Los diputados no viajan en autobús

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Apenas han surgido cuatro voces, clamando en el desierto, con censuras hacia las mejoras económicas que han legislado en beneficio propio los parlamentarios españoles, incluyendo el derecho a percibir la pensión máxima con menos de la mitad del período de cotización que han de cumplir los ciudadanos de a pie, esa hermosa y apaleada gente a la que dicen servir sus señorías.

No me creo la milonga de un Congreso de los Diputados permanentemente dividido, como metáfora de las dos Españas, porque en esto de los sueldos y los coches oficiales y las pensiones se ha producido una espectacular unanimidad, y vive Dios que tanto los de Zapatero como los de Rajoy se han puesto de acuerdo, mientras que en el diálogo con los etarras o en la guerra de Oriente Próximo son incapaces de un mínimo acercamiento confundiendo la discrepancia con la mala educación. Llama la atención también cómo la opinión pública española, tan manipulada por monolíticas maquinarias propagandísticas, tampoco haya reaccionado ante el blindaje avaro, egoísta y abusivo de sus señorías, mientras ocho millones de ciudadanos malviven bajo el umbral de la pobreza.

Las listas cerradas, la endogamia de la clase política, el poder omnímodo de los aparatos partidistas y el distanciamiento interesado que, en el cuatrienio, se produce entre los elegidos y electores son un perfecto caldo de cultivo para la patente de corso que se atribuyen los políticos y para el sentimiento de impotencia que aflige a la ciudadanía ante los abusos o las insolidaridades de clase o de gremio. Es escandaloso que ni un solo diputado –ni mayoritario, ni minoritario, ni nacionalista, ni republicano- haya salido a la palestra a mostrar la más mínima autocrítica, y todos se callaron bajo el ignominioso eslogan de «todo por la pasta». Y que no nos vengan con el cuento de que estos privilegiados pierden dinero dedicándose a la política, porque es mentira: la mayoría de ellos ha mejorado social y económicamente con la elección, y muchos no tienen oficio al que regresar –porque nunca lo han ejercido-, y eso es lo que subyace cuando se aseguran tan precoz y privilegiada pensión tras legislatura y pico sin abrir la boca en el hemiciclo y apretando el botón que los ordenan (y esa actividad, la de pulsador de botones a sueldo, no existen en el mercado laboral, sin contar con que a veces se equivocan de tecla).

Tengo para mí que si un diputado encuentra a un elector en el autobús, debería cederle el asiento, y por algo más que cortesía. Pero es algo que nunca ocurre: ¿cuántos diputados viajan en autobús?