LOS NIÑOS de las MIL HORAS de TELE

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Un estudio realizado en España reabre la alerta sobre el consumo masivo que los menores hacen de la televisión. Nadie sabe aún cuál es el efecto sobre los niños, aunque nadie duda de que marcará a toda una generación . «El problema de fondo –apunta un profesor de psicoanálisis– no es de cifras, sino de personas indefensas ante los medios» . Según el profesor Joan Salinas-Rosés «lo que está en debate son síntomas contemporáneos que todo sujeto recibe de modo masivo. El problema de fondo no es de cifras y horas, sino de personas indefensas ante unos medios que tienden hacia la uniformidad y el pensamiento único, en línea con la globalización y una colonización de las mentalidades cada vez más sutil».

Por Joaquim Roglan –

La comprobación de que las criaturas pasan más horas frente al televisor y otras pantallas electrónicas que en la escuela dispara las alarmas y el debate sobre la cantidad y calidad del consumo audiovisual. Mac Luhan vaticinó aulas sin muros debido a la influencia de la cultura audiovisual, pero no imaginó que las malas artes y las nuevas tecnologías crearían vertederos de basura sin muros de contención. Un estudio realizado por el Consell de l´Audiovisual de Catalunya (CAC) alerta sobre que los menores catalanes pasan 990 horas anuales ante pantallas electrónicas y sólo 960 en la escuela, que hay pocos programas infantiles buenos, que el 15% de los escolares sufre insomnio a causa de los ruidos y los horarios y que muchos contenidos son aberrantes. Ante esos resultados, su presidente, Francesc Codina, propone «ampliar el horario de protección a la infancia, compensar la diferencia horaria entre escuela y televisión, favorecer una mayor producción infantil, crear nuevos canales especializados y concienciar a los padres sobre su responsabilidad».

José Manuel Pérez Tornero dirigió el estudio. Es profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona y asesor de la Unesco en educación mediática. Autor de tratados sobre la materia, se muestra optimista. «Una mayor sensibilidad social respecto al problema y las nuevas tecnologías permitirán seleccionar a la carta canales especializados de mayor calidad», augura. Le fascina la televisión y le ve muchas posibilidades educativas, «por eso la critico con una mezcla de dolor de corazón y de cariño. Me gustaría que fuese mejor y puede serlo. Mi mujer es catedrática de Literatura y se queja del lenguaje y los valores que inculca la telebasura entre la juventud». Como muchos padres, desea «una televisión que trate de la vida cotidiana, fomente la cultura y los valores solidarios».

Xesc Barceló es un guionista de prestigio. Pionero de programas infantiles de TVE y responsable de la programación juvenil de TV3, ahora trabaja en Media Pro y suministra programas a varias cadenas. «Antes –explica– había más preocupación por los contenidos didácticos e innovadores. Una serie como ‘Verano azul’ parece ñoña, pero fue progresista en su época. Ahora me preocupan los insultos, la grosería, el morbo y los chistes racistas y excluyentes que se cuentan en ciertos espacios.» No practica la regla de oro de los guionistas norteamericanos: «Si ponemos excrementos, atraemos moscas, si ponemos más excrementos, atraemos más moscas», pero tampoco dispara contra el emisor. «Hay porquería y programas selectos, pero el gran público tiende hacia lo peor, como en música, libros o cine. Si diese más beneficios hablar de principios éticos, lo harían, pero no es así.»

Creador de espacios «sutilmente didácticos con toque gamberro, pero sin confusiones ideológicas o de comportamiento y sin apelar a instintos básicos», ve cómo la televisión se hace más primaria y atrae a los jóvenes con morbo y sexo. «Sea pública o privada, por unas décimas de audiencia se emite más carnaza», y la tontería se expande y contagia. Espacios de humor o series como ‘Plats bruts’ son histéricas, histriónicas y groseras, pero gustan a menores y mayores. «Es una moda y un reflejo de las galerías de monstruos de ‘Crónicas marcianas’ y ‘Gran Hermano’, que ya sólo son caricaturas de sí mismos», resume el guionista.

Sue Aran es directora de estudios audiovisuales de la Universitat Ramon Llull y ha colaborado en el estudio del CAC. «La prensa ha simplificado los datos, no ha separado las horas dedicadas a la televisión de las dedicadas a ordenadores y videojuegos», critica. Más que alarmar a la sociedad o atacar a la industria audiovisual, propone «una revisión general del modelo familiar y del consumo cultural que afecta a todos, ya que adultos y ancianos pasan más horas frente a la pantalla que los niños». Su tarea es formar nuevos profesionales. «En la universidad introducimos una reflexión general sobre la preocupación social y educativa, así como asignaturas sobre uso pedagógico y educación mediática. Pero sería bueno que esa reflexión se integrase en la escuela primaria, ya que algunos programas de la Generalitat mezclan cine, televisión e informática.»

Montserrat Colom dirige una escuela de primaria. «Se nota que niñas y niños ven programas inapropiados y fuera del horario habitual. Por la mañana están muy nerviosos, porque desayunan rápido e hipnotizados ante la tele.» Sin embargo, no es partidaria de introducir asignaturas especiales. «Desde la escuela se puede incidir aprovechando las ocasiones para hacer comentarios críticos, pero sin dramatizar y con sentido común. Lo contrario sería contraproducente, ya que formamos personas libres y críticas ante la televisión y ante la sociedad.» Cree que el problema se agrava en secundaria.

Víctimas no sólo infantiles

Lluís Prat se licenció en Audiovisuales en la Universitat Pompeu Fabra y dirige un centro de bachillerato. «Los adolescentes reciben más influencias de los amigos que de casa o la televisión. Es cierto que se retrasa la adolescencia, pero se debe a una estructura educativa que lleva diez años en reformas y ha bajado los niveles de calidad. Atribuirlo a los audiovisuales es una simplificación excesiva.» Su crítica a los contenidos mediáticos es por su «desmesurada inflación de programas del corazón y de chismorreo».

Según el sociólogo Salvador Cardús, «la estadística no cambia nada. Escandalizarse por las cifras es farisaico, porque los índices de audiencia señalan lo que desean ver los adultos, y los maestros miran tanta tele como los demás ciudadanos». Cardús detecta «una fobia contra los medios audiovisuales, a los que se culpa de todos los males de nuestra existencia. La cuestión no es saber cuántas horas pasan los menores ante las pantallas, sino cómo las pasan».

Begoña Odrazola es terapeuta familiar y pesimista. «Las estadísticas son parecidas a las de hace 20 años, no se avanza y nos jugamos el futuro de una juventud más violenta», dice. Por su consultorio pasan padres agobiados por el trabajo, hijos pasivos y sedentarios, personas solitarias e incomunicadas, abuelas que hacen de canguro y «adolescentes con falta de límites, que no valoran las cosas, no soportan una negativa y son más impulsivos». Tiene casos tan preocupantes como el de una mujer que se ha quedado en el paro, se ha enganchado a la playStation y se pasa cuatro horas diarias jugando. Pero siempre hay alguno peor: «Un niño tenía la habitación llena de ordenadores y no salía nunca. Cumplió 18 años y no quería trabajar ni estudiar. Ha llegado a los 28 años encerrado en su cuarto y ahora ya hay un mandato judicial de alejamiento del hogar instado por los padres.»

Joan Salinas-Rosés es profesor de psicoanálisis en la Universidad del País Vasco. Según él, «lo que está en debate son síntomas contemporáneos que todo sujeto recibe de modo masivo. El problema de fondo no es de cifras y horas, sino de personas indefensas ante unos medios que tienden hacia la uniformidad y el pensamiento único, en línea con la globalización y una colonización de las mentalidades cada vez más sutil». En cuanto a la afirmación del CAC de que mirar una pantalla «no es natural», estima que «tampoco es natural beber refresco de cola o té. Es en función de una cultura que algo se convierte en hábito natural, y son los padres quienes transmiten estos hábitos». Lo que parece claro es que cada vez se practican menos aquellos tres mandamientos de los medios que decían: «Informar, formar y entretener.»