Los ORGANISMOS GENÉTICAMENTE MODIFICADOS no están diseñados para paliar EL HAMBRE sino para BENEFICIAR a las MULTINACIONALES

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Los organismos genéticamente modificados (OGM) no han sido diseñados para paliar el hambre en el mundo, tal y como aseguran en su defensa las multinacionales que los fabrican, sino para dar beneficios a estas corporaciones, según un artículo publicado por la revista World Watch, del que se desprende que el 25 por ciento de los cultivos de soja, algodón, colza y maíz son ya transgénicos.

Fuente: Europa Press, Solidaridad.net

Según el informe elaborado por el director de la revista World Watch, José Santamarta, que recoge Canal Solidario, «las tendencias no son muy alentadoras» en cuanto al potencial de la biotecnología para alimentar a la población mundial. El problema del hambre, que afecta actualmente a más de 4.000 millones de personas, no es, según este informe, un problema de falta de alimentos, sino de distribución desigual de los existentes.

«Las plantas transgénicas están hechas para dar beneficios a las cuatro multinacionales que las fabrican y no para alimentar a los pobres del mundo», añade Santamarta, apuntando que «pretender adornar» esta realidad monopolítisca con «supuesto altruismo» no es sino «uno de los mayores escarnios contemporáneos».

Desde que en 1983 se creó la primera planta transgénica, este tipo de cultivos ha ido en aumento, impulsado por las multinacionales que abarcan el mercado: Monsanto controla el 80 por ciento, le sigue Aventis con un 7 por ciento, Sygenta (Novartis) con el 5 por ciento, BASF con la misma cantidad y DuPont con un 3 por ciento del mercado transgénico.

Estas empresas controlan el mercado y venden las semillas en ´paquetes tecnológicos´ que incluyen la semilla y el herbicida al que son resistentes. «El rápido lanzamiento de los cultivos transgénicos –señala el documento– es muy parecido al del DDT y a las centrales nucleares», por ejemplo en que aún no se conocen realmente sus consecuencias para el Medio Ambiente y la salud humana.

´World Watch´ estima que los consumidores «pueden y deben rechazar» los OGM, por razones de salud, de calidad de los alimentos y medioambientales –en especial la pérdida de la biodiversidad– «y de los riesgos políticos y económicos que derivarían de poner la alimentación en manos de cinco grandes multinacionales».

Santamarta señala que los transgénicos tendrán «consecuencias mucho más graves y prolongadas» que los plaguicidas tóxicos» y que de hecho constituyen «el último eslabón de un modelo insostenible, que empobrece a los agricultores y perjudica a los consumidores, beneficiando sólo a unas pocas empresas multinacionales, con un enorme poder de manipulación e influencia sobre algunos Gobiernos».

Las plantas transgénicas que más se cultivan son la soja, con 41 millones de hectáreas (61 por ciento del total de cultivos de soja en el mundo), seguida por el maíz, con 15 millones de hectáreas (23 por ciento del cultivo total mundial). El resto de plantas que se cultivan, en menor cantidad, son el algodón, con un 11 por ciento del total, y la colza, que representa un 5 por ciento de los cultivos.

Los transgénicos se producen actualmente en 18 países de todo el mundo, Estados Unidos — el mayor productor con un 63 por ciento del total–, Argentina (21 por ciento), Canadá (6 por ciento), China (4 por ciento), Brasil (4 por ciento) y Sudáfrica (1 por ciento) copan el 99 por ciento del mercado. El 1 por ciento restante se produce en Alemania, Rumanía, Bulgaria, España, Australia, México, Argentina, Uruguay, Honduras, Filipinas, Colombia e India.

Respecto a los datos de España, el informe señala que fue el único país europeo que en 2003 sembró una cantidad importante con cultivos de este tipo, con un total de 32.000 hectáreas de maíz, cifra que supuso un aumento de un 33 por ciento en el pasado año respecto a los datos de 2002. No obstante, según una resolución del Parlamento Europeo, deberá dejar de cultivarlos.

La siembra de estos cultivos ha aumentado durante 2003, como demuestran los ejemplos de nuevos países que se han incorporado a este tipo de agricultura, como Filipinas y Brasil, que sembraron transgénicos por primera vez, además del aumento generalizado de las extensiones sembradas en los países que ya lo hacían. En 2003 se alcanzaron 67,7 millones de hectáreas, lo que supuso un crecimiento del 15 por ciento respecto al año anterior.

El estudio recuerda que existen dos tipos de OGM que han conseguido sustituir el uso de los productos químicos habituales, como insecticidas y herbicidas. Una de las variantes son las plantas resistentes a los herbicidas (sólo al fabricado por la misma empresa que comercializa la semilla).

En cambio, otras plantas incluyen el llamado Bt (´bacillus thuringiensis´), manipuladas para producir una toxina contra los insectos (es decir, llevan el insecticida incorporado de manera que no es necesario aplicarlo sobre el cultivo).

En el estudio, Santamarta indica que el uso de los resistentes a herbicidas (y también los cultivos Bt), producen, a largo plazo, resistencia en la enfermedad –como ocurre con los antibióticos utilizados en exceso–, dependencia de estos productos y posibles daños al Medio Ambiente, ya que son sustancias tóxicas para el suelo, las aguas e incluso pueden actuar sobre las personas y los animales.

LEGISLACION TRANSGENICA

Las semillas de este tipo de biotecnología están patentadas, aunque hasta hace poco los agricultores podían comprarlas y usarlas después en sus propios cultivos, pero las leyes de patentes han ilegalizado esta actividad, y el agricultor paga por usar una vez la semilla.

La multinacionales se justifican señalando que debe preservarse la propiedad intelectual para que la industria consiga beneficios. Pero esto crea, según el informe, un «neofeudalismo», que hace que los agricultores dependan de las multinacionales que les venden las semillas y su correspondiente herbicida, que además después les compran los productos a un bajo precio.

Esto produce un control de las empresas sobre la industria alimentaria. Además, estas empresas exigen a los agricultores que firmen ´contrato de semillas´, en el que indican el tipo de pesticida que este puede utilizar.