Según una reciente encuesta del Consejo de Europa elaborada entre los estudiantes de ciencias de la UE, casi el 30 % cree que Galileo fue quemado vivo en la hoguera por la Iglesia por defender sus teorías, mientras que el 97 % piensa que fue sometido a torturas. El 100 % conoce la frase «Eppur si muove!» (¡Y sin embargo se mueve!) que había susurrado con rabia después de la lectura de la sentencia condenatoria. Y, sin embargo, todo lo anterior es rotundamente falso.
Galileo fue un gran hombre de ciencia, pero no infalible. Según relata Vittorio Messori en Leyendas negras de la Iglesia, cuando el 22 de junio de 1633 escuchó la sentencia contra su tesis, se limitó a dar las gracias a los diez cardenales autores de la misma, de los cuales tres habían votado por su absolución, ante la moderada pena que se le impuso. El científico tenía razón en su tesis heliocéntrica pero había intentado «tomar el pelo a estos jueces, entre los cuales había hombres de ciencia de su misma envergadura», asegurando que sus teorías «publicadas en un libro impreso con una aprobación eclesiástica arrebatada con engaño, sostenían lo contrario de lo que se podía leer». Es más, en los cuatro días de discusión previos a la sentencia, «sólo fue capaz de presentar un argumento experimentable y comprobable a favor de que la Tierra giraba en torno al Sol. Y era erróneo: decía que las mareas eran causadas por la sacudida de las aguas a causa del movimiento de la Tierra». Sus jueces y colegas defendían que las mareas se debían a la atracción de la Luna, lo que, siendo correcto, sólo mereció un comentario por parte de Galileo: que esa tesis «era de imbéciles». Llovía sobre mojado porque, años antes, ya había cometido otro grave error al asegurar que unos meteoritos observados en 1618 por astrónomos jesuitas e identificados por éstos como «objetos celestes reales» no eran según él más que «ilusiones ópticas».
Respecto a la condena, Galileo no sufrió violencia física ni pasó un solo día en los «sórdidos calabozos de la Inquisición»: en Roma, se alojó en una residencia de cinco habitaciones con vistas a los jardines del Vaticano y un servidor personal, todo a cuenta de la Santa Sede. Y, tras la sentencia, fue alojado en la Villa Médici primero y luego en el palacio del arzobispo de Siena, antes de regresar a su propia villa de Arcetri, que tenía el elocuente nombre de La Joya. No perdió la estima ni la amistad de obispos y científicos amigos suyos ni se le impidió continuar con sus trabajos. Lo que por cierto le permitiría publicar poco después sus Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias,considerada como su obra maestra. Las penas impuestas (prohibición de desplazarse libremente alejándose a su antojo de su hogar y rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales) le fueron levantadas a los tres años.
Galileo tuvo suerte: si hubiera sido juzgado por las autoridades de la Iglesia protestante sí hubiera podido acabar en la hoguera como otros científicos que tuvieron la desgracia de caer en manos de los líderes religiosos defensores de la Reforma. El propio Lutero consideraba a Copérnico como «un astrónomo improvisado que intenta demostrar de cualquier modo que no gira el Cielo sino la Tierra», lo cual «es una locura»; fue Lutero también quien advirtió de que «se colocará fuera del cristianismo quien ose afirmar que la Tierra tiene más de seis mil años» y otras amenazas semejantes. Finalmente, «Eppur si mouve!» resulta en este contexto una frase valiente y rebelde pero no la pronunció Galileo. Se la inventó el periodista Giuseppe Baretti en 1757 en una descripción de la obra del astrónomo.
Por Paul h. Koch
Doctor en Humanidades, Historia y Ciencia Sociales