En 2016, más de 350.000 personas atravesaron el Mediterráneo desde el norte de África tras realizar un peligroso viaje. Un 26% fueron niños refugiados y migrantes. Además, muchos llegaron solos. A Italia, en el periodo de enero a mayo, 9 de cada 10 niños migrantes llegaron sin acompañamiento adulto
Lo cierto es que la “acogida” que les dimos y les damos a estos niños hambrientos, que huyen de la guerra y de la violencia más salvaje, es de todo menos digna de llamarse “acogida”. Los menores que consiguen atravesar las brechas clandestinas abiertas a las fronteras, porque las puertas están blindadas, son tratados como si fueran alimañas o criminales. La mayoría viven durante prolongados períodos en centros de detención de facto, en condiciones inhumanas e inseguras y recibiendo poca o ninguna información sobre sus derechos.
Así que no es de extrañar que en este último año además la Europol haya denunciado también la “desaparición” de al menos 10.000 menores dentro de Europa, todos ellos migrantes forzosos. En su mayoría, lo que han hecho es escaparse de los “Centros de Acogida” para buscar a sus familiares, amigos o la manera de sobrevivir trabajando. Y aquí comienza una nueva travesía hacia el infierno. Su vulnerabilidad los convierte en el pasto de todas las mafias, especialmente de las redes de traficantes y las redes de explotación sexual o laboral.
Un botón de muestra lo constituye la denuncia hecha por la BBC en relación al empleo ilegal de decenas de menores en talleres textiles de Estambul (Turquía), trabajando más de 12 horas diarias para marcas como Mango y Zara.
Pero además, para cerrar el círculo de la tragedia, estamos demostrando al mismo tiempo que tampoco queremos a nuestros propios hijos. Esta Europa lleva las trazas de convertirse a pasos agigantados en un secarral demográfico. Y a los pocos niños que decidimos “tener”, de uno en uno, en lo que queda de familia, los tenemos tan sobreprotegidos que se ha inventado hasta un término para describir semejante despropósito: la hiperpaternidad. La paternidad se ha convertido en una caricatura. El egoísmo se ha convertido en hijo. Esto es lo que queda de la “fraternidad” proclamada en el lema de la Revolución Francesa. Aunque ya sabemos que nunca pasó de lema.
Así que de un lado tenemos a niños muriéndose en la sobreprotección, a auténticas legiones de “ninis” encadenados a las evasiones adictivas del aburrido sinsentido. Y, de otro, a niños muriéndose de hambre y de frío, avejentándose en los guetos del mundo de la puta calle, a merced de los traficantes, los proxenetas y los negreros.
La Unión Europea no quiere a los niños. De hecho y de derecho. Y tenemos que pensarnos seriamente qué significa eso. Porque para muchos parece evidente que esto no es más que un síntoma de una Europa que ha perdido la esperanza en la vida y en el futuro. O lo que es lo mismo, de una Europa muerta por insolidaria.
Editorial de la revista Autogestión
Puedes descargarte aquí un extracto del último número Revista Autogestión 118. Extracto