Lo que pone de relieve “el fenómeno Da Vinci”

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Uno de los récords del libro ha sido lograr una crítica unánime. Ningún crítico literario de prestigio de Estados Unidos, de Inglaterra, Francia o España lo ha valorado positivamente. La crítica culta ha sido universalmente demoledora… Brown sostiene, con tono anticatólico nada disimulado, que la humanidad ha sido engañada por la Iglesia acerca de Cristo durante veinte siglos, apoyándose en lecturas parciales de escritos fantasiosos de la literatura New Age; del libro «El enigma sagrado»; de las teorías gnósticas, etc.



Rafael Navarro-Valls. Catedrático de la Universidad Complutense

El fenómeno editorial del Código da Vinci ha saltado las fronteras del ámbito de la literatura de evasión –por denominarlo de algún modo- para instalarse en el ámbito de la sociología de masas. Está generando corrientes de opinión superiores a la de cualquier best-seller habitual, y ofrece algunos temas de reflexión, sobre todo cuando su autor anuncia una nueva novela.

Aparentemente, se trata de un super-ventas más, que ha gozado de la estrategia publicitaria característica de los grandes productos americanos, fruto de una notabilísima inversión económica y de una promoción mundial (la frase no es exagerada) con ediciones millonarias en numerosos países, aparte de las webs, los foros de apoyo, las promociones en librerías, etc.

Sin embargo, el Código es más que un superventas al uso, porque ha puesto en marcha unos resortes inusuales en los productos de su género. Precisamente en ese punto –el género- se encuentra parte de la clave de su éxito. Brown ha construido un producto híbrido, con elementos de muy diversos géneros: novela de acción y misterio, novela negra, trama de investigación, literatura fantástica, manifiesto ideológico, etc.

Los resortes inusuales que ha utilizado se suelen denominar en el lenguaje cotidiano los «grandes temas». La guapa francesa y el listo americano no intentan descifrar en este caso el asesinato de turno, sino la verdad histórica de Cristo; y al final no encuentran un cadáver en una casa abandonada, como en el resto de las novelas negras, sino la mismísima tumba de María Magdalena bajo la Pirámide de Cristal del Louvre parisino.

Uno de los récords del libro ha sido lograr una crítica unánime. Ningún crítico literario de prestigio de Estados Unidos, de Inglaterra, Francia o España lo ha valorado positivamente. La crítica culta ha sido universalmente demoledora.


Los especialistas de los diversos ámbitos a los que alude (religión, cultura, arte, historia) han sido unánimes también en considerarlo un producto culturalmente basura.


Los especialistas de los diversos ámbitos a los que alude (religión, cultura, arte, historia) han sido unánimes también en considerarlo un producto culturalmente basura. No hay terreno cultural por el que se adentre el autor que resista un análisis serio. Por ejemplo, en lo que se refiere a la historia: no se basa en la historia real, ni en los documentos conocidos: su autor va recogiendo lo que le resulta útil, verdadero o falso, para apoyar su teoría –Cristo fue el primer feminista; la Iglesia es asesina, mentirosa, etc.-, y no duda en manipular y desfigurar los datos que necesita para avalar sus afirmaciones, cuando no se los inventa sencillamente; eso sí, mezclando sus invenciones con sucesos parcialmente reales.

Lo mismo se puede decir del terreno artístico. En este caso, no han sido los especialistas, sino los simples conocedores de Leonardo los que han manifestado su repulsa, también generalizada. Y algo parecido ha sucedido en el ámbito religioso. Ningún estudioso de las religiones lo ha tomado en cuenta: entre otras razones, porque es patente que el autor desconoce los estudios elementales sobre la materia. Brown sostiene, con tono anticatólico nada disimulado, que la humanidad ha sido engañada por la Iglesia acerca de Cristo durante veinte siglos, apoyándose en lecturas parciales de escritos fantasiosos de la literatura New Age; del libro «El enigma sagrado»; de las teorías gnósticas, etc.

El libro en sí no ofrece demasiados elementos de interés: es un producto sin calidad, muy similar, en gran medida, a los que ofrece la llamada televisión basura, destinado al consumo de masas nada exigentes desde el punto de vista cultural. Su modo de trabajar el morbo es similar.

Lo que me resulta especialmente sugestivo, más que el libro, es el «fenómeno da Vinci», que pone de relieve –en contra de lo que pudiera pensarse- el interés generalizado acerca de los grandes temas, como la búsqueda de la Verdad, la figura y el mensaje de Cristo, la fe o el sentido de la vida.

Desgraciadamente, la respuesta del autor ante esas grandes preguntas es decepcionante y tramposa. Es como ofrecer un culebrón a los interesados en las auténticas pasiones humanas. En los culebrones hay pasiones; pero no es eso, no es eso.

El fenómeno Da Vinci muestra los frutos de la cultura de la sospecha, del «pensiero debole» y del estado mental de duda característico de la sociedad actual. Estos elementos han acabado generando en los sectores más indigentes desde el punto de vista cultural de la sociedad esa actitud de credulidad acrítica que está en la base del «fenómeno da Vinci».

Parece como si un sector de la población pareciera dispuesto a tener fe en lo que les diga el primer iluminado de turno, con tal de que le cuente de forma amena aquello en lo que desea creer y le diga que es falso todo lo que les suponga exigencia moral. Si la realidad va por otro lado, siguiendo el viejo dicho periodístico, peor para la realidad. El género humano, como advertía Eliot, no soporta demasiada realidad.

El Cristo de Brown es falso, pero tiene la ventaja práctica de no ofrecer ninguna exigencia: su cristianismo es también falso –no tiene cruz y está trufado con feminismos radicales y prejuicios anticatólicos rancios- pero es infinitamente más cómodo que el real. La historia y la religión de Brown son muy pret-a-porter, completamente casual: pueden usarse según convenga -la mentira es bella- y colgarse en el perchero cuando resulten incómodos.

Es lógico que el Código haya tenido éxito. Pero no es eso, no es eso.