La Ley que sancionó en 1905 la separación entre Iglesia y Estado en Francia, y de la que ahora se cumple el centenario, fue percibida como una agresión a la Iglesia católica, en la medida en que la despojó de todas sus propiedades e intentó organizarla según un modelo político democrático, buscando la manera de considerarla asociación cultual…
Alfa y Omega
21-07-2005
La Ley que sancionó en 1905 la separación entre Iglesia y Estado en Francia, y de la que ahora se cumple el centenario, fue percibida como una agresión a la Iglesia católica, en la medida en que la despojó de todas sus propiedades e intentó organizarla según un modelo político democrático, buscando la manera de considerarla asociación cultual.
A la pregunta sobre cómo llevar a cabo el sistema de la enseñanza en Francia, Jules Ferry, el gran arquitecto del laicismo en Francia, respondió: «Organizar la Humanidad sin Dios». Esta ley pretendía la abolición unilateral del Concordato de 1801. Establecía que la República no reconocía ni financiaba ningún culto, considerando la religión sólo en su dimensión cultual, y no en la social. Eso es laicismo, y no laicidad, algo que la Iglesia no puede apoyar. Por todo ello, el Papa san Pío X habló, en su encíclica Vehementer, del laicismo como un verdadero apartheid religioso, la peste de nuestro tiempo. Los católicos lo consideraron una verdadera injusticia.
Paradójicamente, esta ley hizo a la Iglesia más evangélica, porque la hizo más pobre y más cercana a la gente sencilla; el no ser financiada por el Estado le dio una mayor libertad de palabra. Los fieles católicos se agruparon en torno a la Iglesia, y fueron particularmente generosos. Tanto que el laicísimo Ferdinand Buisson, Inspector General de Enseñanza, dijo: «Hemos arrebatado a la Iglesia todo aquello que le daba fuerza: títulos, privilegios, riquezas, honores…, pero tiene una popularidad más grande que antes». Había una pueblo cristiano que reaccionó y defendió con afecto a la Iglesia.
Cardenal Jean-Louis Touran
en 30 Giorni