mil están vinculadas al movimiento, y los cuatro millones de campesinos sin tierra. Pese a toda esa fuerza social y militante acumulada en 25 años no son optimistas. Gilmar Mauro, de la dirección del MST, sostiene: «No hay perspectivas, a corto plazo, de ascenso de la lucha social y de masas. Entendemos que el proceso será lento y que es necesario pensar el movimiento a largo plazo» [7].


Para el MST esto se traduce en cuatro líneas de acción: estimular un debate sobre un nuevo proyecto de país que supere el neoliberalismo, formar militantes, impulsar las luchas sociales y elevar el nivel de cultura del pueblo. El coloquio realizado en Niteroi forma parte de los convenios que mantiene el MST con 42 universidades en las que se forman 4 mil militantes, pero también es parte del esfuerzo por vincularse con los movimientos urbanos y en particular con la juventud pobre.


Organización social en el campamento Chico Mendes, ubicado a la orillas de la zona residencial de Morumbi Una buena muestra de los puentes que están forjando con los sectores urbanos fue la asamblea popular «Trabajo solidario por un nuevo Brasil», realizada a fines de octubre en Brasilia, en la que participaron 8 mil militantes ­sin tierra, sin techo, sin trabajo, hip-hop, iglesias-, con el objetivo de crear «unidad de lectura de la crisis y unidad de lectura de las salidas».


El MST no deja de sorprender: por encima de un discurso que en ocasiones parece calcado de la III Internacional, muestra una gran creatividad en las iniciativas de base, muy en particular en la educación, y está siendo capaz de modificar sus propias formulaciones. Durante el último Foro Social Mundial en Porto Alegre, Stédile dijo algo que revela que el MST no está aferrado a dogmas: «La cuestión del poder no se resuelve tomando el Palacio, que es lo más fácil y se ha hecho muchas veces, sino creando nuevas relaciones sociales».


 


Con los pobres urbanos


No es la primera vez que el MST tiende puentes con las ciudades. En 1997 decidió destinar militantes al trabajo urbano que se dedicaron al tema vivienda y desocupación. La iniciativa fructificó con la creación del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) que consiguió cierto arraigo en el área de Sao Paulo y en Río de Janeiro. Los sin techo se proponen desplegar dos formas de lucha: la ocupación de «latifundios urbanos improductivos» y el trabajo comunitario, «un trabajo largo y que no tiene fin, pero genera frutos y fortalece la lucha uniendo a quienes no tienen vivienda con los que tienen pero que aprendieron que sólo con eso no es suficiente» [8].


El movimiento está creciendo y ha protagonizado algunas acciones importantes pese a la represión sistemática que sufre. Una madrugada de fines de 2005 instalaron un gran campamento en Taboao da Serra, a 25 kilómetros del centro de Sao Paulo, un estado con un déficit de 1.4 millones de viviendas [9]. El «campamento Chico Mendes» (en homenaje al luchador ambientalista asesinado por hacendados) creció a la medida del hambre de vivienda: se inició con 300 personas, a los tres días ya eran mil y al mes son 2 mil familias, unas 10 mil personas. Los campamentos sin techo son creados sobre el patrón de los que instalan los sin tierra a la vera de las carreteras: carpas de plástico negro, organización por grupos de familias, estricta disciplina, discusión política, movilización constante.


Los desempleados urbanos, recuerda Stédile, ya no son lumpen, la mayoría tienen estudios secundarios completos y es posible que «construyan nuevos movimientos». Y agrega un comentario que muestra una lectura de la realidad muy diferente a la que tienen los partidos de izquierda: «Un movimiento que se está ampliando y masificando es el hip-hop. Es un movimiento que, con base cultural, aglutina a los jóvenes pobres, negros y mulatos de las periferias con ideas en la cabeza. Esos muchachos no son estúpidos. Y no son lumpen. Y nosotros tenemos relaciones con ellos».


A través del hip-hop perciben que la juventud pobre de las grandes ciudades encarna en la música tanto la protesta como su deseo de cambio social. Una de las particularidades del movimiento hip-hop en Brasil es que, además de la existencia de miles de grupos locales, se han creado «frentes» nacionales que agrupan a sectores del movimiento. En Sao Paulo, por ejemplo, hay 4 mil grupos de hip-hop, en los que trabajan 60 mil personas haciendo grabaciones, distribuyéndolas y organizando festivales y conciertos [10]. Los «frentes» agrupan al sector «organizado» del movimiento, que participó incluso en un encuentro con el presidente Luiz Inacio Lula da Silva hace ya dos años. Sin embargo, para la cultura de los jóvenes pobres de las periferias urbanas la idea de representación -que va de la mano con los «frentes» más institucionalizados- suena como algo lejano y ajeno. «Todo el mundo quiere hablar por sí mismo, nadie quiere que otro hable por él», reconoce Marcelinho Buraco, de Naçao Hip Hop, ligado al Partido Comunista de Brasil [11].


Los sin techo del Chico Mendes organizaron un festival de rap para celebrar, el primer mes de haberse instalado el campamento. En la convocatoria señalan que «la música combativa tiene el poder de hacer una verdadera revolución en la mentalidad de las personas. El rap es una de las formas como el pueblo de la periferia se comunica, se expresa y se indigna». Lo consideran parte de una «guerrilla cultural», que rendirá sus frutos a largo plazo [12]. El encuentro de los excluidos del campo con los excluidos de la ciudad promete liberar energías insospechadas en un país que ha sido definido como el «campeón mundial de la desigualdad».


Ahora que el MST rompió con el gobierno de Lula retorna a un lenguaje duro y radical. La «Carta a Lula» emitida por la Asamblea Popular de Brasilia es elocuente, de un estilo que habrá de profundizarse. La reforma agraria prometida no existe: «En el estado de Maranhao, donde está el mayor número de familias sin tierra y la mayor concentración de latifundios, en los últimos tres años el Incra no consiguió asentar ninguna familia del MST. Eso es una vergüenza». Luego de la marcha por la Reforma Agraria de mayo pasado, de los siete acuerdos firmados ninguno ha sido cumplido. La Carta finaliza con una ironía que habla por sí sola acerca de las distancias entre el gobierno de Lula y el MST: «El incumplimiento de estos compromisos es una afrenta al sufrimiento de las familias acampadas y una vergüenza para su gobierno. ¿Podemos imaginar lo que sucedería si el gobierno fuese tan lento para atender los intereses del agronegocio o de los bancos?»