Antes de que cumplan quince años les ponen un arma en las manos y les obligan a matar. Después de eso son irrecuperables. Sus vidas quedan destrozadas. «En muchos casos los niños soldado son considerados particularmente adecuados para las misiones más difíciles, como espionaje, ejecuciones sumarias y ataques suicidas» La guerra es mucho más que un estúpido juego cuando los protagonistas tienen menos de quince años. En 1979, 176 países firmaron la Convención de las Naciones Unidas para los Derechos de la Infancia. No ha servido de nada. Según reciente informe de Unicef, la Organización para la Infancia de las Naciones Unidas, al menos 300.000 niños son obligados a vestir uniforme y cargar un fusil para asesinar o ser asesinados. Según el mismo informe, en 1998 estos niños-soldados estaban repartidos en 33 conflictos diferentes y en otros tantos países.
El informe es nuevo, pero el fenómeno de los niños-soldado es tan viejo como la guerra. En este siglo todos hemos oído algo sobre los jóvenes y fidelísimos Hitlerjugend nazis, que desde 1945 el Führer había llamado a tomar las armas. «Saltaban sobre nuestros tanques como zorros e intentaban acabar con nosotros introduciendo las bombas de mano en las ranuras», escribía sobre ellos un general inglés al final de la II Guerra Mundial, resaltando el malestar que les producía a él y a sus hombres disparar contra unos chiquillos.
Raquel Bret, una investigadora de la organización estadounidense Save the Children, afirma que «en muchos casos los niños soldado son considerados particularmente adecuados para las misiones más difíciles, como espionaje, ejecuciones sumarias y ataques suicidas». Efectivamente, en Camboya, Pol Pot utilizó a los niños primero como delatores y después como despiadados guardias en los campos de concentración. Al inicio de los años 80, bajo la orden del ayatollah Jomeini fueron empleados niños hasta de nueve años en la guerra contra Iraq.
Abrir camino a los «pasdarán»
Los chavales iraníes eran mandados al frente, en repartos especiales de los bassij (voluntarios), para abrir el camino a los militares profesionales y a los pasdarán. Su misión era adentrarse a pie en los campos minados para hacer saltar las minas. Sin ningín adiestramiento y con una llave de plástico fabricada en Taiwán, que representaba la llave del paraíso, estos jóvenes, al grito de «Allah u Akbar, Jomeini Rahbar» («Dios es grande, Jomeini su representante»), iniciaban un viaje sin regreso. Quien no saltaba por una mina, era hecho prisionero al final del campo por los iraquíes.
Niños-soldado hemos visto en todos los sitios, desde Asia, América y África y hasta Europa. En los años setenta, chiquillos armados con Kalashnikov combatían en Vietnam, en el Líbano y en Eritrea. En los años ochenta los hemos visto sobre todo en África, Asia y América. Los pelaos de Colombia son utilizados por narcos, guerrillas y paramilitares para todo tipo de acciones, según la organización Human Right Watch.
En la última década, en la ex Yugoslavia cientos de niños han participado en los frentes del conflicto. Según el informe de Unicef, solo en Liberia más de 20.000 niños han participado en la guerra civil, tomando parte a menudo en las masacres. Aún más grave es la situación en Ruanda, donde mil niños, acusados de participar en las masacres, esperan ser juzgados. En la prisión de Gitagata, entre los 70.000 prisioneros de la última guerra se encuentran 200 niños de entre 7 y 15 años. «No somos inocentes -dice Emanuel, uno de estos chicos, de 13 años, a un enviado de la Cruz Roja- ya que hemos participado en las masacres como cualquier adulto. Yo he violado a una decena de niñas y cuando empecé a los 11 años asesiné en un día a tres personas que pertenecían a otra etnia. Lo hice porque me lo ordenaron. Un primo mío me dió un bastón y me dijo: «Ahora tienes que matar a todos los tutsis que veas». Lo más grave es que Emanuel no se siente ni culpable ni arrepentido:»Era un soldado y he obedecido las órdenes». Pero después se echa a llorar y pide al enviado de la Cruz Roja que le busque a su madre.
No todos eligen combatir. Algunos son incluso secuestrados y obligados por la guerrilla a ponerse un uniforme y llevar un fusil. Y a quien intenta rebelarse le espera sólo la muerte. «Un niño intentó escapar, pero le cogimos y nos obligaron a golpearlo con bastones hasta matarlo». Éste es el trágico testimonio de Susan, de 16 años, que desde hace tres pertenece a una fuerza rebelde en Uganda. «Yo -añade- no quería participar en el asesinato de ese niño, al que conocía desde hace años, pero me amenazaron con acabar igual si no obedecía las órdenes. De noche sueño con su cara ensangrentada y sus gritos».
Susan fue secuestrada por los guerrilleros durante una incursión en su aldea, donde fueron asesinados su madre, su padre, su abuelo y su hermana mayor: «Me llevaron con ellos y me dieron a elegir entre la muerte o la guerrrilla. Elegí lo segundo y quizá me equivoqué. En estos años he asesinado a muchas otras personas». El caso de Susan es especial porque las niñas suelen ser destinadas a trabajar como coger agua, limpiar los campos, cocinar… Y al final siempre son violadas.
Fidelidad al dictador
En Uganda no fueron rebeldes los primeros que reclutaron a niños. Fue el ex dictados del país Amin Dada, que hoy disfruta de un exilio dorado en Arabia Saudí, quién armó a niños de 5 y 6 años entrenándolos para eliminar a sus enemigos. Se cuenta que muchos de estos seguidores fanáticos de Amin asesinaron a sus familiares para demostrar su fidelidad al dictador. Después de la fuga de Amin, algunos niños fueron sometidos a un estudio realizado por un grupo de psicólogos noruegos por cuenta de la Unicef. «En ninguno de ellos -cuenta Cole Dogde, el entonces representante de las Naciones Unidas en Uganda- ha funcionado la terapia de reeducación. Los traumas eran demasiado profundos para poder solucionarse . Incluso hubo que tenerlos separados porque eran demasiado peligrosos».
«Hay gobiernos, como el de Maputo, que los consideran maniños bandisos (niños bandidos) – cuenta Marta Mauras, una experta chilena que trabaja para la Unicef en Mozambique- y les meten en la cárcel como simples asesinos junto a los adultos, agravando el trauma que han sufrido. Basándonos en nuestros estudios, es mucho más difícil curar a un niño traumatizado por la violencia que han impartido que a otro que la ha sufrido. Los niños que usan un Kalashnikov están convencidos de que la violencia puede resolver todos los problemas y por ello mantienen un comportamiento extremadamente agresivo».
«Los responsables de poner en manos de un niño un arma -comenta un psicólogo noruego con bastante experiencia en Uganda- tendrían que ser juzgados por un tribunal internacional por crímenes contra la humanidad, mejor dicho por crímenes contra la humanidad del mañana. los niños-soldado no son recuperables -concluye- es como si alguien hubiese alterado su herencia genética».